“No en nuestro nombre”
Introducción.
– El papa Francisco acaba de convocarnos para la vigilia de oración y ayuno por la paz en Siria. Se ha constituido líder-servidor para parar la posibilidad de la guerra que amenaza. El día nos invita a acercarnos al Evangelio, desde María, y contemplarlo con el deseo de la Paz y la reconciliación. La palabra nos anuncia que “sólo hay paz donde hay reconciliación”. La reconciliación supone sanación y encuentro, liberación de lo que separa y ata.
Historia de salvación: una historia de reconciliación para concedernos el “poder de perdonar”.
– Génesis:
Creados en el amor: Dios en su amor generoso nos llamó a la vida, lo hizo en el contexto del paraíso, compartiendo con nosotros la gracia de la vida y la unidad. Llamados a la armonía paradisiaca en la experiencia de un amor pleno, que tenía a Dios por fuente, nos inundaba personalmente en el agradecimiento del regalo de la vida y nos hacía hermano de la creación, de lo humano y de todo lo creado. El paraíso no es lugar, sino estado de armonía, paz y unidad verdadera en el ser y en el hacer. Viviendo divinamente.
Frente a la unidad y armonía del paraíso, el pecado es ruptura interna y externa. Ahora aparece: desconfianza, dolor, fatiga, miedo, violencia y muerte. La realidad se adentra en un conflicto permanente, al faltarle su fundamento y su fuente unificadora.
– Profetas:
La actitud de Dios: Ezequiel (16) proclama el hacer de Dios en la historia de la salvación, desde el símbolo de la abandonada que elegida por el rey, llegar a ser el centro de la belleza y de la riqueza, pero que siendo reina se prostituye por los caminos abandonando a quien le ha amado y elevado sobre todos. La actitud del Rey no es otra que volver a encontrarse con ella, para enamorarla y seducirla de nuevo, para abrumarla con su perdón gratuito y generoso, embelleciéndola de un modo nuevo. Su amor tiene el poder para perdonar, su perdón tiene tal fuerza que transforma y sana. Si sus pecados son rojos como la grana, serán blancos como la nieve cuando sean perdonados por la misericordia de Dios, nos dice el profeta. No hay duda de que la victoria está en manos de Dios, y El vence por el perdón. Esta es su fuerza más poderosa.
– Cristo: El es nuestra reconciliación, es nuestra paz.
En El se nos abre el horizonte de la reconciliación que da la vida, que nos obtiene la armonía, la unidad, la plenitud. Primero de él consigo mismo, no tiene reparo en entrar en las filas de los pecadores ante Juan Bautista, como un pecador más, buscando la unificación en su interior con todos los hombres del mundo y sus debilidades; con el Padre en quien aprende a amarnos como El le ama, y a perdonarnos como El perdona – como en la parábola del hijo pródigo donde el perdón no viene dado por la petición del hijo, interesada por el hambre, sino por la abundancia y generosidad del padre que sobrepasa todo pecado y se ofrece gratuita, enseñando que perdona el que está mejor y mejor puede, aunque no sea el culpable y este no sepa ni pedirlo-; con toda la humanidad, cuando desde la cruz se dirige al Padre con esa petición transversal para toda la historia y todos los humanos: “Perdónales, porque no saben lo que hacen”. No hay nada que le detenga en su ansia por perdonar y reconciliar, aunque sea a costa de su propia vida, porque sólo el vive en radicalidad lo que enseña: “el que esté dispuesto a perder su vida la ganará, y el que quiera asegurarla la perderá”.
Perdón y violencia: el ha vencido la violencia amando, perdonando, con la fuerza de la reconciliación que le ha dado el padre; lo ha exaltado desde la cruz, el crucificado ha resucitado y tiene todo el poder, el poder de perdonar que es el máximum de poder posible en lo humano.
La venganza no es poder, porque destruye y genera más violencia; el perdón, y sólo él, sana y genera vida auténtica y paz verdadera.
La Paz es el fruto del perdón recibido y donado.
Cristo, a los que hemos sido bautizados en él – hemos muerto y resucitado con él- no da su poder de perdonar, para que reconciliemos todo con él y por él.
– María: al servicio de la reconciliación. Madre de la paz.
Ella ha sentido y vivido:
La violencia como mujer y madre.
Ha huido.
Ha vivido la pobreza y la sencillez máxima.
Ha llegado junto a Jesús hasta la cruz.
Ha experimentado la debilidad y el miedo de la comunidad.
Pero lo ha vivido en Cristo:
Madre del perdón y de la paz, ha gozado de ese ser y sentir de Dios que:
Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, despide vacíos a los ricos y llena de bienes a los pobres, que acompaña al pueblo siempre con misericordia y compasión como le prometió a Abraham, que cumple todas las promesas.
Ella se entiende como medianera de la reconciliación en Cristo y en la comunidad, intercesora por los rotos y desvalidos, por los que sufren los golpes de la violencia que nacen de la injusticia y de la intemperie.
