LAS ÚLTIMAS BIENAVENTURANZAS

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Hay caminos alternativos para ser felices. No suelen ser los más frecuentados. Sin embargo, la sabiduría de Dios nos los muestra. Basta este criterio: allí donde una bienaventuranza es proclamada en la Biblia, allí se nos ofrece un camino para la felicidad. Es admirable descubrir la admirable red de caminos hacia la felicidad que tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento nos ofrecen.
Se trata de caminos “alternativos” porque no son aquellos que uno espontáneamente se esperaría. No tienen que ver con la satisfacción de los deseos más inmediatos. Pero sí tienen mucho que ver con el sentido de la vida.
Sorprendentemente el libro del Apocalipsis, el último libro de la Escritura nos tiene reservadas siete bienaventuranzas. No deben pasar desapercibidas. Son las “últimas bienaventuranzas”, son las siete bienaventuranzas apocalípticas:
l La bienaventuranza de quien lee, escucha guarda las palabras de esta profecía (Apc 1,3).
• La bienaventuranza de quien muere en el Señor (Apc 14,13). l La bienaventuranza del que vigila y guarda sus vestidos (Apc 16,15).
• La bienaventuranza de ser invitado al banquete de bodas del Cordero (Apc 19,9). l La bienaventuranza de los que participan en la primera resurrección (Apc 20,6).
• La bienaventuranza del que guarda las palabras proféti¬cas de este libro (Apc 22,7).
• La bienaventuranza de los que laven sus vestiduras (Apc 22,14). Ellas nos muestran senderos poco transitados, pero que llevan a la experiencia de la dicha, de la felicidad que viene de Dios. Se hallan incrustradas como siete perlas en el libro del Apocalipsis: al inicio y al final y en el centro culminante. Estas siete bienaventuranzas pueden sintetizarse en cuatro temas, que serán los cuatro puntos de esta meditación: l La bienaventuranza de la “lectio divina” del Apocalisis (Apc 1,3: 22,7).
• La bienaventuranza de la muerte y resurrección en el Señor (Apc 14,13; 20,.6)
• La bienaventuranza de las vestiduras blancas (Apoc 16,15; 22,14).
• La bienaventuranza de la invitación al banquete de bodas de Cordero (Apc 19,9).

¡Ante todo, la bienaventuranza o la dicha prometida y anticipada!
Las bienaventuranzas nos muestran los caminos que Dios nos ofrece para llegar a la feli¬cidad, a la dicha. No suelen ser aquellos que uno se esperaría. Nada tienen que ver con las pro¬mesas de poder, dinero, sexo, fama. Son cami¬nos que se nos ofrecen cuando menos nos esperamos, pero de la forma más discreta. Para descubrirlos se necesita mucha atención y sagacidad. Pero, una vez encontrados, no solo son caminos hacia la felicidad, sino que ya en su mismo recorrido la felicidad se anticipa. Las bienaventuranzas no son sólo una promesa de felicidad, sino que ésta comienza a cumplirse nada más ser proferidas y creídas. Por ser camino son también promesas ligadas al futuro de Dios y por eso nunca la dicha es completa “por ahora”, pero ya se pre-gusta la felicidad.
La bienaventuranza (o el macarismo –expresión técnica que nos evoca el término griego makarios o bienaventurado-) no es una bendición. Bendición es una palabra eficaz que pro¬duce lo que expresa. Bienaventuranza y proclamación de la dicha ya adquirida y presente; es el deseo de que continúe y llegue a plenitud. Es declarada bienaventurada aquella persona que ya está en el camino que lleva a la felicidad y la anticipa.
Estos caminos “alternativos” son muchos. El libro de los Salmos, por ejemplo, se inicia con una bienaventuranza: “Bienaventurado el ser humano que no sigue el camino de los malvados… sino que su voluntad es cumplir la ley del Señor” (Sal 1,1-2). Hay en él 25 macarismos, que muestran los caminos hacia la felicidad: la esperanza (Sal 2,12; 34,8; 40,4; 83,13; 146,5), el perdón de Dios (Sal 32,1-2), la pertenencia aÉl por haber sido elegido (Sal 33,12; 65,4; 84,4¬5; 144,15), el cuidado del pobre y desvalido (Sal 41), el saber aclamar a Dios (Sal 89,16), el ser enseñados y guiados por Él (Sal 94, 12-13), la observancia de la justicia y rectitud (Sal 106, 3; 119, 1-2), el temor del Señor (Sal 112, 1; 127,5; 128,1).
Recorrer los caminos hacia la felicidad que proclaman las bienaventuranzas es ya pregus¬tar aquí en la tierra la felicidad futura. Yahweh Dios era para Israel la fuente de toda dicha:
“¡Dichoso, Israel, ¿quién como tú, pueblo salvado por Yahweh?” (Deut 33,29).
Jesús es el Maestro de las bienaventuranzas. Con ellas inicia su misión profética, como el Mebasser, el mensajero de la buena noticia del Reino. Muchas son las bienaventuranzas proclamadas en el Nuevo Testamento. Nosotros vamos a centrar nuestra atención en las siete últimas bienaventuranzas transmitidas por el último libro de la Escritura Santa, el Apocalipsis.

