Hace años que publico con periodicidad quincenal un blog en internet en la web de vidareligiosa.es. Cuando pensé en qué nombre ponerle, no se me ocurrió otro que “La Gran Olvidada”. Me pareció el nombre más apropiado para una realidad, la economía y la administración, que en la vida religiosa se ha considerado siempre, o al menos así me lo parece a mí, como algo secundario, accesorio. En algunas congregaciones han determinado que el ecónomo no forme parte del gobierno. Esa parte de la vida no afecta, no toca, lo esencial de la vida religiosa, de su carisma, de su misión ni de su estilo de vida. Por eso, hasta se llega a decir que de ese negociado se podría encargar perfectamente una persona contratada, un laico o laica con estudios y preparación. Y así la economía y la administración siguen quedándose atrás. Son cuestiones necesarias pero no fundamentales. Los gobiernos de las instituciones religiosas (consejos locales, provinciales o generales, capítulos y asambleas varias) pueden tomar decisiones sin tener en cuenta su dimensión económica. Con toda tranquilidad. Me pregunto qué pasaría si en el gobierno de una nación la economía no fuese parte del consejo de gobierno. Sin comentarios.
La realidad es muy otra por mucho que no nos guste reconocerlo. La realidad es que la economía y la buena administración de los recursos constituyen una parte fundamental de la vida y misión de cualquier instituto religioso. Exactamente igual que en cualquier asociación, grupo, pueblo o nación.
Es así, nos guste o no. Sin una base económica no hay sociedad. Y sin una base económica no hay instituto religioso que sobreviva. Los recursos económicos le vendrán del trabajo o de los donativos, pero de algún lugar tienen que venir. Porque religiosos y religiosas necesitan comer todos los días, vestirse, ir al médico, formarse, rezar, llevar adelante la misión carismática para la que ingresaron en sus institutos… Y todo eso exige, necesita, implica que haya recursos económicos. Sus vidas pueden ser muy austeras, extremadamente austeras, pero aun así necesitarán de recursos económicos. Sin ellos, religiosos y religiosas no podrán desarrollar su vocación. Y la Iglesia se quedará manca y coja porque el don del Espíritu que representa para la Iglesia y para el mundo cada uno de los institutos religiosos, desaparecerá. Es posible que un instituto desaparezca. Ha pasado muchas veces en la historia. Pero lo malo es que desaparezca por la incuria de sus miembros que no supieron administrar adecuadamente los recursos económicos con los que contaban.
Es necesario dar a la economía, pues, el puesto que se merece y la importancia que tiene en el gobierno y en la vida de los institutos religiosos. Sin cuidar adecuadamente la administración, se arriesgará la existencia del instituto y, por tanto, la misma presencia del carisma en la Iglesia y en el mundo.