domingo, 8 septiembre, 2024

LAS MUJERES CONSAGRADAS: HISTORIAS DE FECUNDIDAD

“Llegó la hora: ¡Que por cuidar el modo no se pase el momento para la mujer en nuestra Iglesia!” 

 

“Reconozcan el momento en el que viven,

que ya es hora de despertar del sueño…”  (Rom 13,11).

Teresa Maya, CCVI (Presidenta de Leadership Conference of Women Religious, USA). Jesús regresa de su oración en Getsemaní consumido por el dolor de su entrega y encuentra dormidos a sus discípulos. Los reprime diciendo “¡todavia dormidos y descansando! Basta, ha llegado la hora” (Mc 14,41). El tiempo de darle voz, espacio, dignidad y credibilidad a la mujer en nuestra Iglesia Católica ya llegó, ¡inclusive se demoró! Lamentablemente la Iglesia en las Américas todavía no acaba de despertar del sueño patriarcal que imposibilita “reconocer el momento en que vivimos”, como lo reclama san Pablo en su carta a los Romanos. Llegó el momento –tal vez se nos esté pasando el momento– de despertar, de reconocer la hora. Las hermanas mayores me decían al inicio de mi camino en la vida consagrada que había que cuidar no solo reconocer el momento, sino el modo. Encontraron que, en sus búsquedas, luchas y también desilusiones frente a situaciones de discriminación, condescendencia y, que ahora sabemos, probablemente teñidas de abuso, su única alternativa era seguir buscando el “modo”. ¿Será que después de tantos años de buscar el modo se nos está pasando el momento?

Han transcurrido más de cincuenta años desde el Pontificado de Juan XXIII quien exhortó a la Iglesia a reconocer que uno de los más importantes signos de los tiempos era la presencia de la mujer en la vida pública. Escribió en su Encíclica que “la mujer ha adquirido una conciencia cada día más clara de su propia dignidad humana. Por ello no tolera que se la trate como una cosa inanimada o un mero instrumento”1. El Concilio Vaticano II después afirmaría que la Iglesia tenía que reconocer que: “Las mujeres ya actúan en casi todos los campos de la vida, pero es conveniente que puedan asumir con plenitud su papel según su propia naturaleza. Todos deben contribuir a que se reconozca y promueva la propia y necesaria participación de la mujer en la vida cultural”2. Necesitamos un examen de conciencia como Iglesia. Llegó la hora de rendir cuentas sobre el escrutinio de este signo de los tiempos. Cierto, que la implementación de cualquier concilio lleva años, pero en otros espacios hemos logrado más terreno como Iglesia: en lo litúrgico, en muchos temas de la Doctrina Social de la Iglesia; ¿por qué en el tema de la mujer, no?

¿Qué ofrecemos a la siguiente generación de mujeres? Por más de cincuenta años hemos sabido que la dignidad humana de la mujer es un “signo de los tiempos”, y sin embargo dentro de la propia Iglesia no hemos reconocido los dones, la entrega y el lugar de la mujer. Claro que siempre hay honrosas excepciones, pero no dejan de ser excepciones. Por más de cincuenta años hemos hablado de la participación en la cultura, y todavía es una lucha que las mujeres participen en los organismos y las decisiones que afectan a su vida en la Iglesia. Más de cincuenta años y en los sínodos, las mujeres tienen solo un toque de presencia, escasa voz y por supuesto nunca un voto. El debate que se suscitó en el Sínodo de la Amazonia por este tema es notable3. Podríamos reclamar que sin una participación más activa de la mujer en los sínodos, la sinodalidad sigue teñida de patriarcado, y será cada vez más estéril. Por estar defendiendo el tema de la ordenación sacerdotal con una postura ontológica medieval y teologías arcaicas, se nos están pasando todos los momentos. Se están pasando los momentos de incluir mujeres en los consejos diocesanos, los momentos de abrir la sinodalidad en todos los niveles a mayor injerencia y dirección de las mujeres, los momentos de promover sus dones y talentos en todos los espacios de la vida eclesial. Cómo es posible, que si la Iglesia misma reconoció que la participación de la mujer en la vida pública era un “signo de los tiempos” cuando mis abuelas eran jóvenes, que se hayan perdido dos generaciones; que apenas demos pasos incrementales.

