“Para ir al encuentro del pobre hay que ser pobre”
Santiago Agrelo es el pastor de Tánger, una Iglesia pequeña, peregrina y emigrante. Es de aquellos que habla Francisco que siguen al rebaño y sueñan pastos y fuentes abundantes para todos. Religioso de formas suaves y palabras contundentes. No improvisa y, sin embargo, nunca pierde la cordialidad y cercanía. Ha estado en la Revista, nos ha dicho palabras que saben a Reino. Tiene el corazón ensangrentado de vallas y muertes en el Tarajal. La novedad de este franciscano está en la verdad que desprende. Sostiene que las fronteras las hemos creado nosotros, no Dios. Y, aunque moleste a algunos, recordará mientras tenga aliento: «¿qué has hecho con tu hermano?».
Cuando en la Iglesia de Tánger pensábamos, hace unos años, crear la delegación de emigraciones, la imaginaba como un lugar de encuentro, un pozo al que estas personas, cansadas del camino, podrían acudir a beber y descansar. Quería resaltar, sobre todo, la idea de encuentro del emigrante con la Iglesia, con las familias… y me venía a la memoria el pasaje de Jesús y la Samaritana.
Volvía de Judea a Galilea –era casi mediodía– y Jesús estaba agotado. Llegó a un pueblo que se llamaba Sicar, cerca del campo que Jacob había dado a su hijo José, allí estaba el pozo de Jacob. Un detalle, la mayoría de traducciones dicen que Jesús se sentó junto al pozo, pero algunos exegetas afirman que se sentó sobre el pozo. Es decir, se presenta a Jesús como el pozo al que vamos a beber, Jesús está en el pozo, sobre el pozo, Él es el pozo. Lo novedoso de aquel mediodía caluroso no fue el pozo, ni el agua… lo inesperado y asombroso fue el encuentro de Jesús con la mujer.
El misterio del pozo
Para evitar ideologías, sin cuerpo y sin espíritu, necesitamos sumergirnos en los evangelios y en la liturgia de las palabras que Jesús nos dejó. Antes de aventurarnos en el misterio de la cruz, necesitamos acercarnos al misterio del pozo, Jesús agotado del camino se sentó, sin más, junto a él… Ahora me gustaría poner en paralelo las palabras del cántico de Filipenses: “Cristo a pesar de su condición divina no hizo alarde de su categoría de Dios, se despojó, se hizo uno de tantos, se presentó como uno cualquiera, se abajó obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz…” (Flp 2, 6-11). De tanto oir estas palabras puede que las hayamos ignorado y hayamos trasformado en ideología el cansancio de Jesús y el increíble infierno de su muerte.
Cuando de alguien se dice que está agotado quiere decir que se ha vaciado, que ha consumido todas sus energías y el “se sentó junto al pozo” nos trae a la memoria las caídas de aquel Vía Crucis. Se trata más de eso que de un descanso sereno junto a un manantial. ¡Qué largo el camino que va desde el cielo a la cruz! ¡Qué penoso el camino que va del Padre a la samaritana! El camino que recorre Jesús desde el Padre hasta la samaritana es un camino largo, como el que ha de recorrer la Iglesia para salir al encuentro del emigrante, del africano, del que sube desde el sur del Sahara hasta las fronteras del sur de Europa.
No podemos ser espectadores en el camino
No podemos ser espectadores de este camino. Necesitamos dejar a Cristo Jesús la posesión de nuestra vida, para que Él continúe saliendo desde el Padre hasta los samaritanos de hoy, hasta los emigrantes, hasta los que recorren con su cántaro los caminos en busca de una fuente que igual no van a encontrar nunca.
Cuando nos ponemos en camino hacia los pobres o mejor dicho, dejamos a Cristo ponerse en camino en nuestra vida hacia los pobres, en realidad no hacemos otra cosa que imitar el camino recorrido por Jesús hacia nosotros.