– Misión de la Iglesia: la reconciliación es su ministerio.
La iglesia llamada a ser sacramento de la unidad de los hombres con Dios y de ellos entre sí, sabe que tiene como misión fundamental y única el ministerio de la reconciliación. Su horizonte es recobrar la verdadera unidad que sana y que libera en todo orden de existencia, en primer lugar al propio yo en la construcción de su proyecto de vida. La iglesia opta por la unificación de la persona y el servicio a ella para que encuentre la plenitud de su realización y felicidad, en la coherencia de la autenticidad y de la originalidad. Pero sabe que esta plenificación no es viable si no se adentra en la horizontalidad de los otros como hermanos, con los que se complementa y en los que se perfecciona desde la compasión y la misericordia; a la vez que necesita vivir en armonía con la propia naturaleza, la tensión ecológica nace así , más que como un regalo humano a lo natural, como una necesidad de la propia humanidad que para ser tal necesita de una naturaleza sana y armoniosa que facilite lo verdaderamente humano. Pero tanto la reconciliación interna del yo, como la externa con los otros y la naturaleza, necesita de la fundamentación en el corazón del Padre por Jesucristo en el Espíritu, y esto sólo es posible si abrimos nuestra alma a su presencia y permitimos que sea él quien nos reconcilie con su trascendencia como fundamento y fuente última de todo lo que somos y anhelamos. El encuentro con Jesucristo se convierte así en el gozne fundamental de la posibilidad de vivir en paz y reconciliados con nosotros mismos, con lo humano, lo natural y con lo trascendente y divino.
– Llamada y compromiso cristiano:
¿ Qué aportamos y qué pedimos al mundo en estos momentos?
Siguiendo al Papa, que lidera el deseo de la paz, hemos de exponer que toda posibilidad de declaración de guerra nunca va a contar con nuestro apoyo: “no, en nuestro nombre”. Ni guerras, ni violencias de ningún modo.
Hemos recibido el “poder de perdonar” , eso es lo propio de la Iglesia y de los cristianos. El signo de que nos hemos encontrado con el resucitado, que hemos sido bautizados en su muerte y hemos recibido por el poder de su resurrección el poder de perdonar. Sabemos que el Padre nos otorga esa capacidad que nos hace libres y nos perfecciona en nuestro ser. Sabemos que al perdón no se llega desde la penitencia del pecador, sino desde la magnanimidad del que puede perdonar, que siempre será el que mejor se encuentre para poder hacerlo. Perdonar no es un objetivo del que ha ofendido, sino del agraciado que tocado por el resucitado es capaz de hacerlo de un modo generoso y gratuito. Los que son del resucitado y tienen su espíritu no pueden hacer otra cosa que perdonar.
¿Y cómo ejercer el perdón, la reconciliación?
El primero horizonte está en nuestra propia persona, caminar en orden a logar nuestro equilibrio interno y externo, la serenidad, la coherencia. Para ello hemos de ejercer el perdón y la compasión con nosotros mismos y con nuestros límites. No se nos pide la perfección de una exigencia rigorista, sino la de la compasión y la misericordia, que sabe amar y consolar incluso desde los límites y las imperfecciones propias y ajenas.
Desde nuestro proyecto personal hemos de mirar nuestro mundo en todas sus dimensiones, se nos pide pensar globalmente y actuar localmente, así también en el proceso de la reconciliación. En Cristo ya hemos sido reconciliados, pero es un proceso vivo y paciente en el que podemos tomar parte desde nuestras particularidades y nuestra sencillez en todas las dimensiones: familia, trabajo, vecinos, sociedad, política… Hay modos de ser y hacer que están favoreciendo la reconciliación propia del Reino, y a esa misión estamos llamados por nuestro bautismo. Hemos de ser todos los bautizados ministros de la reconciliación en medio del mundo, de lo diario y lo cotidiano que nos traemos entre manos, en todas las tareas que son encargo de la construcción de la ciudad y de la sociedad.
Pero sabemos que la fuente del poder de perdonar y de la reconciliación no está en nosotros, habita en nuestro interior pero se tiene que alimentar y enraizar en el corazón de Dios Padre que se nos ha manifestado en Cristo Jesús. Tenemos que abrirnos al Espíritu de Cristo Resucitado para que él nos reconcilie en la profundidad de su amor y nos haga capaces de perdonar por encima de toda muerte, dolor y ofensa.
– María, junto a Jesús, se dejó tocar por el Espíritu y la gracia y se convirtió en discípulo y apóstol singular de la reconciliación obtenida por Cristo al resucitar en el corazón del Padre. Pidamos por intercesión de ella que el Señor nos reconcilie con él y sintamos el gozo y la misión del poder de perdonar para realizar el ministerio de la reconciliación en nuestro mundo, sin guerras ni violencias.