Nuestro

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Jesús les enseña a sus discípulos a rezar porque ellos se lo reclaman, porque ven que Juan  enseña a los suyos. Y Jesús se limita a decir 37 palabras. Un puñado de letras que dibujan a un Dios sorprendente: a un Padre que envía su Reino. Y después se despliega el sujeto de la petición: nosotros.

Es una oración coral y plural, una oración (la oración) que nos hace caer en la cuenta de que no estamos solos para comer (pan), para ser perdonados (si perdonamos las deudas, no sólo las morales) o para superar la tentación (esa tentación de querer ser Dios nosotros mismos, no sólo las raquíticas con las que tratamos a diario).

Ese nosotros es el gran regalo del Padre Nuestro. Es la donación de un Dios común que sólo se puede vivir en la comunidad. Por ello la posesión, el título de propiedad, ya no es propio e individual. Por tanto la salvación no es sólo una cuestión que me pertenece en exclusividad sin dependencia de los demás. Por ello el com-partir, la com-pasión, la con-vocación pertenecen a la esencia misma de un Dios para todos y con todos.

Por eso, hay que llamar en común, pedir en común, buscar en común.

37 palabras redondas, colmadas, densas, liberadoras, necesitadas y menesterosas en un plural que se niega a volver el rostro al individualismo tan tentador. No nos dejes caer en la tentación.

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