Los gorriones y nosotros 

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De vuelta al tiempo ordinario nos encontramos con la palabras de Jesús que nos hablan de la preocupación y el cuidado del Padre por cada uno de nosotros. 

Se trata de un contexto de persecución, de ponerse de parte de Jesús ante los demás, en momentos difíciles. Es la confesión de la luz, de la claridad ante unas tinieblas que quieren ahogar la semilla de la Palabra, como las zarzas de la parábola. 

Hoy, como en otros tiempos, sigue habiendo situaciones de injusticia que niegan el Reino. Pero la novedad es que la conciencia de estas injusticias es mucho más clara y compleja que en otros momentos. 

Tenemos mucha más información (aunque sea sesgada) y más capacidad de influencia sobre estructuras sociales y políticas (aunque no lo hagamos). Sabemos que todo está conectado: que cualquier acto, por pequeño que sea o de apariencia anodina, tiene repercusiones sobre el medioambiente y los más frágiles de entre nosotros. 

Aún así, a veces permanecemos indiferentes ante el sufrimiento humano (de los de cerca y de los más alejados). Esta indiferencia es un pecado de omisión y, por tanto, la negación del nombre de Jesús ante los seres humanos: «No por decir Señor, Señor…»  

Hoy sigue siendo apremiante que nos hagamos la pregunta fundamental: «Señor, cuándo te vimos…?» Y la respuesta sigue siendo diáfana: «Cuando lo hicisteis con uno de estos pequeños conmigo lo hicisteis». Esta es la verdadera confesión de fe en Jesús, los pequeños que siguen teniendo hambre, sed, están desnudos o enfermos o en la cárcel o son inmigrantes. Ellos valen infinitamente más que dos gorriones y nosotros somos guardianes de estos hermanos, aunque no nos guste. No hay comparación. 

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