Los contrahilos del telar de la vida

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LOS CONTRAHILOS DEL TELAR DE LA VIDA

En el telar de la vida, junto a la urdimbre, tenemos la trama o contrahilo que va dando textura al tejido. De hecho, todos somos testigos de que el sufrimiento es uno de los contrahilos del telar de nuestra vida. Y que es necesario entramarlo bien en la urdimbre de la lucha diaria, o se vuelve contra nosotros como un “nudo” que impide el laborioso trabajo artesanal de nuestro vivir.

En estos días en los que no se le ve el fin a esta larga pandemia, que ola tras ola, está dejando un poso de “cansancio existencial” en nuestros pueblos y ciudad, y en el alma de muchos una gran desilusión, se me venía a la memoria el bellísimo relato de la historia de Job, este personaje tan probado en el sufrimiento, con el que aprendió a dialogar, pero no para quedarse enredado en elucubraciones estériles, sino para llenar de sentido lo que estaba viviendo y no dejarlo desencajado del entramado de su historia. Por eso os invito a parar en los quehaceres diarios, y dar un paseo por los jardines del libro de Job recogiendo la miel de sus enseñanzas, para leer nuestro presente a la luz de la Palabra.

  • Debate abierto en Job

Este pequeño relato parte del silencio de Dios, y del hombre puesto en la encrucijada del dolor, la oscuridad y el mal. En sus páginas resuena la continua protesta de Job respecto a Dios, ante la injusticia de su sufrimiento, pero lejos de ser un “queja corrosiva”, es toda una provocación a intervenir en un debate abierto (cf. Job 31, 35).

No estamos lejos de Job, la atmósfera que respiramos es de una continua protesta por cómo se está gestionando la situación mundial de crisis. También hoy nuestros oídos están llenos de esa queja de la que rebosaba el corazón de Job.

Pero ocurrió algo grandioso en medio de la prueba del dolor, contra toda previsión, Dios decide intervenir, y el silencio se transforma en palabra. Es más el terreno del mal, en el que habían brotado las protestas de Job, se manifiesta fecundo al ser el lugar de encuentro con el verdadero rostro de Dios.

Hoy Dios sigue queriendo darse a conocer a los hombres, a todos sin exclusión de nadie, y el terreno de esta fuerte prueba de enfermedad, inseguridad y dolor es un terreno fecundo para encontrarnos con Él.

La búsqueda de Job por este Dios que parece ausente, y al que llama en sus protestas, al final se sella con la breve pero auténtica profesión de fe: “Ahora te han visto mis ojos” (cf. Job 42, 5). Este es el verdadero horizonte para nuestros días, que al final de esta prueba podamos decir: “Ahora te han visto mis ojos”. No perdamos el tiempo, ni pasemos superficialmente por los acontecimientos, pisemos tierra y gritemos al Señor. Hagamos de esta pandemia una fuerte experiencia de encuentro con Dios y de acercamiento a todos los hermanos.

Me impresiona en este breve relato que: al tumulto de catástrofes que hacen desaparecer hijos, bienes, salud, alegría…, y que reducen a Job al “basurero extraurbano” de su pueblo, le sucede un silencio atónito, un silencio de siete días y siete noches, que invade el mundo y el corazón del lector que escruta este relato. Este gran silencio es la expresión elocuente de la incapacidad de explicar el misterio del dolor. Similar al enmudecimiento que estamos viviendo frente a todo lo que estamos presenciando. Y es que este libro es un verdadero espejo de nuestros días.

Al final, este silencio se ve desgarrado por el grito de Job, portavoz de todos los que sufren y permanecen llamando a la puerta de Dios en la prueba del dolor.

Es importante este “permanecer pacientes” en la súplica a Dios, velando el momento en que Él entre en nuestro entramado diario, porque viene para restaurarnos, para bendecirnos, para colmarnos de su paz y de sus bienes.

Si tenéis sosiego para leer, descubriréis que: tras el grito de Job, se abre entonces el corazón de la obra, el gran diálogo entre Job y sus amigos, cuyas respuestas son la demostración del fracaso de la “espiritualidad puramente consolatoria”, y otro gran diálogo entre Job y Dios, digno de ser orado. Ese Dios, envuelto primero en el silencio, y en la ausencia de sus cielos lejanos, acepta el desafío que le ha lanzado el sufriente Job y comienza a hablar.

El encuentro entre ambos se da en el marco de la tempestad. Y sin duda, es este el marco en el que está siendo introducida la tierra entera, para un encuentro real con el Creador de todo, lejos de falsas imágenes de un “dios manejable”. Es mucho el bien que Job recibió de esta tempestad. ¿Cuál es el bien que nosotros estamos recibiendo?

  • La lógica de Dios y los razonamientos humanos

Job, desde el sufrimiento, comprende que: junto a la pequeña lógica del hombre, que sólo consigue conocer un fragmento de la realidad, existe un grande y superior “proyecto de Dios” inabordable por nuestros pequeños esquemas, pero capaz de colocar en su interior las dimensiones de la vida que nos resultan desbordables, como el dolor y sufrimiento de los inocentes.