La “lectio divina” del Apocalipsis comobienaventuranza (Apc 1,3: 22,7)
-“Bienaventurado (maka,rioj) el que lea y bienaventurados los que escuchen las palabras de esta profecía y guarden (throu/ntej) lo escrito en ella, porque el Tiempo está cerca ” (Apc 1,3).
– “Y he aquí que vendré pronto. Bienaventurado (maka,rioj) el que guarde las palabras proféticas de este libro” (Apc 22,7).
A más de una persona le resultará extraña esta bienaventuranza. ¿Cómo puede ser feliz quien lea, quien escuche y guarde este libro tan críptico, tan poco inteligible que es el Apocalipsis? Lo más obvio es que mucha gente tenga una idea distorsionada sobre este libro de la Escritura y que no muestre demasiado interés por leerlo y, menos aún, por hacer de él objeto de una “lectio divina”. Lo consideran un libro fantasioso, demasiado simbólico, que se presta a las interpretaciones más disparatadas, que tiene una visión de la realidad demasiado unila¬teral y frecuentemente muy negativa: por eso, se habla de catástrofes, anuncios lúgubres, ame¬nazas, destrucción, imperios diabólicos y finales fatídicos.
El Apocalipsis es un libro que no se puede entender diseccionándolo con el bisturí de la racionalidad. Es un libro escrito desde el apasionamiento profético. En la pasión es difícil reparar en los matices, emitir juicios muy ponderados, ver la realidad con frialdad. El amor apasionado todo lo magnifica y tiende a discernir la realidad desde el todo o la nada. No admite tibiezas, ni medias tintas. El Apocalipsis es el libro que nos presenta el desenlace de la Alianza de Amor de Dios con su Pueblo. Que se brame contra las idolatrías que atentan contra la fidelidad a la Alianza es aquello que se puede esperar. Que la fidelidad de Dios hacia sus aliados encienda su ira contra quienes los victiman y humillan es lógico. Que al final se anuncie una boda de Alianza “para siempre” y la emergencia de una nueva ciudad en la que reine Amor, es la perspectiva de sentido. El Apocalipsis es, por ello, el libro del “desenmascaramiento” y de la “la revelación” última.
En él se desenmascara el mal que puebla nuestro planeta: el mal en las comunidades cristianas, el mal en las naciones, los estados y los poderes de esta tierra. El mal desenmascarado es representado en imágenes diabólicas, bestiales. Es presentado con todo su poderío des¬tructivo y falaz. Las secuencias septenarias (las siete cartas, los siete sellos, las siete trompetas, las siete copas) nos hablan de cómo el mal se vuelve progresivamente más destructivo y virulento, hasta llegar al 6 del sexto día, es decir, el viernes de su máximo poder destructivo. Pero el 7 representa la expectativa de un nuevo inicio, el umbral de la Revelación que trae el con-suelo, la vida, el cumplimiento de la Promesa.
En el libro del Apocalipsis se “revela” quién y cómo es nuestro Dios. El que está sentado en el trono es el centro del universo. Es la belleza inaccesible, el atractivo seductor, del poder de la Vida, el centro de una liturgia de alabanza permanente. Jesús es presentado con una gran exuberancia de imágenes y de evocaciones: es el Cordero inmolado y el León de Judá, es el Sumo Sacerdote y el Rey vencedor, es el Hijo de la mujer vestida del sol y es el Esposo de la Nueva Jerusalén. La descripción de Jesús (de su cuerpo y de su espíritu) no es, ante todo, la que mira al pasado, sino al presente. Jesús no es memoria del pasado, sino presencia parusíaca que actúa en su Iglesia y en el mundo. El Espíritu Santo es la visión total y perfecta (los siete ojos), es la mediación entre Dios, Jesús y su comunidad.
El apocalíptico anuncia “lo que va a suceder pronto” (Apc 1,11), el futuro de Dios, desvela el sentido del sufrimiento y el tiempo de la justicia y la salvación. La apocalíptica desenmascara el rostro de las víctimas, precisamente cuando los vencedores y verdugos las olvidan; desenmacara el sufrimiento humano que los mitos y la metafísica quieren orillar. La apocalíptica cristiana hace al mismo tiempo memoria de Dios y del sufrimiento humano. La mirada apocalíptica busca los vestigios de Dios en el rostro de los seres humanos que sufren para darle al grito un recuerdo y a su tiempo un término.
¿Qué extraño es, entonces, que se proclame bienaventurado a quien lee esta profecía, a quienes la escuchan y a quienes se ponen de parte de Dios? ¿Qué extraño que sea bienaventurado quien se deja penetrar por la mística “apocalíptica”? Quienes lo permiten, contemplan la historia desde los fracasados, los desplazados, las víctimas, los últimos y desde su salvación y victoria final. La apocalíptica nos lleva a contemplar cómo va bajando la Nueva Jerusalén y cómo se está estableciendo entre nosotros, cómo la vieja tierra y el viejo cielo pasan y se diluyen mientras se establece un nuevo cielo y una nueva tierra.
Bienaventurados somos cuando estamos en sintonía con el mensaje del Apocalipsis. A nos¬otros nos ha sido dado conocer los “misterios del Reino” (Mc 4,10-11). El don de la revelación nos hace bienaventurados a los discípulos y dis¬cípulas de Jesús. Nos permite abrir el libro de los siete sellos y conocer el sentido de la historia, escuchar el sonido de las 7 trompetas y sentir cómo el Reinado de Dios se va estableciendo, entender cómo las siete copas vierten sobre la historia la justicia de Dios a la cual ningún poder antidivino puede resistir:
«¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron” (Lc 10, 23-24).
Así se comprende porqué a quien lea, escuche, medite el Apocalipsis y acomode a él su vida es bienaventurado. Será bienaventurada la vida consagrada cuando haga más frecuente en ella la “lectio divina” del Apocalipsis.

