«La fuerza de un ángel» es una magnífica película de 1996 que narra la historia de Dorothy Day (1897-1980), mujer de un extraordinario compromiso con las causas sociales de su tiempo. Crece en Chicago, en el seno de una familia protestante, y en Nueva York comienza su andadura como periodista revolucionaria; se involucra en los asuntos más candentes, entre otros los derechos de la mujer y de los trabajadores. En 1933 inicia la publicación del periódico Catholic Worker desde el que se comprometerá por la causa de los trabajadores y de la paz. Además del periódico, Dorothy abre una Casa de Hospitalidad en los barrios bajos de Nueva York. Ella decía: «Lo que nos gustaría hacer es cambiar el mundo, hacer un poco más simple que la gente se alimente, se vista y tenga un techo como Dios quiso para ellos…». En 1960 fue aclamada como la «dama del pacifismo» y se convirtió en un imán para las nuevas generaciones de jóvenes. Quiso trabajar por la pequeña célula de alegría y paz en un mundo avasallado, estaba convencida de que los cristianos deben siempre mantener «la cercanía con y la vida entre los pobres». De Teresa de Lisieux toma la convicción de que cualquier acto de amor, por pequeño que sea, puede contribuir al equilibrio del amor en el mundo. El título en inglés de la película: «Entertaining angels» (Entreniendo ángeles) es una expresión suya, pues considera que todos los que llegan a nuestra vida deben ser tratados como ángeles que vienen de visita.
Su historia me evoca estos días la de unas hermanas de clausura, muy queridas, que han cuidado a una joven mujer enferma, desahuciada en el hospital donde estaba casi sola pues su madre no tenía ya fuerzas para poder ocuparse de ella. Se han turnado para acompañarla y cada noche la han ungido con su presencia. Cuando murió ellas se habían convertido en su verdadera familia y tuvo una despedida como la más querida de las hermanas. En el último recodo de una vida muy dura, Ainhoa recibió la suave caricia de sus rostros y sus plegarias. En el anonimato de su historia ellas le habían regalado un regazo suave, un contacto tierno que le permitió dormirse en paz, abandonada ya en el gran Abrazo. Estas mujeres vivieron plenamente aquello que decía Dorothy Day: «Todos hemos conocido la larga soledad y sabemos que la única solución es el amor y que el amor viene con la comunidad».