Comenzamos el Adviento, el tiempo de espera para su llegada, y la pregunta es: ¿Esperas a Cristo en tu vida?
Puede ser que no tengas ilusión ni esperes nada de Él y todo este tiempo litúrgico se convierta en puro adorno y anticipo de una Navidad vacía de Dios.
Pero puede que esperes a Dios más de lo que te imaginas. Porque resulta que estás aquí en misa y en cada eucaristía comulgas al Señor y le dejas hacerse carne de tu carne. Y eso no aleatorio, dice mucho de ti y de tu relación personal con Él.
Estos días son necesarios para “darnos cuenta del momento que vivimos”. La carta a los Romanos nos invita a los cristianos a vivir despiertos, a dejar atrás una vida mediocre, vivida sin pensar y sin pararse, para ser conscientes de cada momento. Es la propuesta de frenar el ritmo de vida y comprobar cómo estamos. Nos dice que el sentido de la vida no viene sólo de comer y beber y casarse –como cuenta el evangelio de los tiempos de Noé-. Es cierto que hay que comer, vestir, tener un techo y posibilidades, pero no lo es menos que en procurarnos eso se nos puede pasar el amar y ser amados. Y el amante por excelencia es el Señor. Nuestra dignidad –nos ha dicho el papa en la Evangelii Gaudium- nos viene del amor inconidicional e inquebrantable de un Dios que nos ha amado y lo sigue haciendo.
Un Señor que vendrá de nuevo a nuestro mundo para clausurar toda la creación. Por eso se nos invita a:
– Estar en vela. El Señor llegó, pero el mundo no se enteró porque entró en la historia con sigilo. Cumplió las profecías, llegó a Belén y se encarnó de María Virgen y tomó la estirpe de David. Pero no se dieron cuenta porque no lo esperaban. Les trajo la Salvación tan de improviso como un ladrón roba su botín. Bien es cierto que Jesús no es un ladrón, pero el sigilo y la sencillez serán las mismas que las de la primera vez en belén, donde sólo le acogieron los pastores y los humildes.
– Estar preparados. Los profetas mantuvieron la fe de su pueblo mirando hacia el futuro, interpretando los signos que anticiparían la llegada del Mesías: “Hacia (el monte Sión) confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos… De las espadas forjarán arados; de las lanzas podaderas”. Signos de su llegada que yo no llego a ver bien, por eso me pregunto si vosotros ya lo veis en nuestro tiempo.
Precisamos detenernos y ver qué predomina en nuestro tiempo si las lanzas o las podaderas. Si predominan el sembrar o el cosechar. Es cierto que signos de bien hay cientos, miles, pero son solapados por los signos de muerte y violencia de nuestro mundo, de nuestra propia vida. Por eso “prepararse” no significa llenar la despensa de polvorones y la casa de adornos, sino dejar las actividades de las tinieblas –esas que hacemos sin pensar en las consecuencias- y pertrecharnos con las armas de la luz –entrega, don, perdón-. Y para que resalten esas acciones de amor hemos encendido la primera vela de la corona de Adviento.
El Adviento tiene como cometido recordarnos cómo vino la primera vez para ponernos alerta y que la segunda no nos pille desprevenidos. Por eso, párate y advierte cómo llega a tu vida, en cada hermano, en cada sacramento, en cada puesta de sol, en cada abrazo y en cada cristiano que vive alegremente su fe en Cristo.
¿Le esperas así este año?