Uno de los efectos de la crisis es que ha aumentado la cantidad de música en las calles y en el metro. Hay más gente tocando música y también hay más variedad de estilos. Quizá sea un signo de la globalización: más diversidad, más mezcla, más tecnología, más desigualdad. Espero que estas breves pinceladas sobre los diversos tipos de músicos que tocan en el metro (M&M) nos ayuden a comprender mejor la sociedad en que vivimos… y a nosotros mismos en ella.
Tenemos, en primer lugar, el músico-mendigo. Es decir, una persona que utiliza la música como forma de pedir limosna. Igual que otros venden pañuelos, cuentan una historia o muestran alguna deformidad física, lo fundamental aquí es sacar un dinerillo. La música es pobre, se apoya sobre todo en pistas grabadas y, la verdad, tiene un efecto mediocre. El músico-mendigo habla sobre todo de necesidad, de carencia, de pobreza.
Por contraste, el músico-profesional habla sobre todo de capacidades. Y es que hay otras personas tocando música en el metro que son verdaderos artistas. Algunos, incluso, dejan entrever una formación musical de calidad. Mientras que los primeros tocan en los vagones, estos suelen estar en los pasillos. Mis preferidos son los violinistas, que en ocasiones convierten un vulgar trasbordo entre líneas en un auténtico concierto.
Volviendo al vagón de metro, encontramos al músico-mercantil. Este ha logrado una sincronización perfecta entre la duración del trayecto entre estaciones y la pieza que toca. Parece estar más preocupado de cumplir el plan establecido que de la música en sí. Hay que medir los tiempos, los movimientos, la longitud de la línea, el itinerario trazado, la posible presencia de guardias jurados, la preparación, la colecta y la recogida, todo en sincronización casi perfecta.
Lo opuesto a la mercantilización es la gratuidad. En el metro encontramos también la figura del músico-gratuito. Se trata de un artista que toca su pieza deleitándose en ella; ofrece lo mejor de su música a los viajeros, sin preocuparse de que dure tres, cuatro o las estaciones que sean; si hay conexión con al auditorio, puede tocar otra pieza en el mismo vagón; en ocasiones, he visto que el público solicita un tema particular. El vagón se ha convertido en una sala de concierto. La gratuidad transforma la realidad. (Y, por cierto, suele recoger más dinero que en otros casos).
Y nosotros, que viajamos en el metro de la vida, ¿qué hacemos con nuestra música en el metro (M&M)? ¿Nos fijamos sólo en nuestras necesidades o ponemos en juego nuestras capacidades? ¿Medimos,“pesamos”y vendemos nuestros dones y nuestra entrega… o vivimos desde la gratuidad desbordante?