Los 12 «autos» de la relación en tiempo especial

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En el hemisferio norte del planeta tierra acabamos de entrar en el tiempo de verano. Significa luz, calor, sed… Ello implica también un cambio de las prácticas sociales. En el ámbito escolar y laboral es un tiempo de vacaciones. Se relajan las agendas, y, por unos días, se vive la liberación con respecto a la esclavitud del trabajo… Quien más quien menos se mueve de su domicilio, utiliza medios de transporte; con frecuencia el automóvil.
Hay otros «autos» que es necesario tener en cuenta para vivir este tiempo como cambio de ocupación, oportunidad de descanso, de recuperación y de crecimiento personal y espiritual. Es un período anual lleno de oportunidades. Y la oportunidad fundamental es que permite el contraste y el balance. Suele ser un tiempo dedicado a la formación personal, a los ejercicios espirituales. Hay más oportunidad de tomar decisiones personales, sin que vengan dictadas por la organización, por el trabajo. En el contraste biográfico con los otros compañeros, con las personas de la propia familia de origen, se plantean con intensidad las cuestiones fundamentales: ¿Qué estoy haciendo de mi vida? ¿En qué la estoy empleando? ¿Qué relaciones estoy viviendo realmente? ¿Sigo con pasión el proyecto de vida que inicié un día? ¿Me veo apagado y desvitalizado sin razones fuertes para seguir creciendo? Preguntas como estas llevan siempre al fondo de la vida misma: ¿Estoy siendo feliz en comunidad? ¿Estoy siendo una persona que vive y ama como Jesús nos enseñó? Para poder vivir auténticamente el amor fraterno, se requieren algunas actitudes previas y fundamentales. Son punto de partida e itinerario permanente para vivir relaciones fraternas, constructivas y personalizadas.
Aunque de modo diferente, estos doce «autos» son aplicables a las relaciones adultas de amistad, de familia, de matrimonio, de comunidad fraterna. Nos interesa pensarlas de cara a la relación fraterna.
Podemos verlos como doce ingredientes de la relación fraterna:
Auto-estima, consiste en tener una suficiente consistencia en sí mismo como persona; saberse y sentirse digno y merecedor; sentirse capaz de disfrutar y gozar. Tener conciencia de ser digno del amor de los otros porque son generosos y son capaces de amar gratuitamente. No lo hacen por compasión, o por lástima; lo hacen porque han recibido ese don. Más profundamente, la auto-estima y auto-aceptación tienen un fundamento religioso. Ahí adquiere toda su solidez. Dios nos ha hecho únicos e irrepetibles; nos ha hecho libres y llamados a la libertad. Nos ha creado para la felicidad. Ésta no es ni un lujo ni una obligación; es una vocación de Dios inscrita en el fondo de nuestro ser humano.
En este tiempo especial, las personas se suelen encontrar en un contexto más personal y menos institucional. Cada uno se muestra más claramente cómo es, cuál es la calidad de su oración y de su compromiso, cómo siente su vocación, cómo es su grado identificación con la propia vocación.
Auto-aceptación, versus rechazo de la propia identidad, de secuencias, tal vez doloridas, de la propia historia. Toda forma de auto-rechazo provoca malestar; y repercute en la relación; se expresará en forma de enfado; tal vez se manifieste en lenguaje de hostilidad. Hay personas que parecen estar enfadadas con el mundo… El amor a sí mismo es la condición previa para poder dar y recibir el amor de los demás. Es una obligación el aprender a amarnos a nosotros mismos para poder amar a los demás; si vivimos con nosotros mismos una relación de masoquismo, de auto-castigo… no podemos amar a los demás. El camino del amor evangélico de gratuidad empieza en el amor a uno mismo. La falta de amor a nosotros mismos es raíz de muchos sufrimientos.
Durante este tiempo se suelen dar encuentros esporádicos con personas de nuestra historia vital. Espontáneamente nos devuelven sus impresiones. Nos brindan una oportunidad de vernos con más realismo en cuanto al paso del tiempo, en cuanto a la significatividad de nuestras vidas; también en cuanto a la intimidad o frialdad de las relaciones.
Auto-control, versus reacción. El control de los propios sentimientos, de las palabras y las acciones es indispensable para vivir relaciones adultas. En el tiempo de verano existen más situaciones imprevistas; el flujo de las acciones y decisiones no está tan programado. Surge más fácilmente lo inesperado y lo imprevisible. Existen más oportunidades de decisiones espontáneas; por ello se discute más, se hace más presente la tentación de controlar la situación, el tiempo y la vida de los demás. Las personas meramente reactivas, aun cuando lo disfracen de sinceridad, se vuelven incapaces de vivir una relación constructiva. No pueden vivir sus pequeñas o grandes decepciones o frustraciones sin culpabilizar a los demás. Un buen ejercicio para este tiempo es aflojar la tendencia a tenerlo todo controlado y previsto tanto con respecto a uno mismo como con respecto a los demás. Más experiencia y ejercicio de espontaneidad y flexibilidad es un buen aprendizaje. Y puesto que se hará inevitable, puede ser una manera de hacer de la necesidad virtud.
