NUEVO MONOGRÁFICO DE VR: ES EL MOMENTO DE OTRO ACOMPAÑAMIENTO FORMATIVO

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(Carlos G. Cuartango). El campo principal de la acción humana es precisamente la relación. El manejo de las cosas y de la naturaleza, la investigación, el arte… pueden reclamar atención; pero a un alma contemplativa le abren fácilmente ventanas hacia el misterio del “más-allá”. En cambio, la relación interhumana dificulta mucho más esa apertura: no solo por el egoísmo propio y ajeno, sino por el misterio, la complejidad y las diferencias de los seres humanos. También por la velocidad o intrascendencia que acompaña a muchas de nuestras relaciones. Todo eso hace plausible el intento de prolongar el lema ignaciano (contemplativos en la acción), hacia esa cumbre de ser “contemplativos en la relación”, donde quizá se encuentran los mayores tesoros de una vida configurada por la fe y el seguimiento de Jesucristo (José Ignacio González Faus).

De la misma manera que cualquiera de nosotros no puede ser comprendido si no es al lado de otras personas y por las relaciones de comunicación que establece con ellas, salvando las distancias, con Dios pasa un poco lo mismo: aunque no lo formulemos así, para conocer personalmente a Dios es necesario establecer una relación con Él; si no hay relación, no hay conocimiento. Todos confesamos que Dios es Amor. Pero el amor, así a palo seco, no nos dice nada. El amor es siempre amor a alguien o a algo. Es decir, que Dios es Amor porque ama a alguien, porque propicia el encuentro. Como además suponemos que su Amor es ilimitado y pleno es, por lo tanto, recíproco, porque el amor acabado es recíproco. Al amor mutuo lo llamamos comunión; Dios es, por tanto, comunión. Es la unidad en la diversidad. Y cuando dos personas están en comunión y se aman, la corriente amorosa que fluye entre ellos parece que tiene algo así como vida propia. Aquí tenemos, pues, al Padre, al Hijo, y a la relación amorosa entre ambos, que se expande generando vida, que es el Espíritu Santo.

Es el momento de ser contemplativos en la relación. Tenemos que descubrir que somos relación, es decir, que estamos hechos para la relación con Dios, con los demás, con el mundo y con nosotros mismos. Son las distintas caras de la misma figura poliédrica. Los desafíos que nos plantea la globalización nos urgen a cuidar el arte de la relación, a ser, más que nunca, personas capacitadas para el encuentro, sabios en la veneración del Misterio, místicos de ojos abiertos (J. B. Metz). Permaneced en mí y yo en vosotros… El que permanece en mí y yo en él, ese lleva mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada (Jn 15,4-5). Bernardo de Claraval quería que los monjes fuesen como las conchas de una fuente que, sin dejar de estar siempre llenas, no dejan de recibir el agua y de derramarla. Por eso, si este aspecto de la formación es vitalmente entendido y vivido, la solidaridad activa y la austeridad como compromiso con el cuidado del planeta se nos darán por añadidura en la configuración del talante del formando ante la vida.

Todos estamos llamados a ser místicos porque todos somos llamados a vivir en plenitud la experiencia personal con el Dios Uno y Trino que es comunicación de personas. Juan de Dios Martín Velasco destaca que el encuentro místico da lucidez porque ‘el amor es vidente’. He aquí mi secreto. Es muy sencillo. Consiste en que no se ve bien sino con el corazón, pues lo esencial en invisible a los ojos (Antoine de Saint-Exupéry). El amor taladra la realidad en busca de las huellas de Dios, ocultas para muchos. Necesitamos vivir desde una experiencia de Dios tan fuerte que sea capaz de sostener una vida y de resituar todas nuestras relaciones y vinculaciones. Una experiencia de encuentro con Dios tan intensa que sea capaz de enseñarnos a mirar de otra forma la vida y a los demás, empezando por nosotros mismos

Es importante y urgente que vivamos desde el encuentro con Dios, desde su mirada amorosa, para descubrir y levantar el tesoro que hay en nosotros. Y este encuentro consigue que la individualidad salga claramente del caos de sus distintos pensamientos y sentimientos, del desorden de sus roles y máscaras, y crezca cada vez más su verdadera figura. La transformación producida en el encuentro con Jesús repercute en las relaciones. La transformación de la persona en una relación, cambia esa misma relación. Ambas están estrechamente relacionadas entre sí. Mi conversión cambia mis relaciones y el cambio de la relación repercute en el proceso de mi maduración y crecimiento. Tenemos además el privilegio de vivir en comunidad, una escuela de formación permanente. Es grande el nivel de intensidad en el que se construyen y desarrollan nuestras fraternidades. La lectura de Dios que hacemos de nuestra vida, no es la que hace una comunidad constituida en una convivencia pasajera, o la que hace una comunidad parroquial, o la de una comunidad emocional. Para nosotros es un auténtico reto el llegar a la contemplación del ‘rostro transfigurado del hermano’. Es el mayor signo de nuestra fe, esperanza y amor. Nuestra vida en el amor, pasa por una larga peregrinación, por ese descenso a los subsuelos de nuestra existencia, por esa pérdida de ingenuidad gracias a la cual podemos ir construyendo, o mejor, Dios puede ir construyendo en nosotros esa ‘nueva inocencia’ –de la que gustaban hablar los Padres– de quien está anclado en la misericordia de Dios. Un amor fundamentado en los buenos sentimientos, por supuesto, pero que no se queda solamente en ellos. Es un amor que supone una honda trasformación interna de valores, convicciones, y también externa de conductas y actitudes, que tiene como destinatarios a los demás. El encuentro con nuestra enfermedad –nuestra poca firmeza en el amor– a la luz del amor de Dios, lejos de ser motivo de tristeza, es capaz de desatar las lágrimas de la compunción que deshacen el corazón duro haciéndonos conocer la misericordia y la ternura infinita de Dios.

Quien experimenta la transformación del encuentro con el ‘Dios relación’, no se esforzará excesivamente por el trabajo de la evangelización, sino que éste brotará de la fuente interior con la que ha entrado en contacto. Gozará de una libertad interior que se comunica como por ósmosis, de tal manera que la predicación de la Buena Noticia dejará de ser algo así como un rendimiento compulsivo que requiere de toda la fuerza volitiva, porque fluirá suavemente por sí sola de la fuente interior. Su trabajo será fecundo. Si son posibles nuevas relaciones de comunidad, alegría por el proyecto común, ideas nuevas para abordar algo, entonces se pone de manifiesto la transformación de uno mismo.