MARIE KONDO Y LAS DIEZ VÍRGENES

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(Dolores Aleixandre).Pocas cosas me gustan tanto como encontrar coincidencias entre lo que cuenta la Biblia y “lo que pasa por ahí…”,  en la vida, en la gente, en los medios de comunicación… En esta ocasión y gracias a Marie Kondo, he entendido un poco mejor la parábolas de las diez muchachas que esperaban al novio (Mt 25,1-13). Seguramente a muchos (muchas más bien) os sonará el nombre de esa experta japonesa que dice tener como misión  enseñar a la gente a poner orden en sus hogares para que “vivan cada día rodeados de las cosas que de verdad les gusten, desechando lo innecesario y conservando solo lo imprescindible.  En su tutorial de youtube explica que desechar nos libera de cargas y nos deja energía para el presente. “Cuando terminas de ordenar todos los espacios físicos, de repente, te das cuenta de que también has ordenado ciertas cosas en tu cabeza. El orden físico lleva al orden mental y eso conduce al equilibrio”.

¿Relación con la parábola? A mí me parece clarísima: en aquel grupo de chicas había cinco desordenadas y otras cinco que “habían puesto orden” en sus cosas, en su vida, en sus afectos y en su “armario vital”.  Habían colocado en primer lugar, al alcance de su atención y de sus decisiones, lo que de verdad les importaba: esperar al novio y ordenaron su conducta y sus previsiones en función de esa prioridad.

¿Qué aprendemos de ellas? Que nos urge ordenarnos y poner delante lo esencial y detrás lo accesorio; que necesitamos tener claro  en qué nos jugamos la vida y cómo tenemos que organizarla en función de aquello que deseamos por encima de todo. Su historia nos enfrenta con una cruda realidad: en nuestro “armario vital” no hay sitio para todo” y tenemos que desechar lo accesorio. Y convencernos también  que “todo a la vez no se puede” (en su caso llegar a tiempo para ir al encuentro del novio y detenerse a repartir el aceite con las otras): aquel momento era único y urgente y les iba la vida en salir a toda prisa al encuentro del que llegaba, sin tardanza ni dilaciones. ¿Qué por qué no compartieron?   Porque  la “punta de flecha” de esta parábola va dirigida a un solo blanco: decirnos que el Reino está cerca y que hay que estar preparado para acogerlo; que el Señor está llegando para realizar con nosotros una alianza nupcial, y que su llegada es algo tan grave y determinante, que hay que poner en marcha todos los recursos de que disponemos para que no se nos escape y estar alerta, expectantes y preparados para recibirle.  Fuera el desorden de dispersiones o despistes: vigilar aquí equivale a ordenar, a tomar decisiones, a captar la urgencia del momento y sacudirse todo lastre con “los ojos fijos en Jesús”.

El aceite de nuestra lámpara es aquello que en nuestra vida es único, intransferible y no comunicable y ordenarse supone  elegir la determinación  de comprometerse con ello, de ofrecernos y entregarnos enteramente a ello. Aunque eso suponga llenar una bolsa de basura con cosas inútiles.