La vestidura apocalíptica comobienaventuranza (Apoc 16,15; 22,14)
“Mira que vengo como ladrón. Bienaventurado (maka,rioj) el que esté en vela y guarde sus vestidos, para no andar desnudo y que se vean sus vergüenzas” (Apoc 16, 15).
“Dichosos (maka,rioi) los que laven sus vestiduras; así tendrán exousía sobre el árbol de la vida y entrar por las puertas en la ciudad” (Apc 22,14).
Otro camino hacia la felicidad consiste en mantener limpia, sin mancha, blanca, lumiosa, la vestidura que se ha recibido y vigilar para no verse privado de ella. Y si por cualquier casualidad se manchan, bienaventurados son aquellos que las lavan para que recuperen su blancura.
Adán y Eva tras el pecado recibieron de Dios unos vestidos. Con ellos cubrieron su vergüenza, la marca con la cual el mal había afeado sus cuerpos. En el nuevo Pacto, tambiénel ser humano recibe una nueva vestidura. Ésta le concede la máxima dignidad. Es una vestidura que se recibe en el bautismo. Pablo incluso se atreve a decir que quienes hemos sido bautizados “nos hemos revestido de Cristo” (Gal 3,27).
También se recibe una vestidura nueva en el martirio. El Apocalipsis habla con mucha frecuencia del vestido concedido a quienes murieron mártires a causa de la palabra de Dios y del testimonio que dieron: a cada uno de ellos se les concede “un vestido blanco” (Apc 6,11).
Es así mismo agraciado con un vestido nuevo quien se arrepiente y re-establece de nuevo su alianza con Dios. A eso se refiere Jesús en su parábola del hijo pródigo. El padre que lo acoge pide que le traigan “el mejor vestido” (Lc 15,22).
A quienes mueren en el Señor y han vencido al Maligno y entran en la Vida se les dará una vestidura blanca:
“el vencedor será vestido de vestiduras blancas” y “su nombre no será borrado del libro de la vida” (Apc 3.5: 6,11).
El mismo Jesús “confesará su nombre delante del Padre y delante de sus ángeles” (Apc 3,5).
La vestidura blanca evoca la deificación del ser humano, su proximidad a lo divino, su con¬dición de aliado de Dios. De los ángeles de la resurrección dicen los evangelistas que sus vestidos eran radiantes y blancos como la luz (Mt 28,3; Marcos 16, 5; Lucas 24, 4; Juan 20, 12, 13); de los ángeles apocalípticos se dice que “sus vestidos son de lino fino y blancos como la luz” (Apc 4, 4; 19, 11, 13, 14). También los vestidos de Jesús transfigurado se volvieron blancos como la luz (Mt 17,2; Mc 9,3, Lc, 9,29). Quienes no han manchado sus vestidos cami¬narán con Jesús con vestiduras blancas porque son dignos; el vencedor será vestido con ella (Apc 3,4.5).
Por eso, es llamado Bienaventurado él que vela y guarda sus vestiduras (Apc 14, 15). También se espera que Jerusalén se vista de hermosura (Is 52,1; Ez 16: 10, 13). En la fiesta de la Alianza cada uno ha de ir vestido de boda y quien no, será echado fuera, a las tinieblas (Mt 22: 11-13).
Es obvio que esta bienaventuranza no se refiere a la forma material de vestir. Se trata de una imagen del espíritu humano: el vestido es el símbolo de la propia identidad; y es en ella donde se descubre si uno vive o no en Cristo Jesús, si uno es habitado por el Amor que viene de Dios: “en esto conocerán que sois mis discípulos: en que os amáis unos a otros”. Por otra parte, esta vestidura ontológica nos muestra como la comunidad de las vestiduras blancas y luminosas. De quienes visten con el color de Dios.
Nuestro bautismo no hace bienaventurados: hemos recibido la vestidura de Cristo Jesús. Y bienaventurados son quienes conservan esa vestidura, la lavan, y la reciben blanca y resplandeciente tras su muerte.

