El paso de las palabras a las obras es costoso y no siempre hace justicia a la idea que se había concebido.
Solemos hablar mucho; pronunciar muchas palabras y no siempre son palabras llenas de vida, de luz y de cariño. Me atrevo a considerar que incluso son menos las palabras que llevan en sí la queja el insulto, que las palabras huecas. Palabras dichas por decir, por llenar silencios y por esconder la verdad.
Dios, nos dice la carta a los Hebreos, había intentado con muchas palabras y, a través de cientos de mensajeros, hacernos llegar su mensaje de paz y su voluntad. Pero llegó un momento en el que tuvo que pasar de las palabras a los hechos. Y ese día fue el de la Encarnación.
Ese día la Palabra de la verdad, la que estaba llena de proyectos, de luz y de vida, apareció en Belén hecha un niño, un bebé balbuciente; incapaz de pronunciar una sola palabra. Y resultó ser esa la “victoria de nuestro Dios”. Se mostró a las naciones de manera incapacitada, dependiente, humilde, necesitada… para recorrer -desde abajo- todos los acontecimientos humanos y darles sentido y palabra. Para dar contenido a nuestro nacer y morir, a nuestro vivir y esperar, a nuestro cansancio y descanso.
Todo esto puede parecer muy elevado y con poco enganche con la realidad. Es cierto, referido a ese prólogo del evangelio de Juan. Pero yo me pregunto: ¿Tienen, acaso, más enganche las críticas de la tv, las palabras huecas pronunciadas con los vecinos en el portal, los deseos insulsos de navidad, las felicitaciones repetitivas del año nuevo? ¿Acaso las palabras que decimos a pie de calle nos sirven para alegrarnos, animarnos, consolarnos?
Nosotros no estamos fuera del tiempo. Nuestra sociedad del primer mundo, en este final de 2014, pronuncia muchas palabras, pero pocas con vida y esperanza. Pronunciar ese tipo de mensajes nos compromete a amar, a darnos, a complicarnos por los demás. Por eso preferimos usar palabras de paso, de esas que nos hacen pasar inadvertidos siendo elegantes. Fíjate, hay pocas palabras -a nuestro alrededor- que nos emocionen y nos den vida. Y claro, de palabras huecas brotan pocos niños, pocos bebés, poca esperanza.
Hace unos años se estrenó la película: “Hijos de los hombres”, mostrando -alegóricamente, un mundo infecundo en el que la humanidad ha perdido la capacidad de concebir y dar a luz; ya no nacen niños. Y se muestra cómo las palabras ya no tienen ningún contenido de amor, de esperanza… sólo sirven para defenderse y para atacar.
En la convivencia del grupo de jóvenes, donde trabajamos este film, nos quedó en la retina la imagen de una mujer de color, con un bebé en sus brazos, a la deriva dentro de una barca… ¿No vino así la Palabra a nuestro mundo? ¿No vino así Cristo y el mundo prefirió dejarlo a la deriva?
Necesitamos silencio para aquilatar nuestras palabras, las que pronunciamos, y ver qué cuáles dan vida.
Necesitamos silencio para escuchar las palabras, las que nos dicen, y ver qué provocan en nuestro corazón.
Hoy sí se ha hecho carne la Palabra… Eso, ¿cómo te afecta?