(Fernando Millán, O. Carm.). Los lugares de tránsito son en muchas ocasiones verdaderas escuelas de vida. Los nervios, las prisas, las despedidas o los encuentros, sacan lo mejor y lo peor de nosotros y basta con mirar alrededor con atención para encontrar mil actitudes de las que aprender algo.
Hace poco, estaba en uno de esos aeropuertos asiáticos enormes, cuando pasó una señora cargada con una viejísima maleta, grande y pesada. La arrastraba trabajosamente produciendo un ruido desagradable. Quién sabe por qué motivo no la llevaba en un carrito o por qué no tenía una maleta más nueva o ligera, con ruedecitas, pero el caso es que me recordó lo que podríamos llamar la tentación de lo viejo, de lo que mantenemos a toda costa, aunque probablemente no nos haga falta, de lo que nos lastra y nos impide caminar con soltura. Es una actitud muy humana, pero que debemos superar. No podemos vivir anclados a un pasado que, en vez de enriquecernos y catapultarnos, nos lastra y esclerotiza.
En cuántas reuniones he oído esa frase que cae como un jarro de agua fría y que boicotea tantos proyectos: Eso ya se intentó hace treinta años y no funcionó, ante la que uno se siente tentado a responder: Pues déjanos equivocarnos también a nosotros…
A veces se apela a la tradición, pero no lo es. Tradición (que es una hermosísima palabra) tiene que ver, incluso etimológicamente, con movimiento, con actividad, con entrega generosa. Vicente Aleixandre, en su discurso al recibir el Nobel, llegó a decir –quizás con una pizca de exageración– que tradición y revolución son dos palabras idénticas. Congar, el gran teólogo dominico, distinguió cuidadosamente tradición (fecunda, vivificadora, nutricia) de tradiciones (y quizás debería haber dicho algo de las «tradicioncillas») que pueden ser muy buenas, pero que no siempre nos orientan hacia el futuro. Y Unamuno –tan directo y poco diplomático– nos recordó que, a veces, se confunde la tradición con los «rastrojos y escurrajas» de la misma…
Nuestra tradición no es una maleta vieja y chirriante que arrastramos de mala gana (como piensan los que la critican de forma adolescente o los que la defienden de forma integrista), sino una hermosa fuente de inspiración y un impulso continuo hacia el futuro.