No preguntes el por qué

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«A los contemplativos y contemplativas: Gracias por mostrarnos la esencia de Dios, el amor»

No hay que preguntarse tanto por el porqué sino por el cómo.

Digo esto porque nos encanta saber el motivo por el que nos regalan algo, nos prestan atención, nos quieren, y por todo lo que nos viene de los demás. Eso mismo ocurre con Dios. No nos basta con las demostraciones de cariño y queremos saber, a ciencia cierta, el “por qué”.

Somos seres creados por amor y nos sentimos vivos cuando somos amados y podemos amar. La revelación más grande sobre Dios nos la proporcionó su Hijo con palabras y con obras; mostrando que es el Dios del Amor.

En el evangelio de esta Jornada se nos recuerda el “cómo”: Dios, por amor nuestro, nos envió a su Hijo hecho hombre para que no acabáramos descorazonados. Quien acoge a Jesús acoge el amor del Padre y se vincula a esa realidad en la que fuimos creados; nos salvamos. Ahora, si no nos creemos el Amor que Dios nos ha tenido entregándonos a su Hijo, nos desvinculamos de la fuente, nos agotamos, nos cansamos y aparecen los celos, la envidia, la tristeza, la indiferencia; vivimos condenados.

Pero hoy, también se nos ofrece el “por qué”: “El hijo ha venido para salvar no para condenar”. ¡Bien, ya tenemos el por qué! Pero para mí que nunca quedamos satisfechos… Las expresiones “salvar y condenar” nos abruman. Detrás de cada una de ellas subyace una imagen de Dios: la que nos salva es la del Dios Amor demostrado en Jesús, la que nos condena es la que no lo reconoce. Lo que está de fondo es nuestra libertad y nuestra confianza.

Esa es su imagen y su revelación plena, y ninguno de nosotros es quién para enmendarle a Dios la plana y obligarle a forzar nuestra libertad. ¡Que no! El mismo Moisés tuvo que inclinarse ante la grandeza de Dios y reconocer la cerrazón de su pueblo que, libremente, quiso darle la espalda.

Hoy es un día para pensar en la manera histórica en “cómo” el Hijo nos ha amado; esa es nuestra salvación. Podía haber sido de otra forma, pero fue así. Y reconocerlo y agradecerlo es entrar en la dimensión de la Salvación.

Hoy es un día para pensar “cómo” te está amando en tu propia vida. Tal y como eres, tal y como te mueves, tal y como te contradices. Ahí es donde puedes descubrir el Amor del Padre providente, reconocer el Amor del Hijo misericordioso, y acoger el Amor del Espíritu animándote. Dios, en su totalidad de Amor, quiere seguir amándote. No te preguntes el porqué, ni le pongas pegas o impedimentos por tu pecado o tu debilidad. Reconoce lo que eres y agradécelo humilde y libremente.

En esto vemos la acción del Espíritu en cada uno: Cuando nos libra de nosotros mismos y nos hace salir hacia el otro amándole con el mismo amor que hemos recibido. ¡Claro, eso sí! Expuestos a que los demás nos cuestionen lo que antes nosotros hacíamos con Dios: el “por qué”.

Y si no me crees, recuerda alguna de tus visitas a monasterio de vida contemplativa. ¿No te has peguntado el “por qué” están ahí encerrados? Pues te habrán dicho -recuérdalo- que están allí por el “cómo” más que por el “por qué”. Eso les salva.