LAS MANOS DE JESÚS RESUCITADO

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(Bonifacio Fernández). Con motivo del covid-19 hemos prestado más atención a nuestras manos. Las lavamos repetidamente, con mucha atención y con geles protectores. No podemos darnos la mano para el saludo. No podemos agarrarnos de la mano para dar un paseo. Hemos aprendido que nuestras manos pueden ser una fuente de contagio, y no solo de actividad y de bendición.

Tal vez esta experiencia nos ha hecho tomar conciencia de lo que habitualmente damos por descontado: las múltiples funciones y significados de nuestras manos.  Caemos en la cuenta de lo que implica darse la mano para el saludo; tender la mano a alguien; cogerse de las manos u darse la paz. También tomamos conciencia del significado religioso de nuestras manos: Hacemos la señal de la cruz, recibimos la comunión en la mano. Tenemos en la retina la imagen de la creación de Miguel Ángel que muestra la mano de Dios y la de Adán. La imagen de Pilato lavándose las manos en el proceso de Jesús también se ha hecho proverbial. La resurrección de Jesús es entendida como exaltación a la mano derecha del Padre siguiendo la expresión del salmo 110,1 y del salmo 118,16. El Cristo Resucitado le dice a Tomás: “acerca tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado y no seas incrédulo sino creyente” (Jn 20,27). Esta brillante imagen, que nos muestra en la persona de Tomás cómo Jesús nos pide las manos y nos ofrece las suyas de resucitado y crucificado, es un buen indicador sobre el sentido de las manos del Resucitado y de las nuestras.

Las manos heridas son las marcas que identifican al crucificado con el Resucitado. En la aparición a los apóstoles que nos narra San Lucas, juegan un papel importante las manos y los pies de Jesús para señalar la identidad entre el Crucificado y el Resucitado. El Señor ya resucitado se hace presente a los apóstoles; a los discípulos griegos no les entraba en la cabeza eso de la resurrección de entre los muertos. Confundían al Resucitado con un espíritu. Por eso insiste Lucas en la identidad del crucificado y del resucitado: “Mirad mis manos y mis pies, soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como yo tengo. Y diciendo esto les mostró las manos y los pies” (Lc 24,39-40). En la versión de San Juan es Jesús quien les enseña las manos y el costado. En respuesta al incrédulo Tomas Jesús le pide que acerque su dedo y compruebe los agujeros de las manos y del costado: “Acerca tu dedo y aquí tienes mis manos; trae tu mano, métela en mi costado y no seas incrédulo, sino creyente” (Jn 20,37). Se trata del reconocimiento de la identidad entre el resucitado y el crucificado. La mano y el costado de Cristo se convierten así en el símbolo de la misión de la Iglesia. Manos heridas y abiertas para ayudar. El evangelista San Lucas termina su evangelio poniendo de relieve la bendición del Resucitado en trance de ascensión a sus discípulos:” Los sacó hasta cerca de Betania y, alzando las manos, los bendijo (Lc 24,50).

Manos extendidas para dejarse clavar en la cruz. Vista la crucifixión a través de la luz de la resurrección, las manos del crucificado revelan el gran abrazo que Dios hace al mundo nuestro. El amor hasta el extremo es rechazado, pero no vencido; la esperanza que suscitó Jesús es enterrada, pero no matada. El madero de la muerte, se convierte por la resurrección en árbol de la vida. El que ha sido entregado de mano en mano, de Judas a l Sanedrín (Jn 18,5), de éste a Pilato (Jn 18,30), de Pilato al pueblo (Jn 19, 16), en realidad, se entrega a sí mismo y abraza con esperanza la condena a la muerte de cruz.

Manos orantes que expresan la relación de Jesús con el Padre Dios. El Padre lo ama y ha puesto todo en su mano (Jn3, 35+). Nadie puede arrancarnos de la mano del Hijo a quien pertenecemos. Jesús sabía que el padre lo había puesto todo en su mano y que había salido de Dios y a Dios volvía (Jn 13, 3).

Manos eucarísticas que toman el pan y lo bendicen. Lo parten y reparten. Cogen la copa de vino, dan gracias y lo bendicen. Ya antes habían multiplicado el pan para dar de comer a la multitud. Cuando está a punto de ser entregado y condenado a la crucifixión celebra la cena pascual. Lo bendice en la cena de despedida.  Deja el sello inmarcesible de su memoria y de su presencia en el pan y en el vino. Así hacemos memoria de su vida histórica la actualizamos y la comulgamos.

