Hijos de nuestras decisiones
(Montserrat del Pozo). Una de las características propias del ser humano y una de las más queridas por todos es la libertad. Muy preciada, muy deseada, olvidando a veces que su uso debe aprenderse como todo lo que determina y configura la persona.
Como seres vivos que somos, tenemos principio y fin. El principio no es decisión nuestra, no hemos elegido ni el tiempo ni el espacio, ni el cómo, ni el por qué, pero el final, sí, el final puede ser una obra maestra o un error, de cada uno depende. Se nos dan unas cartas al iniciar la vida, cartas que no son ni buenas ni malas, son cartas, el éxito dependerá de cómo las juegue cada uno, en cada momento y esto siempre es fruto de la libertad. La libertad es este don que posibilita un ejercicio específicamente humano: la elección.
Ser persona es poder elegir y este es uno de los mayores retos a los que se enfrenta toda persona, porque elegir supone valorar, dejar, renunciar, decantarse por…, y esto siempre lleva consigo un riesgo que puede generar angustia por el miedo a equivocarse. Puede haber error en la elección, pero no elegir, cuando hay que hacerlo, siempre lleva consigo un fracaso y un error.
Como educadores no podemos olvidar que debemos educar para la libertad, hay que educar para la toma de decisiones, ayudar a discernir, a cribar el grano de la paja, a distinguir entre la verdad y el error, entre el bien y el mal, aun cuando las diversas opciones se presentan muchas veces entremezcladas y no bien definidas. Saber decidir es sabiduría práctica que responde al grado de madurez alcanzado.
Algunos dirán que los resultados dependen de las ocasiones, de las circunstancias, de… en absoluto. No somos hijos de las circunstancias, todos somos hijos de las decisiones tomadas a partir de las circunstancias, sean estas las que sean. Ahí reside la grandeza humana y el fruto de su libertad que lleva también el nombre de responsabilidad.