(Fernando Millán, VR). En el desierto de Sonora (en Arizona), hay grandes extensiones de terreno llenas de unos cactus enormes llamados Saguaros, conocidos por las “películas del Oeste”. Llegan a medir varios metros y están llenos de unas púas bastante peligrosas. A veces, se hace difícil y muy arriesgado el caminar entre estos gigantes. Hace unos meses tuve ocasión de visitar una zona de Saguaros en Tucson. Poco después, emprendimos camino para otra ciudad y comenzamos a subir, carretera arriba, por unas montañas cercanas a la ciudad. Curiosamente, el paisaje se iba transformando (dulcificando) y, llegados a una cierta altura, ya no había ni un solo Saguaro y todo eran pinos y abetos.
Esto me hizo pensar que, a veces, en nuestra vida eclesial, debemos también elevarnos un poco y tomar altura, para que nuestra vida, nuestras discusiones, nuestras asambleas, nuestros blogs, nuestros discernimientos… no sean puntiagudos, afilados e hirientes, como las púas de los magníficos Saguaros. En el encuentro que tuvimos los superiores generales con el Papa Francisco, en noviembre del año pasado, éste nos sugirió que, para superar los conflictos, es necesario mirarlos y tratarlos desde un nivel superior. Los políticos –dijo el Papa– resuelven los conflictos negociando; nosotros hombres y mujeres de fe, lo hacemos elevándolos a otro nivel, el del Evangelio, el del amor, el de la gracia. Ello no significa (¡ni muchísimo menos!), espiritualizarlos o ignorarlos, sino afrontarlos de otra manera, con más valentía y decisión, si cabe.
Y es que a todos nos hace falta, de vez en cuando, elevarnos un poco sobre la realidad (sin perderla de vista, ojo), respirar un aire más limpio, ganar perspectiva, ampliar los horizontes, redimensionar las cosas, dulcificar nuestros criterios para que no acaben convirtiéndose en prejuicios, en dogmas (de los pequeños, con minúsculas), en opiniones rígidas y punzantes como las púas de los Saguaros. Por ello, necesitamos, como el agua de mayo, tiempos y espacios para ganar altura y para recargar la hermosura, la poesía y la belleza de nuestras vidas, sin miedo a los Saguaros y, sobre todo, sin convertirnos nosotros mismos en Saguaros punzantes y ariscos. Sólo la gracia, que viene de lo alto, lo puede conseguir…