Auto-nomía, versus dependencia. Ésta dependencia puede venir del infantilismo. Hay personas adultas en años que son como niños caprichosos. Hay también hermanos/as en las comunidades que son como la hiedra: no se sostienen en sí mismos, venden su autonomía al precio de la comodidad de no tomar decisiones. Se dejan llevar. Tal vez están tan acostumbrados a los ritmos institucionales que les resulta difícil gestionar su propia autonomía cuando tienen un espacio para ello. Si los motivos de muchos de los ritmos en la vida comunitaria residen en que está programado, está acordado, está mandado, en el tiempo de verano es conveniente que haya oportunidad de ejercitar la propia autonomía: en los horarios, en las formas de orar, en los tiempos de esparcimiento. Bien entendido que autonomía no equivale a independencia o insolidaridad con los demás. Para una buena salud personal se necesita combinar sabiamente la autonomía personal y la pertenencia comunitaria. En los diagnósticos que se hacen sobre la vida consagrada se suele acentuar el individualismo entre los aspectos negativos; pero también la excesiva uniformidad “tiene el peligro de amenazar el crecimiento y la responsabilidad de los individuos. No es fácil el equilibrio entre sujeto y comunidad y, por tanto, no lo es entre autoridad y obediencia”1.
Auto-respeto, es decir honestidad y sinceridad con uno mismo. El encuentro con uno mismo es un proceso que dura toda la vida. Las etiquetas que, para funcionar, nos ponemos unos a otros, suelen ser parciales y superficiales. El encuentro con la propia realidad profunda es una tarea difícil. Solemos perder la pasión por conocernos más y la pasión por conocer a los otros. Esa pérdida y desinterés constituye un signo negativo. Cuando se marchita el amor, se desmotiva el conocimiento. Pero el camino del encuentro con uno mismo suele ser tortuoso. Está muy tentado de auto-engaño, de simulación, de apariencia, de proyección. Jesús en el Sermón del Monte señalaba con claridad un tipo de comportamientos que se apoyaban en la apariencia y en la imagen, sin tener en cuenta la autenticidad del corazón.
Este tiempo especial de los ritmos comunitarios nos sirve de espejo. Se trata de no engañarse a sí mismo fingiendo amor y ternura allí donde no existe; simulando cercanía, allí donde el corazón se siente distante y tal vez solo. No auto-engañarse acerca de los demás, diciendo, por ejemplo, como el esposo que pide a la esposa: “miénteme, dime que me quieres”. El auto-respeto tiene que ver con la autenticidad de la propia vida. Y eso se muestra de manera especial en las situaciones en que, lejos de la protección de la comunidad, vivimos a la intemperie y nos relacionamos con otras personas individuales.
Auto-confianza, que consiste en saberse uno capaz de dar amor, de gestionar su vida. Es ésta una dimensión básica de la vida sana y de la vida creyente. Cada uno podemos bendecir el hecho de haber nacido; podemos tener una experiencia agradecida de la vida que se expresa en la confianza de que su vida está bien, que es bueno que él o ella exista; que uno es digno de ser reconocido, tenido en cuenta como persona. Es frecuente que estos tiempos especiales los religiosos/as se vean confrontados con personas que ponen en cuestión su estilo de vida, su opción vocacional de una manera explícita o implícita. Al menos, se ven confrontados, de forma directa, con el hecho de que para muchas personas, las vidas consagradas carecen de significación; les parecen una pérdida; que están fuera de la realidad de este mundo actual. Tal vez te ves mirado con lástima y compasión: ¡pobre hombre! ¡pobre mujer! Y, sin embargo, esa mirada de lástima, a parte de dolor, puede brindar una buena oportunidad para renovar la confianza en uno mismo, en la suerte que es el seguimiento del Mesías de la esperanza.
Auto- revelación, reside en la capacidad de decirme, revelarme en lo que siento y en lo que vivo, en lo que espero y lo que amo, en mis sueños y frustraciones. El tiempo de transición de un curso a otro es un tiempo oportuno para dejar fluir nuevas visiones sobre uno mismo y abrirse a nuevos horizontes. Durante las rutinas del tiempo de trabajo la auto-revelación acontece en la repetición de las acciones, de los encuentros y las motivaciones. Alejados y relajados de la fuerza de lo repetitivo, pueden emerger decisiones nuevas, motivadas por nuevos encuentros. Las lecturas, los encuentros personales, los tiempos de formación espiritual, pueden abrir tiempos nuevos en la propia vida y ayudar a pasar página sobre los ya vividos y concluidos.
