Resultó pura casualidad (el pseudónimo habitual de la providencia) que el martes coincidiera en el tren de regreso a Madrid desde Galicia con un religioso (un saludo, Óscar)… nuestras compañías literarias nos delataron una vez más: libros propios de “freakis teológicos”.
El viaje dio como para hablar de muchas cuestiones que, si bien adquieren “acentos” según la realidad concreta de cada Institución, resultan comunes a la Vida Religiosa actual, al menos en España. A veces es un consuelo ver que, como dice el refrán, en todas las casas cuecen habas. Aunque hay muchas cosas en las que la Vida Religiosa femenina tiene su idiosincrasia en relación a la masculina, por carga histórica y por peculiaridades de género, ambos compartíamos la dificultad práctica para que los religiosos y religiosas confiemos en los seglares.
De un tiempo a esta parte hablamos de misión compartida y hacemos reflexiones sobre el tema, pero en la práctica no acabamos de considerarlos interlocutores válidos, situándonos ante ellos/as de igual a igual, reconociéndoles con opiniones dignas de cuestionarnos nuestras “seguridades” y muy capaces de hacer las cosas tan bien o mejor que nosotros y nosotras… aunque lo hagan de forma distinta a como lo haríamos. Con suerte, tenemos a unos pocos a los que consideramos “dignos de tal tarea” y que acabamos convirtiendo en “vitalicios” porque tenemos el listón tan alto que pocas personas pueden alcanzarlo.
Al final todo tiene que pasar por nuestra aprobación, nuestra bendición, nuestros criterios, el peso de nuestras costumbres y nuestras decisiones… y, con suerte, sólo les dejamos a los seglares que lleven adelante lo que nosotras trazamos y proyectamos. Vamos, les utilizamos para el trabajo sucio que no podemos hacer. Como eternos menores de edad que necesitan siempre el respaldo del religioso/a porque “nunca es igual que si lo hiciéramos nosotras/os” (entre otras cosas porque tienen vida, familia y no asumen como normal lo que tampoco para nosotras/os debería serlo: que la vida es el trabajo).
Esa desconfianza de fondo que creemos disimular y de la que, peor aún, quizá no somos conscientes, es el gran escollo para que asuman responsablemente y vivan como suya una misión a la que decimos que también están convocados… pero cuyas riendas no soltamos por nada del mundo. Un círculo vicioso del que sólo nos sacará el tiempo porque, como dice otro refrán, en cien años, todos calvos… o, mejor: en diez años, todas jubiladas.
La urgencia nos obligará a poner en manos de otros nuestras estructuras mientras ahora seguimos resistiéndonos con uñas y dientes… lo inminente llega sin que, en la práctica, hayamos preparado el camino. Como el Resucitado dijo a Pedro, también con nuestras estructuras llegará un momento en que “otro te ceñirá y te llevará donde no quieras” (Jn 21,18)… aunque no estaría mal ir aprendiendo a vivir en fe la desapropiación.