En el bautizo de Miguel nos encontramos varios de la misma generación que hacía tiempo que no nos veíamos. En la comida comentamos muchas cosas entre risas y buen Alvariño. Y una de ellas, común, es que nos hacemos mayores… Con hijos, con trabajo o sin él, con la monotonía de lo que no queríamos vivir y que contemplábamos de lejos diciendo que a nosotros no nos iba a pasar… Y en algunas cosas nos pasó.
Ya tenemos cierta edad, pero en mi caso me daba cuenta de que en la comunidad religiosa en la que vivo parace que soy el eterno joven. Y no es verdad, por lo menos viendo a los de mi generación.
Es muy dañina esta imagen que quiere conservar en formol, por comparación de año de natalicio, la eterna juventud. No es bueno para nosotros ni para los de más edad. En esto se nota que somos un grupo «curioso», cuanto menos.
Nunca acabamos de crecer o, por la dichosa teoría de la relatividad, crecemos con el aumento de la edad de los demás, en apariencia de estancamiento «ad intra». Ya no somos un «chavales», ni unos neófitos. Es verdad que somos hijos de nuestro tiempo (¿quién no lo es?), que tenemos otros valores y pecados (aunque en esto no creo que seamos muy originales), otros sueños o parecidos, pero ya no son los de adolescentes, ya van teniendo el peso de la cruz y las alas de la esperanza saboreada.
Yo no conzco a los «Padres» de los que se habla en las comidas, que fallecieron hace unos añitos, no tengo el historicum congregacional de largo tiempo, ese árbol genealógico tan manido, pero la historia pequeña se construye ahora, no se queda congelada y si se queda no es bueno, no moralmente sino vitalmente.
Ojalá que nos podamos hacer mayores…
Querido Miguel:
Gracias por regalarme cada tarde un nuevo comentario… es usted un gran comunicador, en casa, aunque «mayores» estamos felices con su juventud.
Lo del retiro sigue en pie.
Un saludo de la comunidad y mío.