NADA HAY TAN PELIGROSO Y NUEVO COMO AMAR

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La tensión de nuestra vida aparece cuando nos preguntamos qué hacer o qué estamos haciendo. Cuando miramos hacia atrás, nos preguntamos qué hemos hecho; y si la cuestión es de porvenir, siempre aparece la pregunta inquietante de qué haremos.

Las respuestas se pueden clasificar desde la conjugación de dos verbos: Reparar y esperar.

Si nos ponemos «en modo» pedagógico, reparar tiene mucho que ver con solucionar. Reparar es un verbo que expresa acción pero curiosamente no tiene impulso innovador. Se repara algo para que siga prestando el mismo servicio. Y repasando nuestras agendas institucionales hay una cadena de intentos de reparación verdaderamente llamativa. No dejan de aparecer propuestas de reparación para mejor orar, mejor vivir, mejor convivir y mejor trabajar. No deja de haber esfuerzo y voluntarismo para que el guion no se rompa. Ingenuamente, llegamos a pensar que con reparar lo que tenemos, la cosa funcionará… y habrá resultados. Ocurre frecuentemente con los procesos de reorganización. Son más bien intentos de reparación. Algo así como apañar las estructuras y la organización para que dure unos años más.

Sin embargo, reparar está anunciando una esterilidad muy peligrosa. Se repara para que siga sirviendo el mismo decorado, aunque esté desteñido, rasgado o sea anacrónico. Se repara lo que hubo, independientemente de lo que hay. Es una «huida hacia delante» sostenida  en lo que el imaginario entiende como «deber ser…». Desde luego, no lo que es. Por eso remendamos, una y otra vez, estructuras conocidas, herramientas gastadas y estilos viejos… lo hacemos creyendo que, bien zurcido, aguantará el paño, la tensión de la novedad del momento. Y no es así.

Es indudable que quien opta por la vida consagrada quiere vivir una experiencia integral del bien. Quiere caminar pareciéndose a Jesús en una donación real, concreta y decidida hacia todo y hacia todos. Quiere el cambio hacia el Reino y quiere la verdad… Así podríamos seguir esbozando principios en los que un puñado de mujeres y hombres en el mundo coinciden. El problema no es moral. Es un problema estructural. Sencillamente, el decorado en el que estas mujeres y hombres representan un referente de fraternidad para el mundo, puede estar agotado. Quizá sea el momento de dejar de gastar en reparación y permitir que «nuevos hacedores» diseñen otros escenarios de consagración. Aquellos donde las mujeres y hombres consagrados aprendan de nuevo a vivir; a llorar y reír con las cosas de la vida con las que sus hermanos y hermanas de humanidad, lloran y ríen. Nuevos espacios que se liberen de la tensión, y de tener que andar reparando continuamente estructuras y visiones, para emprender un camino lleno de los ejemplos y pedagogía del Maestro. Ya saben, siempre cerca, a pie y por el camino de la vida. Quizá los nuevos escenarios no necesiten la reparación de horarios, actas, cargos y cargas o trienios. Quizá pase por la práctica de cosas tan sencillas como entender que el valor de una reunión comunitaria, no es la forma ni, por supuesto, la fecha, sino el encuentro fraterno y la búsqueda de la novedad del Espíritu. Incluso pueden enseñar, de nuevo, a rezar en primera persona contando la vida, para dejar que el Espíritu ponga vida en lo que contamos. Y todavía más, será un escenario que, mucho más pobre, y distante de la historia reciente, nos devuelva una libertad perdida con la «falsa urgencia» de proteger y remendar nuestras propuestas apostólicas…

Y alguno o alguna dirá, ¿y el otro verbo? ¿En qué consiste esperar? Pues esperar consiste en agradecer, reconocer, celebrar, perdonar y cantar. Sí, necesitamos una vida consagrada que cante el valor de la vida y no solo recite la nostalgia de lo que se acaba. Esperar es reconciliarnos con este presente y llegar a entender que el proyecto de Jesús, no solo nació en debilidad, sino que la necesita para fecundar la historia, y su fin no es otro que abrazarla. Esperar es la identidad de los consagrados, siempre dispuestos a creer y empezar de nuevo. Frágiles en la ofrenda de sus argumentos y, por eso, jamás jueces, porque esperan en Quien es la bondad y verdaderamente sabe. Esperar es buscar. Recuperar inocencia y verdad… Esperar no es un verbo competitivo, es inclusivo, integrador y fraterno. Esperar es amar.

Nuestro mundo no necesita mujeres y hombres que apañen, arreglen o reparen causas rotas que no funcionan y no deben funcionar. Necesita, eso sí, a quienes con su vida enseñen que nada hay tan peligroso y nuevo como amar.