Me preocupa el cansancio que percibo en no pocas vidas. Si algo ha de evidenciar la vida consagrada es tensión de Reino. Cambio, sugerencia, alternativa y riesgo. Sin embargo, está emergiendo una suerte de «mansedumbre muerta» que en absoluto anuncia vida… muy probablemente porque no puede hacerlo porque no la tiene.
El problema no está en el qué, sino en el cómo nos hemos acostumbrado a vivir el qué. El qué es el seguimiento de Jesús, la reivindicación activa de la causa del pobre y la propuesta de espacios de vida… vivos. Aquellos que nacen al dejarlo todo por una causa que enamora tu vida… El cómo se ha enrarecido con una normativa tejida en la costumbre que soterra, cada vez más, la necesidad de creatividad de toda vocación.
En esta maraña, difícil de desenredar, podemos continuar entretenidos en discursos alegóricos de lo etéreo. Podemos incluso llegar a justificar todo y afirmar, hasta solemnemente, que en la mediocridad también hemos de ser capaces de ver destellos de luz. Los más prácticos osarán afirmar que no es momento de palabras ilusas o alternativas que cuestionen el orden establecido. Es el tiempo de la mediocridad convertida en organización no tanto para la vida, cuanto para la supervivencia. Está garantizado que el guion tal y como está aguanta unos años. Después hablaremos de la crisis. Con menos fuerza, pero lo haremos. El problema es que el guion entretiene. Solo eso. Y nos tranquilizamos con el recuerdo de que la profecía ya está escrita… que hubo un Concilio y varios papas… que hubo un documento y no pocos intentos… Que ya sabemos tantas historias, y lo que puede pasar en ellas, que es poco menos que imposible que entre el sol de la novedad. Y es que siendo evidente que las estructuras están gastadas, no es menos cierto que las personas también.
Y ese desgaste es el que provoca la reiteración, la imposición, la falta de destreza para la convivencia, el pensamiento único, el silencio, el miedo… la mediocridad. Se atribuye a la reina Cristiana de Suecia (siglo XVII) aquella frase que decía: «Los hombres siempre desaprueban lo que no son capaces de hacer». Y se trata muy probablemente de la raíz más operante y fiera de la mediocridad, llegar a pensar que algo no pueda ser porque yo no lo puedo hacer. Difundir que algo es imposible solo porque yo no lo veo, no lo intuyo, tengo miedo o no me veo capaz. Lo que aparece entonces es la remasterización del pasado… eso sí, con cara de nuevo. Y ahora, créanme tenemos mucha propuesta para la vida consagrada que no es sino una amalgama de «cosas», vivencias, propuestas y estilos de otro tiempo… eso sí, remasterizados para que circulen en este, ya avanzado, siglo XXI.
Sin embargo, y este es el problema, la vida consagrada que tiene muchas historia no se conforma con las respuestas ofrecidas en la historia, porque es vida, es actual, es un hoy en el seguimiento de Jesús solo posible cuando se abraza y formula en el presente.
Sería cruel e injusto quedarnos en un análisis de lo que no puede ser porque no es. Es el momento de ofrecer propuestas respaldadas con el mejor argumento que la persona tiene: su vida. Es el momento de una transformación silenciosa e imparable con gestos verdaderamente nuevos que, por serlo, han de ser arriesgados y valientes. Es el momento de debilitar, todavía más, la institución y fortalecer, todavía más, a la persona. Es el momento de otras palabras, salir del eslogan y el tópico. Retornar a la vida, llamar las cosas por su nombre, convocar el sentimiento para que vuelva a la comunidad y reubicar la consagración en la alternativa y creatividad, abandonando la rareza. Es el momento de la comunión del corazón, (donde todos y todas están) y no tanto de la convención de las formas donde aparentamos estar en una sucesión de minutos huecos.
Toda persona que ha entregado su vida por Cristo tiene una historia viva que contar. Es el momento de personas que escuchen esa historia y no se conformen con modelar cómo ha de contarse. Es el momento de creer y querer a quienes están a nuestro lado sin intentar cambiarlos. Es el momento de la verdad que siempre camina unida a la vida y superar la posverdad que se conforma en relatar deseos o magnificar historias aunque no existan o no hayan existido jamás. Es el momento de la humildad que no es tanto anularnos, cuanto reconocernos y aceptar que lo nuestro solo consiste en ser aprendices de fraternidad. Es el momento de solo eso. Y, por supuesto, de seguir… y no callar.