Tristemente el momento se está pasando. Ya en los Estados Unidos la reciente encuesta que realizó la publicación de los Jesuitas, América, en colaboración con el Centro para el Apostolado (CARA) de la Universidad de Georgetown reveló datos verdaderamente alarmantes4. El estudio que comisionaron entra en muchos detalles, mujeres que atienden la misa regularmente, razones para dejar la Iglesia, participación en los sacramentos y vida de oración. Pero el dato más preocupante es el generacional. Solo un porcentaje muy bajo (menos del 20%) de las mujeres católicas jóvenes en edad reproductiva tiene la intención de criar a sus hijas en la fe católica5. En menos de una generación vamos a perder no solo a las mujeres jóvenes sino a sus familias. Y, ¿por qué? La Iglesia Católica en los Estados Unidos está pérdida en los detalles de la respuesta, depende de la parroquia, nivel educativo, antecedentes culturales y raciales, afiliación política… depende… depende. Sin embargo, al final no podemos afirmar más que lo que dijeron los editores de la revista. La investigación confirma que hay una falta de visión en la mención de las mujeres en la Iglesia a nivel parroquial y nacional.

La Iglesia Católica no es la única que ofrece resultados pobres después de cincuenta años de esfuerzos para integrar los dones de la mujer en la vida pública. En diferentes sectores se aprecia un “estancamiento” que necesitaríamos evaluar. Otros sectores de la sociedad tampoco ofrecen resultados esperanzadores; la Iglesia será un caso especial por el desgastado debate sobre la ordenación sacerdotal pero no es la única. En una charla TED, vista más de diez millones de veces, la ejecutiva de Facebook Sheryl Sandberg sorprendió a su audiencia con el dato de que desde el año 2002 el porcentaje de puestos de liderazgo para mujeres no ha superado el 16%6. ¿Cómo esperar que nuestra Iglesia se mueva si las mismas sociedades donde se ubica no lo han logrado? Hablamos del “genio femenino”, sin embargo, no lo aprovechamos en toda su capacidad, en ningún sector.

Las mujeres en la Iglesia hemos cuidado el “modo”. Aún en los espacios más concientizados de la dignidad de la mujer, hemos cuidado el modo. Las religiosas de los Estados Unidos han dado testimonio de búsqueda y de diálogo durante todo este período. Ningún sector de la Iglesia se tomó más en serio la puesta en práctica del Concilio Vaticano II. La vida consagrada en los Estados Unidos se dio a la tarea de estudiar los documentos del Concilio, de prepararse en Teología y Sagrada Escritura, de buscar las formas de autoridad y de liturgia para abrir las ventanas y dejar entrar los aires del Espíritu. Reclamaron espacios en la vida pública de la Iglesia, estudiaron derecho canónico, postularon para puestos en las estructuras diocesanas, han sido consultoras, escritoras, maestras de espiritualidad7. Tristemente, una buena parte de la jerarquía en lugar de descubrir el potencial de estos dones se sintió amenazada. Eventualmente, esto culminaría casi en una “cacería de herejes”. En el año 2009 la Congregación para Religiosos anunció una Visita Apostólica a toda la vida consagrada de los Estados Unidos. ¡Insólito!, una visita a más de 500 institutos religiosos, con más de 45.000 religiosas8. Las hermanas mayores de mi comunidad con tristeza me preguntaban: “¿Qué hicimos mal?” ¡Cómo responderles! Aquí estaba yo con estas mujeres mayores, pilares de fidelidad, que se habían entregado toda su vida a una Iglesia que amaban, que habían servido a los más pobres, que habían luchado por los derechos de migrantes, que habían sido las primeras capellanas en las cárceles. ¿Cómo les explicaba, que, en lugar de darles las gracias, en lugar de celebrar su contribución a la vida de la Iglesia, iban a ser investigadas? Increíble, desilusionante. Se está perdiendo el momento.

