El reto es el encuentro real de la persona con la posibilidad, también real, de una vida en comunión, en diálogo, en integración y acogida. La posibilidad es construir espacios comunitarios desde un todos y todas posible. Sin exclusiones ni descartes; sin ideas preconcebidas de lo que debe hacerse o debe ser, mas bien desde el compromiso real de escucha e integración de un ideal comunitario que reside en el interior –a veces muy escondido– de quienes se saben llamados a la vida consagrada.
Estamos ante un nuevo paradigma de organización comunitaria que necesita, para ser comprendido, visión amplia, flexibilidad, disponibilidad y, por supuesto, fe. Se trata de leer el presente de manera profundamente evangélica con el ingrediente de conversión personal e institucional para hacer posible la novedad. Una vez más, para hacer posible la comunidad que liberará la revolución de una nueva vida consagrada necesitamos «desaprender» muchos guiones, estilos e inercias que, ciertamente, hacen doloroso el cambio. Sin embargo, la conclusión es evidente, para que la vida consagrada tenga vida, ha de estar viva la comunidad. Aquella que es posible y necesita la vida consagrada y la persona del siglo XXI.