Lázaro es el único que tiene nombre en esta historia, el rico no lo tiene porque no importa. Abraham y Lázaro están en un lugar, su seno, en el que parece que ya no hay necesidades, en el que el mundo está al revés. Es más, allí no puede llegar la súplica del rico de recibir un poco de agua en el dedo de Lázaro. Pero Lázaro no abre la boca, solo lo hace Abraham y el rico innominado. El último para pedir primero por él y después por los suyos. El primero para contestar con dos negativas:
– la del dedo mojado en agua porque es imposible, hay un abismo entre ellos. Como había un abismos entre Lázaro y el rico en vida.
– la segunda es la petición de que envíe al mismo Lázaro a avisar a sus hermanos para que se conviertan y atiendan a los «lázaros» de la tierra. Y esta vez la negativa de Abraham tiene un tono irónico: si no creen a Moisés y a los profetas tampoco creerán aunque un muerte resucite.
Alusión directa a la resurrección de Jesús y a nuestra propias cerrazones, no tanto para creer sino para convertirnos los que menos tienen.
Nosotros contamos con Moisés, los profetas y la claridad de la resurrección. Contamos con salir de nuestra comodidad de acomodados y abrir los ojos a los lázaros. Los abismos los creamos nosotros en el aquí y ahora de un tiempo que nos es regalado.
Por lo menos que nos contentemos con dar nosotros alguna migaja y no esperar que los lázaros las tengan que recoger cuando caigan de nuestras mesas escandalosamente repletas.