Auto-exigencia, frente a la pasividad y la espera. Las relaciones de amor fraterno hay que crearlas y gestionarlas; son fruto de la interacción de personas adultas que tienen claro su proyecto y su sueño de vida. Uno no puede dejarse llevar simplemente de la inercia. Tiene que empeñarse en dar lo mejor de sí mismo. Necesitará poner en juego la mejor gratuidad, la mejor capacidad de creer y seguir adelante. El hecho de vivir por un tiempo fuera de la propia comunidad de vida puede ofrecer la oportunidad de valorar más positivamente lo que se experimenta en la convivencia diaria. En cualquier caso, todo tiempo es bueno para hacer patente a la consciencia que “las formas antiguas y nuevas de especial consagración están llamadas a ser verdaderas escuelas de vida espiritual, en las que se leen las Escrituras según el Espíritu Santo en la Iglesia, de manera que el pueblo de Dios pueda beneficiarse”2.
Auto-realización, no a pesar del otro o en conflicto con el otro, sino en relación con las otras personas. Es una tarea ineludible. Y una responsabilidad teologal. Tiene que ver con el sentido de la propia vida y con la misión personal que cada uno hemos recibido dentro del plan de Dios. Más que tener nosotros la misión, es la misión la que nos tiene a nosotros, como muestra la película Cartas al P. Jacob 3. Para esa auto-realización es menester aprender a gestionar las diferencias como complementariedad y como regalo; no como amenaza de la que hay que defenderse. “Considerando algunos elementos del presente influjo cultural, hemos de recordar que el deseo de auto-realizarse puede entrar a veces en colisión con los proyectos comunitarios; y la búsqueda del bienestar personal, sea éste espiritual o material, puede hacer dificultosa la entrega personal al servicio de la misión común; y, en fin, que las visiones excesivamente subjetivas del carisma y del servicio apostólico pueden debilitar la colaboración y comunión fraterna”4.
Auto-donación, que se refiere en primer lugar a la entrega de sí mismo, del propio afecto e intimidad, no sólo a compartir la actividad y de los bienes exteriores; se trata de donación de la propia intimidad que incluye la propia vulnerabilidad, allí donde uno sabe que puede ser herido. Sólo a esos niveles echan raíces las relaciones verdaderamente vitalizadoras, las relaciones humanas de amor, de amistad… En las conversaciones informales de los tiempos no programados emerge con frecuencia este nivel de la experiencia personal. La vivencia de un tiempo sin programa detallado y comprimido puede permitirnos el contacto con nuestra propia soledad, con el pulso de nuestra existencia y con su vigor.
Auto-perdón. Uno tiene que haber aprendido a perdonar los propios errores para poder estar abierto al perdón de los demás. El auto-perdón es la fuerza capaz de eliminar el rencor, los resentimientos. Es capaz de liberar del peso de las heridas de la propia historia. Con frecuencia caminamos por el camino de la vida llenos de la pesadumbre de nuestros propios errores. Hay quien almacena mucho resentimiento. Así es imposible avanzar por el camino del amor fraterno; la memoria personal está cargada de hostilidad y de enfado. Soltar este lastre mediante la reconciliación y el perdón facilita el avance en el itinerario del crecimiento personal y espiritual.
Auto-trascendencia consiste en la necesidad de aumentar las posibilidades, necesidad de expandirse. Se concreta el deseo de hacer y producir nuevas cosas, de saber más… El ser humano es creativo y creador, tiene ansia de creatividad.
El ser humano es “semilla de plenitud”. La insatisfacción permanente que habita en nosotros es anhelo de infinitud. Dios es el amor imposible para el hombre; no lo puede lograr ni puede dejar de anhelar. Pero el encuentro definitivo con Dios hunde sus raíces en el fondo de lo humano; el ser humano lleva inscrito el dinamismo, un sueño, un proyecto de plenitud; este proyecto de plenitud pugna por realizarse. Mantiene nuestro corazón inquieto. Sólo la relación con el Dios que es comunión de amor aquieta nuestras aspiraciones. Y sólo desde su promesa podemos mantenernos en el camino del amor fraterno.

1 CIVCSVA, El servicio de la autoridad y la obediencia, n. 3
2 Verbum Domini, n. 83
3 (Postia pappi Jaakobille, Finlandia, 2009). Película dirigida por Klaus Härö; con Kaarina Hazard, Heikki Nousiainen
4 CIVCSVA, El servicio de autoridad y la obediencia, n.3