Julián es un laico que lleva muchos de sus pocos años de vida, buscando. Es un hombre de misión compartida. No entiende su vida sino es desde ahí y, además, tiene claro que las decisiones de la congregación religiosa con la que ha crecido le afectan. Ahora que tiene 35 años ha comprendido bien lo que significa la misión, más allá de la apetencia; la entrega sin el calor de la compensación de la aceptación; la soledad de mantenerte firme, aunque otros “abandonen la nave”; la necesidad del silencio y la oración para que no se quede todo en campañas; el valor de lo intergeneracional e intercultural para vivir aprendiendo; la urgencia de la comunidad para ser signo…
Hace pocos días lo llamaron para un trabajo. Supone un éxodo, una ruptura con el contexto en el cual estaba creando comunidad. Ahora como ingeniero vivirá a caballo entre una ciudad española, que no es la suya, y algunas poblaciones de Alemania. Me decía que no es lo mismo el proyecto de vida que un proyecto con vida, y me hizo pensar…
Seguramente, en lo profesional, ahora está en lo que ha sido la configuración de un proyecto de vida. Va a realizar en cemento buena parte de sus sueños en papel y, además, va a situarse en un contexto europeo de crisis entre esos pocos que pueden sonreír sencillamente porque tienen trabajo… ¿Pero, es un proyecto con vida? Julián sigue buscando, sigue preguntando, sigue esperando… Es de esos laicos para los que la misión compartida no es una bonita formulación o una palabra mágica que llena jornadas en capítulos y asambleas. Ha crecido creyendo que es el único camino de misión.
Emprende esta etapa, esperando que nazca otra. La suya. Seguramente sería más cómodo que ahora no pensase, mirase hacia adelante y punto. Pero pertenece a un carisma. Y eso, para bien y para mal le afecta, no le deja tranquilo. No deja de ser especial. En tiempos de particularidad, de decisiones subjetivas, hay alguien que espera de la comunidad, pertenece a la comunidad y quiere que su proyecto, con vida, pase por la comunidad… Él que no ha emitido votos, nos recuerda la esencia profunda de los votos, admitir sobre la propia vida el discernimiento de sólo su voluntad, sólo su misión, sólo su realización.
Va habiendo entre nosotros buena gente que crece con carisma, que cree en la potencialidad del evangelio, que sueña con experiencias de misión a la intemperie. Me pregunto si las congregaciones y quienes en ellas nos entusiasmamos hablando de la misión compartida tenemos generosidad para dar «cancha» a tanto evangelio inseguro. Me pregunto si tenemos disposición o posibilidad para crear ámbitos de vida y acompañar proyectos con vida.
Sospecho que Julián no es el único que está esperando, con paciencia, a que nos decidamos a otro estilo de presencia y misión. El laicado, coherente, que ha crecido al calor de las congregaciones no se contenta con el encargo, porque es vocación; ni con la parcelita, porque es adulto; ni con la suplencia, porque es original; ni con las buenas palabras, porque está formado; ni con las medias verdades, porque ha puesto sus medios al servicio del Reino… Hay un laicado en misión compartida, que necesita vitalmente que la vida consagrada esté dispuesta y capacitada para compartir misión.