Jeremías, el envidiado… no doblegado
Uno de los profetas que gozan de mayor simpatía entre el pueblo cristiano es Jeremías. Además, nos recuerda en algunos momentos mucho a Jesús. El texto que acabamos de proclamar (Jer 20,10-13) es uno de ellos.
Jeremías fue:
Un profeta marginal y perseguido.
Comenzó su ministerio profético muy joven; pero apenas le hacían caso.
Sentía dentro de sí una seducción divina insuperable.
Pero sufría ante el cuchicheo de la gente que lo traicionaba, las autoridades que lo perseguían y condenaban, sus amigos que lo acechaban para abatirlo y vengarse de él.
Esto sigue sucediendo hoy:
Hay grupos de acusadores que buscan los traspiés de los demás.
Hay personas más preocupadas de la mala vida de los demás, que de transformar su propia vida. La envidia suele estar al fondo de esta forma de actuar. Con todo será difícil que quienes hacen estas denuncias se reconozcan envidiosos. Una de las características de la envidia es que es un mal “oscuro”, que nunca da la cara.
Jeremías, sin embargo:
No se deja doblegar.
Le pueden expulsar del Templo, le puede expatriar… pero él seguirá firme, porque tiene la convicción y la experiencia de que Dios está con él, como fuerte soldado, y que todos los demás serán vencidos.
Dios sigue también con nosotros y, por eso, podemos escuchar hoy su voz, sentirnos propiedad suya, reino de sacerdotes, nación santa.
Jesús, el gran Refundador
Solemos ser demasiado pesimistas respecto al mal de nuestro mundo. Juzgamos la realidad como si no hubiera redención, como si no tuviéramos fe.
Es cierto que la humanidad ha tenido unas raíces muy contaminadas.
El misterioso pecado de los orígenes enturbió el cauce.
El virus inicial infectó el cuerpo social y personal.
El pecado abrió las puertas a la muerte. La muerte pasó a todos. Todos pecaron.
San Pablo nos dice que todo eso se debió a uno, al primer Adán. Pero la situación cambió radicalmente con la llegada de Jesús (Rom 5,12-15)
Jesús es más poderoso que Adán.
Jesús es el antídoto que cura todo el mal.
Jesús es la Vida.
No se puede comparar el pecado con la Gracia.
La Gracia abunda, sobreabunda. Es Gracia para todos.
Hay formas de hablar sobre la salvación que, aunque parecen muy ortodoxas, en el fondo no creen en la Redención, en el poder de la Gracia sobre el pecado. Esto sucede cuando se dice que ya Jesús hizo todo por nosotros; lo que falta no depende ya de él, sino de nosotros. Se olvida que ese “nosotros” no funciona, si no es movido por la Gracia de Jesús. ¡Este es el gran misterio de la Gracia!
Jesús refundó la humanidad. Ya la humanidad está salvada, aunque todavía no lo veamos. El antivirus contra el mal está ya funcionando y de verdad que lo elimina perfectamente.
¡El gran Consejero!
En el evangelio de este domingo (Mt 10, 26-33) nos da Jesús unos preciosos consejos para nuestra vida y para que encontremos el sentido de la nuestra misión en el mundo.. Todo cristiano es, debe ser, un auténtico apóstol, un testigo del Evangelio. Es esencial para cualquier bautizado. Para serlo -tal como Jesús quiere-, nuestro mismo Señor nos ha dado los siguientes consejos:
Primer consejo: ¡No les tengáis miedo!
Jesús nos quiere discípulos y misioneros.
La misión que Jesús confía a sus discípulos o discípulas está llena de dificultades, de peligros, e incluso peligro de muerte.
Pero ¡no hay que temer a quienes matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma!
Lo que le pueda suceder a un discípulo de Jesús está bajo control: el Abbá cuida de él o ella, porque “ni un cabello de la cabeza, cae sin su consentimiento”.
La buena voluntad del Abbá hace que incluso aquello que parece malo, al final sea bueno, excelente.
Segundo consejo: ¡Fuera el ocultismo… todo a las claras!
Hay quienes traman todo en la oscuridad: utilizan el secretismo, el disimulo perverso para llevar a cabo sus intereses bastardos.
Jesús dice que estos tales no conseguirán lo que pretenden, porque “no hay nada encubierto que no haya de ser descubierto, ni oculto que no haya de saberse”.
Los discípulos de Jesús no tienen que ocultar nada: lo que han escuchado en la oscuridad, han de decirlo a la luz; y lo que han escuchado al oído, han de proclamarlo desde los terrados”.
Un auténtico discípulo de Jesús no tiene nada que ocultar. .
Tercer consejo: ¡Si das la cara por Mí, yo la daré por tí!
Es una especie de pacto del Señor con su evangelizador.
Lo que haga el Evangelizador por Jesús, lo hará Jesús por su Evangelizador ante el Abbá.
Jesús muestra una gran radicalidad en ésto: porque llega a decir que “si alguien lo niega ante los hombres, también Él lo negará ante el Padre”.
Pero sabemos que esa negación, nunca es definitiva. Ya dice otro famoso texto bíblico: “que si lo negamos, Él nos negará; si le somos infieles, él nos será fiel, porque no puede negarse a sí mismo” (2 Tim 2,12-13).
¡Hagamos de Jesús nuestro gran y maravilloso Consejero! ¡Hagamos de su Evangelio nuestro libro de consulta! El Espíritu Santo -estemos donde estemos- crea las condiciones para que se produzca el encuentro. Y si hay encuentro, ¿dónde el miedo?