Así oramos hoy: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”.
Si me preguntas cuál es el motivo de nuestra oración, en qué se nos ha manifestado la bondad del Señor, en qué hemos conocido su eterna misericordia, te diría que busques la respuesta en aquellos mismos con quienes haces la oración.
Si oras con el salmista, a tu oración acudirá la memoria de las maravillas que el Señor ha hecho con su pueblo: Él es el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob; el Dios que, con mano fuerte y brazo extendido, sacó a su pueblo de la esclavitud; el Dios que hizo alianza con su pueblo y le dio una ley de vida y libertad; el Dios que en el desierto les dio a beber agua de la roca y los alimentó con pan del cielo… Con el salmista dirás: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”.
Si oras con Cristo Jesús, entra en el secreto de su relación con el Padre y con nosotros, entra en el misterio insondable del amor con que el Padre nos dio a su Unigénito. La fe te recordará una historia que el salmista no pudo siquiera soñar: En Cristo Jesús la bondad y la misericordia de Dios se han hecho carne para que nosotros vivamos. En Cristo Jesús hemos sido redimidos, reconciliados, sanados, salvados. En Cristo Jesús hemos sido agraciados con la santidad de Dios, nos sabemos transfigurados con la gloria de Dios, resucitados con la vida de Dios, enaltecidos hasta la intimidad de Dios. Por Cristo Jesús hemos recibido el Espíritu de Dios. Entonces con Cristo Jesús y con el salmista decimos: “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”.
Hoy lo decimos también con la comunidad de fe a la que pertenecemos, y en ella encontramos nuevos motivos para reconocer y agradecer la bondad y la misericordia del Señor, porque, siendo muchos, tenemos un solo corazón y una sola alma; siendo muchos, entre nosotros no hay lo mío y lo tuyo sino lo de todos; siendo muchos, lo compartido ha dejado sin necesitados a la comunidad.
Más difícil de entender para nuestra pequeñez puede ser el hecho de que hoy digamos nuestra oración con las víctimas de la iniquidad humana: con los crucificados de todos lo calvarios, con los hambrientos de todos los caminos. Con ellos damos gracias, porque Dios, en Cristo Jesús, quiso ser y es para ellos evangelio.
No habrá oración de agradecimiento si no hay memoria de las maravillas que el Señor nuestro Dios ha obrado a favor de su pueblo, en nuestro favor.
Esa memoria la hemos de guardar como un tesoro, la hemos de pasar unos a otros, la hemos de tatuar en la mente y en el corazón.
A lograrlo nos ayudará hacer del catecismo una memoria sencilla de la fe que profesamos, memoria asombrada y agradecida de las obras de Dios, de sus maravillas; nos ayudará la homilía, que lleva de la mano a los fieles para que vivamos en los sacramentos los hechos de salvación que la palabra de Dios nos ha anunciado; nos ayudará el silencio contemplativo, la soledad habitada, donde buscamos el rostro de Dios, la luz con que él nos ilumina, la paz con que él nos bendice.
Da gracias a Dios, porque no has de morir: vivirás para contar las hazañas del Señor. Da gracias a Dios, porque hoy haces comunión con Cristo Jesús resucitado de entre los muertos. Da gracias a Dios, porque has conocido a Cristo Jesús y, sin haberlo visto, has creído en él y has sentido tu corazón lleno de gozo. Da gracias porque has nacido de Dios, porque amas a Dios, porque amas a los hijos de Dios. “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”:
¡Haz memoria! ¡Da gracias!