NADIE ES TAN MALO QUE NO TENGA ALGO BUENO

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Nadie hay tan malo que no tenga algo de bueno y nadie tan falso que no posea parte de verdad, dijo Tomás de Aquino. Y remachó su convicción añadiendo: hasta del demonio puede decirse. Sin duda, para ver la gracia en medio de la desgracia, o para ver el bien en un océano de mal, hace falta una mirada perspicaz. También hay que añadir que la mirada se puede educar. Y que sería conveniente, de cara al encuentro con los alejados de la fe, que los creyentes supiéramos valorar las muchas cosas buenas que tienen. Pero no es de las muchas cosas buenas que hay en los no cristianos de lo que aquí quiero tratar, sino de lo bueno que siempre puede encontrarse incluso en lo más malo. Para decir palabras de sabiduría que puedan ayudar a ese pequeño bien a crecer, afianzarse y desarrollarse. Solo una palabra sabia puede entrar allí donde no se la espera ni se la desea.

Cuento dos historias bíblicas, que aparentemente están llenas de mal, para mostrar que también en ellas hay bien. En el libro del Génesis (37,18-27) se cuenta la historia de José, al que sus hermanos quieren matar. Cuando están a punto de llevar a cabo su propósito, uno de los hermanos, Rubén, dice una palabra buscando preservar la vida de José. Esta palabra buena logra que el cabecilla del grupo, el hermano mayor, se sume a la propuesta de no matarlo, a cambio de dejarlo abandonado en pleno desierto. Hay ahí un atisbo de bien en medio del mal.

En el Nuevo Testamento (Lc 16,19-31) encontramos la historia de un personaje corrupto, un rico que desprecia al pobre y que ni siquiera es capaz de mirarle. El pobre se llama Lázaro, el rico no tiene nombre. Para Dios los pobres tienen nombre, para el mundo los que tienen nombre son los ricos. Dejemos eso. El hecho es que ese personaje corrupto (así lo calificó en uno de sus homilías el Papa Francisco) también tiene su pequeña semilla de bondad. Y cuando se encuentra perdido totalmente en le infierno, piensa en sus otros hermanos, igualmente ricos como él, y se preocupa para que ellos no vayan al lugar de tormento al que sus maldades le han conducido.

Yo suelo decir que el dogma del purgatorio es consolador, porque es el dogma del matiz. Ni somos tan buenos como nosotros nos imaginamos, ni tan malos como piensan nuestros enemigos. Todo tenemos algo bueno. De cara a la predicación sería conveniente saber descubrir eso bueno, no para excusar lo mucho malo que hay, sino para recalcar lo bueno y sacarlo a la luz. No es fácil ver lo bueno que hay en el mal. A veces no lo ven ni sus propios protagonistas. Tarea del predicador de la gracia es descubrirlo, ayudar al malvado a ver este punto de bondad que hay en él, y ayudarle así a encontrar caminos de bien. Solo partiendo del bien es posible llegar al bien. Partir del mal, recalcar el mal (aunque sea en forma de condena) suele conducir al rechazo de la condena y no logra los efectos deseados.