Hay “vendedores de humo” que presentan la encarnación como una ficción, como un mito o un ejercicio de magia divina y se hacen voceros de un Dios que no pasa de ser una idea de amor romántico. Estos son incapaces de asumir el riesgo de la vida, la responsabilidad de la libertad, la verdad de la propia finitud.
Nuestro Dios, el que reconocemos revelado en Cristo Jesús, es un Dios agotado del camino, no hace trampa en el juego, su encarnación es de verdad, es anonadamiento y empobrecimiento, es ocultamiento, sometimiento, abajamiento, desprotección y es opción por la debilidad.
En esto, en la Iglesia, hemos pecado mucho, pues para ir al encuentro con los más pobres hemos creído necesario tener recursos, ser ricos. Pero las cosas no funcionan así. Como ricos no haríamos más que añadir ofensa a la situación que viven los pobres. La encarnación de Dios es enclaustramiento en su seno, es –en homenaje a santa Clara– nacimiento en humildad y pobreza.
Agotado del camino, así verás a tu Dios sea que lo contemples junto al pozo de Sicar, sea que lo mires levantado en alto en el mediodía ardiente de la cruz. Así te esperará tu Dios cuando vayas al pozo a sacar agua para tu sed. Y ahí es donde conoceremos el don de Dios, al que nos pide de beber. Nosotros podemos beber porque el resucitado lo dejó todo en el camino y se agotó en él. Es un diálogo asombroso entre Dios y nosotros; conocerás al que te pide de beber y tú le darás y Él te dará agua viva.
Las palabras del evangelio de la Samaritana adquieren un significado especial para nosotros, si las reconocemos actualizadas en las rutas de la emigración.
Iglesia de Cristo en Marruecos
Por vocación y por gracia somos Iglesia de Cristo en Marruecos, una Iglesia de forasteros y emigrantes, una Iglesia pobre que no tiene nada. Todos los recursos con los que contamos para ayudar a los pobres vienen de fuera, nosotros allí no podemos tener nada, no hay ni una sola fuente de recursos. Somos una Iglesia de forasteros, no hay ni un cristiano marroquí y no puede haberlo, si alguno hubiese tendría que ser de incognito para su familia y para la sociedad, de tal manera, que algunas personas que se han bautizado en España, cuando vuelven a Marruecos no pueden mostrarse como cristianos. Entonces les digo: “hijos a la mezquita que Dios es el mismo en todas partes, no os creéis problemas ni con vuestra familia ni con la sociedad, el corazón lo conoce el Señor”.
Somos Iglesia de Cristo en Marruecos, una Iglesia de forasteros y emigrantes, integrada por familias asentadas en Marruecos, muchas de ellas durante varias generaciones, y también por funcionarios, estudiantes, voluntarios, desplazados, personas consagradas, sacerdotes…
En este país la Iglesia católica está autorizada para ejercer sus actividades propias. En particular las que se refieren al culto y al magisterio. Podemos enseñar en nuestras iglesias, dar catequesis, hay libertad de predicación sin impedimento alguno. Como Iglesia nos esforzamos por ser, en esta tierra, testigos del evangelio y presencia activa de Cristo. Son muchos los hombres y mujeres, en esta Iglesia, que lo han dejado todo para hallarse bajo el sol ardiente de un mediodía en el lugar de encuentro con los sedientos de agua y de Dios.
Huéspedes de la incertidumbre
Desde hace años al pueblo de los pobres que conocíamos –asentado en el lugar– se ha unido un pueblo en tránsito, hombres y mujeres que han dejado su mundo para hacerse huéspedes de la incertidumbre y la precariedad, expertos en sueños rotos. Son huéspedes de las enfermedades de piel, pulmonares, piojos… lo reservado a gente que vive en los bosques, aunque algunos poderes públicos digan que viven en campamentos. Y, nos quieran transmitir la idea de que en estos bosques, en torno a Ceuta, hay unos campamentos donde están acuartelados decenas de miles de peligrosísimos hambrientos, que ponen en peligro la seguridad nacional…
No sé cómo llamar a las cuevas, a los sitios donde se refugian llenos de basura este pueblo que Dios ha plantado delante de nosotros. Un pueblo joven que hace su travesía del desierto probado por una sed que devora –a un tiempo– alma y cuerpo.