Jesús reprime a los discípulos: “Todavía están dormidos”. Hoy nos dice lo mismo. ¿Cómo es posible que todavía estén dormidos? Tantos diálogos, documentos, encíclicas. Las palabras están escritas, los pronunciamientos hechos. Pero no pasamos del dicho al hecho. No logramos dar los pasos decisivos para reconocer que “llegó la hora”. Las mujeres más activas en la Iglesia desde las catequistas, maestras, religiosas, ministras extraordinarias de la Eucaristía, responsables de la pastoral juvenil o del coro, todas, casi sin excepción tarde que temprano tienen una experiencia denigrante. ¡Cuántas veces más tendré que escuchar, “me dijo que él es el cura”, “a nosotras no nos toca subir al altar”, “aquí manda el obispo”! Ahora con el destape de la cloaca de abuso y encumbramiento en nuestra Iglesia la situación se pone más crítica, me comparten las mujeres más jóvenes: “¿Por qué quedarnos en la Iglesia, díganos por qué?”. Será que se nos está pasando el momento, por cuidar el modo.

Llegó la hora de otro testimonio, de levantar la voz con más claridad, de sumar esfuerzos a un nivel diferente. América Latina puede aprender mucho de la experiencia de los Estados Unidos, tanto de sus aciertos como de sus errores. Las mujeres en esta iglesia han logrado mucho, pero todavía falta. Han equilibrado el modo y el momento, interpelando, declarándose, desafiando, pero también reconociéndose siempre hijas de la Iglesia. Sin embargo, no ha sido suficiente. Las jóvenes no están optando por nuestra iglesia, no les habla a su experiencia como mujeres del siglo XXI, no se reconocen en estas estructuras que no han logrado integrar el aporte de la mujer adecuadamente.

Lamento con mis hermanas, que se perderá esa experiencia de Jesucristo en nues- tra comunidad; lamento que por “andamiar” estructuras patriarcales que necesitan acabar de caducar, las generaciones futuras no van a encontrar el consuelo de nuestra vida sacramental y de nuestra espiritualidad. Lamento que por no hacer lo nuestro, las generaciones de mujeres que vienen no descubrirán como la Samaritana, o Marta o María Magdalena al rostro de Jesús liberador, cercano, a la escucha. Lamento que, sin este encuentro profundo a un lado del pozo, no beberán del agua que quita la sed profunda, que le da sentido a la vida. ¡Todo por cuidar el modo!

 

1 Pacem in Terris, n. 41.

2 Gadium et Spes, n. 60.

3 Las voces que se alzaron frente al sínodo fueron una nota periodística fuerte, entre muchas se puede consultar la agencia Zenit: “Las mujeres del Sínodo piden el acceso al voto de las superioras religiosas”, octubre 26,2019, web: https://es.zenit.org/2019/10/26/las-mujeres-del-sinodo-piden-el-acceso-al-voto-de-las-superioras-religiosas/

4 “U.S. Catholic Women what a new study reveals”, Revista America, 22 de enero del 2018, Vol. 218 / n. 2.

5 El estudio completo se puede consultar en: Catholic Women in the United States, Beliefs, Practices, Experiences, and Attitudes, Mark M. Gray and Mary L Gautier, The Center for Applied Research in the Apostolate (CARA), Comissioned by America Media, 2018 Web:https://www.americamagazine.org/sites/default/files/attachments/CatholicWomenStudy_AmericaMedia.pdf

6 Sheryl Sandberg, “Why we have to few women leaders”, TED Women 2010, https:// www.ted.com/talks/sheryl_sandberg_why_we_have_too_few_women_leaders/transcript?language=en

7 Vale la pena leer la biografía reciente de la Hna. Theresa Kane, RSM la presidenta de la Conferencia de Religiosas de los Estados Unidos que interpeló a Juan Pablo II en su primera vista a los Estados Unidos, To Speak the Truth in Love, A Biography of Theresa Kane, RSM de Christine Shenk, csj.

8 Hay mucha información sobre la Visita Apostólica. La página oficial del vaticano se puede visitar aquí: http://www.apostolicvisitation.org/en/index.html

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