He compartido un fin de semana con la Red Ignaciana Femenina, religiosas y laicas, mujeres que llevan un largo recorrido tejiendo juntas búsquedas y esperanzas. Intentamos mirar nuestro mundo, y la propia vida, desde los relatos de otras mujeres para seguir descubriendo esas “bendiciones disfrazadas” que están ahí, aguardándonos.
Agar, pobre y esclava, nos sirvió de guía: “¿De dónde vienes y a dónde vas?” (Gn 16, 8), le preguntó el ángel cuando andaba errante por el desierto. Es una buena pregunta también para nosotras. Venimos de unas sociedades donde el saber, los modos de hacer, las costumbres, se transmitían de generación en generación, el pasado iluminaba el presente y avanzar era mantenerse en la dirección recibida. Ahora asistimos al surgimiento de una época nueva, donde avanzar ya no es mantener, sino innovar, o mantenerse gracias a la capacidad de transformación continua. Es el futuro el que da forma al presente, como si de pronto tomáramos conciencia de que no hay guión, de que lo vamos escribiendo cada día y que necesitamos recrear nuevos mapas conforme avanzamos en el camino.
Agar será expulsada al desierto con su niño, se le acaba el agua del odre y toma distancia para no verlo morir. Y es ahí, en esa situación límite, cuando recibe una invitación que volverá a reactivar la bendición en su vida: “¿Qué te pasa, Agar? No temas, Dios ha escuchado los gritos del niño ahí dónde está. Levántate y toma al niño de la mano” (Gn 21, 17-18). Es como el leitmotiv de Dios a lo largo de toda la Biblia, lo que nos va diciendo una y otra vez de múltiples maneras. Y cuando Agar tiende sus manos a alguien que está más necesitado aún que ella, en ese contacto, “Dios le abrió los ojos y ella vio un pozo de agua”.
La Red Ignaciana nos presentó dos propuestas que merece la pena contar y aprovechar si podemos: “YADA, conocer por experiencia”, un taller para religiosas y laicas “en la mitad de la vida y más”; y el X Seminario de Acompañamiento que se realiza a lo largo de dos años. Experiencias que nos ayudan a interpretar con otras los mapas hacia la Fuente, allí donde nos aguardan las bendiciones disfrazadas del Dios de Agar, al que ella llamó, cuando nadie se había atrevido aún a nombrarlo: “El Dios que vive y me ve” (Gn 16, 14).