Caminos para el encuentro
Desde hace años nuestra Iglesia se siente interpelada por esta dolorosa realidad y busca caminos para el encuentro con estos hijos. El espíritu de Jesús nos ha llevado a un camino de lágrimas reales, de sufrimiento, violencia y muerte pero también a un camino donde es posible la ternura y la alegría.
Cuando releía la Exhortación Apostólica del Papa Francisco recuerdo que hablaba de la tristeza de los ricos y de la alegría de los pobres.
En ocasiones, cuando desde Tánger vamos a Ceuta, aprovechamos para llenar el coche de alimentos y, a la vuelta, dejarlos a los emigrantes que están a lo largo de la carretera. Cuando esto sucede no hay expresión de alegría más grande que la de estas personas. Solo porque ese día ya tienen para comer. Dar una alegría al pobre es muy fácil, ellos tienen una capacidad de alegría que los ricos hemos perdido. En este camino, en el camino de los pobres no se nos permite ser meros espectadores sino que ungiéndonos en el Espíritu, se nos pide llevar a los pobres la buena noticia.
El texto de la Sagrada Escritura que más he citado, a lo largo de mi vida, es el que Jesús leyó en la sinagoga: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido para que dé la Buena Noticia a los pobres…” (Lc 4, 18). El Espíritu te ha ungido Iglesia de Tánger para hacer posible, junto al manantial, tu encuentro con los sedientos.
“Dios contra Dios”
Esta expresión del Papa Benedicto aparece recogida en la encíclica Deus Caritas est, dice: “El amor llevó a Dios a ponerse contra sí mismo” (n. 10). Cristo se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. Dios contra Dios, se hizo sediento para que pudiésemos apagar en Él, en el pozo nuestra sed. Dios contra Dios, se entregó a la muerte para que pudiésemos tener vida… Todo esto se puede ver místicamente significado en la expresión de Jesús agotado del camino –Dios contra Dios– se sentó sin más en el pozo.
El 6 de febrero en la playa del Tarajal de Ceuta murieron quince emigrantes. Podemos imaginar la diferencia que habría de actitudes y mensajes por parte de los poderes públicos para la sociedad española, si ese día en vez de discutir si se cumplió el protocolo o no, se hubiese declarado en Ceuta al menos un día de luto oficial.
Hubiera sido poner de relieve la muerte y el dolor de quince personas que murieron, que merecían ser lloradas, quince seres humanos sufrientes con nombres y apellidos. No eran quince perros.
Jesús está en el pozo y en la cruz, agotado y sediento, para dar de beber. Y el discurso con los emigrantes cambiará pero no cambiará la política, las opciones, los muertos… porque nosotros no los vemos como a alguien a quienes tenemos que darles de beber, sino como a alguien de quienes tenemos que defendernos porque representan una amenaza.
Si nosotros, creyentes, tenemos esta experiencia personal de la acción de Dios en nosotros, ya no habrá nadie que justifique o que haga rebajas en relación a la política de fronteras. Ninguno de nosotros comprenderá las cuchillas, ni las vallas… no las comprenderemos porque Dios en su camino hacia nosotros no ha puesto cuchillas. Él se quedó lastimado en las cuchillas para que nosotros no nos lastimásemos.
Iglesia cuerpo agotado y sediento
Tú, Iglesia, que eres gracia de Dios para el mundo, estás llamada a ser el cuerpo agotado y sediento de Cristo, que para los pobres se hace surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.
El poder entiende de intereses, de beneficios, de propiedad y necesita fronteras y vallas que las protejan. En esto, tengo que enmendarme y pedir perdón de mis muchos pecados porque, a veces, me pongo tan en frente que pienso que no hay posibilidad de colaboración y no es así, hay posibilidad. Visto que es el poder, habrá que buscar caminos para traerlo como un vaso de agua para los sedientos y, en ese esfuerzo de buscar caminos, tenemos que estar comprometidos todos y de corazón.