Ni Job ni los amigos de Job conocen a Dios realmente.

El libro de Job, más que una solución al misterio del dolor, es una invitación a destruir una falsa imagen de Dios, hecha a nuestra medida. Y reconocer que hay, por encima, un proyecto de Dios que consigue colocar en su lugar ese mal que nos descoloca. El plan de Dios acomoda el dolor en el segmento de la historia que salva de falsedades, por eso es historia de salvación. A cada crisis de la historia cae una mentira y emerge una gran verdad. De ahí la famosa frase: “Te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos” (cf. Job 42, 5).

Este pequeño libro no finaliza con una solución racional al escándalo del mal, sino con una profesión de fe, que conlleva una racionalidad superior a la lógica humana. Y quizás este sea el fin hacia el que nos conduzca esta larga pandemia, una renovada profesión de fe, porque nuestros ojos han visto caer nuestras falsas seguridades, y hemos experimentado cómo sólo Dios permanece sólidamente sosteniendo nuestra existencia, algo que ni la ciencia, ni la técnica han podido.

  • La conversión al silencio

Se han dicho tantas cosas en estos meses, que necesitamos callar un poco, como Job. Escuchemos, después de tanto debate y lluvia de palabras, la conversión al silencio de Job: “Me taparé la boca con la mano. Hablé una vez, no insistiré. Dos veces, nada diré” (cf. Job 40, 4b). Aunque este es un gesto jurídico de la época para declarar concluida una causa, también es símbolo de respeto a lo expuesto por Dios en su intervención, respeto a la lógica de Dios.

Yo diría que la conversión al silencio de Job, no es sólo descubrimiento de la humildad radical del hombre, cuando dice: “Me siento pequeño ¿qué replicaré?” (cf. Job 40, 4a); es sobre todo la celebración de la grandeza y la libertad de Dios. Su silencio es reconocimiento del “misterio”, ante el que la criatura calla, pero que se convierte en el “confesar” y “ver” de las últimas palabras de Job (cf. Job 42, 2.5).

El gran sufriente se convierte en el gran creyente. Es esto a lo que estamos siendo llamados en esta pandemia que está tocando todos los niveles de la vida.

Job había vivido su prueba como una pregunta sobre Dios (cf. Job 23, 3-4). Cuando, por fin, puede encontrarlo y hablarle, sus labios se cierran. Dios no le da respuesta. Su presencia y su existir son la respuesta.

La vía pobre del dolor, es la vía de la fe libre de falsas imágenes de Dios. Me ayuda vivir estos días desde esta verdad, y a la luz de este relato, que lo siento muy cercano a nuestra presente.

El libro de Job es el canto de una experiencia de encuentro con Dios, que pasa por la tiniebla del sufrimiento, para descubrir la luz del día de Dios, al que no podemos domesticar según nuestra voluntad mediocre, pero que se convierte en nuestro único Salvador y cimiento.

Dios, en vez de mostrarse para aplastar al hombre que le interpela, como suponían los amigos de Job, se revela para invitar al hombre a una experiencia de diálogo, pero sólo a través del riesgo de la fe. Y en este diálogo, Dios da el sentido último al ser creado, es el mediador, el que traba al hombre en la armonía de su proyecto salvador. Después, será Cristo el “perfecto mediador” entre Dios y los hombres (cf. Hb 1,3; 4,15).

  • Una relación que tensiona la vida

Atrae mi atención este libro de Job en el que descubro una insuperable fragancia sobre la “miseria existencial”, en cuanto fragilidad (cf. Job 4, 19; 10, 9). Este relato demuele toda autosuficiencia, y nos presenta en lo que somos, frágiles criaturas necesitadas de la relación con Dios, porque si no la vida se vacía de sentido.

Pero la relación entre Dios y su criatura es una “relación de tensión”. Los amigos de Job ponen el acento en el pecado del hombre, Job -en cambio- traslada la tensión a Dios, e impreca desde el abismo de su desolación, permanece orante y en una total sinceridad. Tiene la certeza de que al comienzo de la historia ha habido una relación de amor entre el Creador y su criatura (cf. Job 10, 8-12), le dio la vida, y junto a ella su “hesed”, el amor de intimidad fiel. ¿Cómo luego quebranta este amor en una relación de castigo?

Responder a esta aporía es la tarea de toda la obra que os invito a leer. El libro de Job es el libro de la interrogación sobre Dios a partir del hombre y su sufrimiento. Y es que el misterio del hombre se encuentra profundamente inscrito en el misterio de Dios. Se trata de volver a comprender al hombre, pero a la luz de una verdadera comprensión de Dios. El dolor es carne y sangre de Job, y Dios es una persona a la que interpelar, porque está implicado en nuestro existir. Por eso Job lanza a Dios su grito, que se convierte en una lucha cara a cara con Dios.

Esta espiritualidad de la lucha de Job, semejante a la de Jacob (Gn 32), no se queda encerrada en sí misma, sino que arriba a un alba nueva y a un hombre nuevo que conozca a Dios no sólo de oídas. Que la luz de este relato nos ayude a caminar en nuestra senda de cada día.