La invitación al banquete de Bodas delCordero como bienaventuranza
“Después el Ángel me dijo: “Escribe esto: Bienaventurados (maka,rioi) los que han sido invitados al banquete de bodas del Cordero”. Y me dijo: “Estas son verdaderas palabras de Dios” (Apc 19,9).
La última bienaventuranza tiene que ver con una invitación a un banquete. El ser humano más feliz será aquel que haya sido invitado a participar en él. ¿De qué banquete se trata?
El libro del Apocalipsis está orientado a un acontecimiento único. Se trata de la celebración de la Alianza entre Jesús y su Esposa, la comu¬nidad cristiana, la nueva Jerusalén. Ese aconte¬cimiento es esperado como la culminación de la historia.
El vidente apocalíptico proclama bienaven¬turados a quienes han sido invitados al banquete de bodas del Cordero y participan en él como comensales. Jesús se comparó a sí mismo con el Novio. Jesús vino para celebrar una boda con su comunidad. Participar en ella es la felicidad de todas las felicidades.
El Apocalipsis no solo piensa en el futuro. Su futuro ilumina el presente. El vidente apocalíptico puso por escrito sus visiones “el día del Señor”, cuando la comunidad estaba reunida para celebrar el banquete eucarístico. Su libro se inicia y concluye como se inician y concluyen las celebraciones eucarísticas. El final del libro refiere cómo el Espíritu y la Esposa claman: “Marana tha”, ¡Ven Señor Jesús!, para que se celebre el banquete. Nunca valoraremos lo suficiente la bienaventuranza de la Eucaristía. Participar en el banquete de la Nueva Alianza, de la Palabra, del Cuerpo entregado, de la Sangre derramada. Ese es el gran camino para la felicidad. Participar en la celebración eucarística es el mayor honor, la mayor felicidad para un ser humano. No todos reciben esta bienaventuranza. Para ello se requiere haber sido bautizado, ser iniciado en el misterio.