Tú, Iglesia, que eres gracia, regalo, don de Dios, estás llamada a ser “Iglesia contra ti misma”. Tú no tienes que defenderte, ni justificarte… Tú, como Jesús, Iglesia contra ti misma, lejos del poder y cerca de los pobres, como está cerca de ti Jesús de Nazaret. Iglesia, no se acercarán a ti si no los acoge tu corazón antes que oigan tus palabras. Si la política presenta a los emigrantes como una amenaza, el corazón lo sentirá como una amenaza y la lengua los tratara como una amenaza, por tanto, lo primero que tenemos que hacer es purificar el lenguaje. Y de la misma manera que señalo hacia el lenguaje político –que incide muchísimo en la conciencia de los ciudadanos– tengo que señalar muy directamente al lenguaje de las parroquias, de los curas, religiosos y religiosas, cuidado con el modo que tenemos de designar al emigrante, pues está llamado a ocupar un puesto en nosotros y en nuestra casa para poder compartir con él lo que tenemos.
En nuestro corazón…
Es en el corazón donde hay que darles un nombre que nos disponga a recibirlos, podemos nombrarlos desde su necesidad y desde tu fe. Si los nombramos desde la necesidad son hambrientos, sedientos, desnudos… y a nadie se le niega un vaso de agua, un pedazo de pan o algo con qué cubrirse. Ellos serán siempre nuestros hermanos, el cuerpo misterioso y sufriente del Señor a quien amamos. Cuando decimos que la Iglesia ama a su Señor, ahí está su cuerpo, el cuerpo del Señor, el cuerpo de Cristo, los hijos a los que Dios te envía porque son sus predilectos.
Así, con el hombre y contra ti misma, llevando el evangelio a los pobres harás presente en el mundo el reino de Dios, recorrerás tu camino hasta Cristo Resucitado. Para ese reino habrás de encontrar nombres que te lo acerquen al corazón para que lo busques, lo acojas, lo anuncies, lo lleves a los amados de Dios. En tu oración, Iglesia, aprendiste que el Reino de Dios hoy vale la pena pedirlo porque es el reino de la justicia, el amor y la paz.
Leyendo el evangelio has visto que el reino de Dios llegaba a donde llegaba Jesús e intuyes que el reino de Dios ha de ir contigo a donde vayas tú, el reino, la justicia, la santidad, la gracia, la dignidad. De labios de Jesús has aprendido que ese reino tiene una querencia reservada para los pobres: “bienaventurados los pobres porque de ellos es el reino”, es suyo, está reservado para ellos.
Algunos se enfadan cuando digo estas cosas, lo siento por ellos. Sé que el reino es para todos pero también sé que solo lo recibirán los pequeños, los sencillos y los pobres.
Dichosos ellos que aciertan a entrar en un mundo en el que Dios es el Rey y en el que la vida social, –estas son palabras del Papa Francisco– “será ámbito de fraternidad, de justicia, de paz, de dignidad para todos”.
Reino fecundo como semilla en tierra buena, pequeño como grano de mostaza. Yo no sueño con una Iglesia apabullante o eficaz. Sueño una Iglesia deslumbrante, fermento en la masa, deseable más que todos los bienes, verdadero tesoro escondido, la piedra preciosa… ese es tu destino, esa es tu misión de Iglesia, buscar ante todo el reino y su justicia y todo lo demás añadido.
A quien os pregunte por lo que hacéis en vuestra peregrinación decidle que sois mensajeros del reino de Dios, que lo lleváis con vosotros. Decidle que ese reino y la justicia que le es propia es vuestra verdadera inquietud en la vida.
Si estáis en camino hacia los pobres, los pequeños, los humildes y sencillos… estáis en camino hacia la Pascua, vais en el camino derecho que te lleva a Cristo resucitado. Si así es, feliz peregrinación Iglesia de Cristo.