Cuando ya todo parece que duerme, cuando las puertas que no reciben siguen cerradas, cuando los animales regalan calor que los seres humanos no supieron dar, cuando los ángeles se empeñan en cantar bajito que el cielo ya está en la tierra y viceversa, cuando María sonríe con el corazón aun tocado por la sombra de ese Espíritu que envuelve creando y José vuelve a repetir, balbuceando, las palabras del visitante de ese sueño reciente, cuando los pastores salen a buscar un signo inequívoco de Dios: un niño envuelto en pañales, cuando Herodes se ahoga en su envidia asesina y triste, cuando una estrella habla tintineando, cuando los Magos ya perciben la paz que siempre buscaron… La noche se calla y se abre el gran silencio que acoge la primera palabra de Dios hecho carne: un leve sollozo. Y el universo entero se sobrecoge porque Dios es capaz de reír y de llorar y de buscar con sus ojitos al mundo que Él mismo había creado junto al Padre y de intentar coger con los deditos las estrellas que siempre le pertenecieron y de amar con su corazón recién estrenado a toda una humanidad de antes, de ahora, de siempre que pierde su tiempo buscando a Dios donde no está.
Y la noche y el silencio y el sollozo y la risa y el corazón y Dios recién nacido. Amén