La muerte en el Señor y la primeraResurrección como bienaventuranza (Apc 14,13; 20,6)
¡Bienaventurados (maka,rioi) los que mue¬ren en el Señor! Sí —dice el Espíritu— de ahora en adelante, ellos pueden descansar de sus fatigas, porque sus obras los acompañan” (Apc 14,13).
“Dichoso y santo (maka,rioj kai. a[gioj) el que participa en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene poder sobre éstos, sino que serán Sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con él mil años”. (Apocalipsis (Apc 20,6)
¿Puede ser considerado “bienaventurado” quien muere? La apocalíptica cristiana proclama bienaventurado a quien muere “en el Señor”. La muerte experimentada frecuentemente como desgracia, condena y consecuencia del pecado, es también camino hacia la felicidad esperada. Quien muere en el Señor puede experimentar en su acontecer la anticipación de lo prometido.
Algo fallaría si todo se derrumbase con la muerte y no existiera un Dios, cuya presencia viva y discreta siga manteniendo, reforzando y colmando las ansias de plenitud. Nosotros creemos que en la vida y en la muerte somos del Señor y, por eso, Él es señor de vivos y muertos:
“Cristo será glorificado en mi cuerpo, por mi vida o por mi muerte, pues para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. (Flp 1, 20-21).
En la muerte el creyente pone toda su con¬fianza en Jesucristo. A Él le entrega su vida y deÉl espera participar en la resurrección. El cre¬yente sabe que Dios es Dios de vivos y no de muertos, y que Jesús puso un enorme énfasis en proclamar el gran acontecimiento apocalíptico de la resurrección de los muertos. La muerte es la puerta que nos hace entrar en otra dimensión de la vida. Es ciertamente misteriosa. Nos causa mucho respeto la ignorancia que tenemos al respecto.
La vida presente es laboriosa, fatigosa, a veces decepcionante; en ella empleamos muchas energías, quisiéramos descansar y fre¬cuentemente no podemos. La muerte es con¬siderada como descanso de tanta fatiga, como liberación de tantas limitaciones y deseos impo¬sibles. Para quienes creemos en Dios la muerte puede ser experimentada como descanso: “requiescat in pace”. En la muerte el creyente no se sentirá solo si muere en Cristo Jesús, acompañado por Aquel que es el mediador, el Viático. En la muerte, al parecer se pierde todo, pero en esta bienaventuranza se dice que las buenas obras nos seguirán y acompañarán.
Sin sentido la vida humana enloquece y se vuelve errática, vacía, desesperada. Las comodidades que ofrece la sociedad del bienestar o la prosperidad económica no satisfacen la necesidad de sentido que habita el corazón humano. Si antes la pregunta era ¿cómo vivir según Dios?, ahora la pregunta es ¿cómo vivir, sin más? Hemos llegado a la inmanencia total. Sin trascendencia, la humanidad queda cercada por sí misma.

En la película “La leyenda de la ciudad sin nombre”, los dos protagonistas mantienen una conversación en un clima de desesperanza. Uno de ellos dice al otro (Lee Marvin): “En la vida hay dos clases de personas: los que van y los que se quedan”. A lo que contesta Lee Marvin: “No. En la vida hay dos clases de personas: los que saben a dónde van y los que no saben”. Quien sabe que la muerte es camino y no término, comprende la bienaventuranza de los que “han muerto en el Señor”.
La humanidad “secularista” no se siente en Alianza con Dios, o porque lo ha olvidado o porque lo ha abandonado o rechazado. La des¬conexión con lo divino vuelve banales todas las cosas. Entonces hay que cargar con el peso de la vida cotidiana. Y vuelve insoportable la muerte. Quienes vivimos en Alianza sabemos que la muerte es tránsito, y la resurrección nuestro destino. Estamos llamados a ser “sacerdotes de Dios” y “reinar con Él”.

Conclusión
Nos hemos acercado a las bienaventuranzas del Apocalipisis. Las otras bienaventuranzas, las últimas bienaventuranzas. Ellas nos han confrontado con aspectos muy importantes de nuestra existencia cristiana: la lectio divina, el bautismo y la reconciliación,la Eucaristía y nues¬tra propia muerte. Son las bienaventuranzas sacramentales. Las tenemos al alcance de la mano.

Para la reflexión personal y comunitaria
l Hacer un ejercicio de lectio divina –indivi¬dual o comunitaria- sobre las Siete cartas leídas desde la perspectiva de las “últimas bienaven¬turanzas”
-Lectio
-Meditatio
-Oratio
l Meditar y después compartir con mis her¬manas o hermanos de comunidad mi vivencia de estas últimas bienaventuranzas:
-qué significado tiene para mí el último libro de la Revelación, el Apocalipsis, y qué consecuencias prácticas se derivan de ello.
-Evocar mi bautismo, mis celebraciones de la reconciliación, mis celebraciones eucarísticas desde la perspectiva de la “Bienaventuranza” y descubrir nuevos motivos para que transformen mi vida. ¿Cómo ha sido mi vida sacramen¬tal a lo largo de este año?
– ¿Cómo preparo mi muerte “en el Señor”? “Qualis vita, finis ita”: (así como la vida, así el fin). ¿Pienso que puede ser para mí una bienaven¬turanza?
l Leer y comentar el n. 14 de la exhortación apostólica de Benedicto XVI “Verbum Domini” sobre la dimensión escatológica de la Palabra de Dios.
l Sugiero la visión de una película del gran maestro japonés Akira Kurosawa “Sueños”: en ella se presenta toda la trayectoria vital como desenmascaramiento y revelación apocalíptica: desde la infancia hasta la ancianidad.