En ocasiones nuestras homilías o catequesis se convierten en respuestas a preguntas que nadie hace. De ahí su falta de interés. Algo de eso dijo el Papa en su viaje a los países bálticos. Refiriéndose al Sínodo dedicado a los jóvenes, tras citar la palabra de Jesús: “venid a mí, todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”, Francisco preguntó: “¿por qué los jóvenes ya no acuden a la Iglesia a aliviarse?”. Quizás no sabemos escuchar. “Muchos jóvenes no nos piden nada, porque no nos consideran interlocutores para su existencia. Algunos incluso piden que los dejemos en paz, sienten la presencia de la Iglesia como algo molesto y hasta irritante”, dijo también el Papa.
Cobrar conciencia de esta situación nos ayuda a buscar palabras y gestos significativos, que respondan a las grandes preguntas del mundo de hoy, aportando la luz del Evangelio. Si el Evangelio es una buena noticia, ¿cómo es posible que al escuchar nuestras catequesis muchos se aburran o se queden indiferentes? ¿Será porque esas catequesis no transmiten una buena noticia? Importa expresarse con un lenguaje cercano y comprensible, el lenguaje de nuestra gente, y hacerlo de forma provocativa, con la provocación que plantea el evangelio de Jesús. Provocar no es molestar, es interpelar, es llamar.