Manos que hablan de las maravillas de Dios a través de las maravillas que salen de sus manos. El Jesús que lava los pies de los discípulos y los seca con la toalla. Jesús se ha quitado el manto y la túnica y se queda vestido como un esclavo, para hacer el oficio propio de los esclavos. Jesús rompe la imagen del maestro, y, en el fondo, de Dios mismo. Pedro no acepta el gesto de Jesús. Entiende que Jesús es el Hijo de Dios. Jesús muestra que Dios se pone al servicio del hombre. El amor de Dios llega a inclinarse ante el hombre.

Manos que hacen signos mesiánicos, abren los ojos al ciego y hacen hablar a los mudos y ori a los sordos… hace hablar a los mudos con el toque de la lengua del mudo, y hace oír al sordo tocando con su dedo oído, con la oración y la palabra: epheta (Mc 7,31-37). Lucas nos recuerda que es el poder del Señor el que le hacía obrar curaciones (Lc 5,17). A los dos ciegos de Jericó, Jesús “movido de compasión tocó sus ojos y al instante recobraron la vida (Mt 20,34). Cura de los miedos que atenazan y esclavizan. A los tres discípulos de la trasfiguración que estaban rostro en tierra y llenos de miedo, Jesús se acerca y les toca y les dice: levantaos, no tengas miedo (Mt 17,7).

Manos trabajadoras. La mayor parte de su vida, Jesús trabaja con sus manos. Lleva las marcas de un trabajador. Utiliza sus manos en las actividades de la vida cotidiana de toda persona. Forman parte de su cuerpo. Expresan su identidad personal.

Manos que bendicen a los niños, los alimentos… En el contexto de la discusión de los discípulos sobre quien es el más importante, Jesús les reprocha su incomprensión, se sienta con ellos y les recuerda la actitud de servicio, y les pone el ejemplo del niño: “Y tomando un niño se puso en medio de ellos, le estrecho entre sus brazos y les dijo: El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba, no me recibe a mí, sino al que me envió”(Mc 9, 36). En el caso de la resurrección de la hija de Jairo, el evangelista Marcos señala también el detalle de que Jesús “Tomando de la mano a la niña le dice “talitá kum”, que quiere decir; “muchacha, a ti te lo digo, levántate” (Mc 5,41).

Manos que proclaman la buena noticia del reino de Dios; Jesús extiende la mano sobre los discípulos y los reconoce como su madre y sus hermanos (Mt 12, 46-50).  A Pedro que camina sobre las aguas y está a punto de hundirse “al punto Jesús tendiendo la mano, asió y le dice: Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado? (Mt14,31); Jesús movilizan las manos del hombre de la mano paralizada (Mt 12.13).

Manos que curan a los enfermos incluso a los contagiosos, por ejemplo, a los leprosos. De la presencia de Jesús brota una fuerza terapéutica: “Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos” (Lc 6,19). Al leproso le pregunta: ¿Qué quieres que haga? Queda limpio; le tocó. Tu fe te ha salvado… Con respecto al chico epiléptico que es mudo y sordo, Jesús lo agarra de la mano y lo venta del suelo donde lo ha arrojado el espíritu impuro (Mc 9,27); a la hija de Jairo, “la tomó de la mano y la muchacha se levantó” (Mt 9,25). Le ruegan que toque al ciego de Betsaida: “Tomando al ciego de la mano, lo sacó fuera del pueblo” (Mc 8,22-23). Pedro coge de la mano al tullido (Act 3,7). El evangelio señala que Jesús se deja tocar por los enfermos para ser curados. “Y cuantos le tocaban, quedaban curados” (Mc 6, 56). Marcos insiste y nos cuenta: “pues habiendo curado a muchos, cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarlo” (Mc 3,10); siente especialmente el tacto de la mujer que padecía flujo de sangre; a la suegra de Pedro que estaba con fiebre, Jesús la cogió de la mano y la fiebre la dejo (M 8,15).

El Cristo resucitado nos muestra sus manos glorificadas. En ellas simboliza su propia historia de pasión y padecimiento pro el reino del Padre. Nos pide nuestras manos para reconocerlo y para continuar su misión. Cuenta con nosotros para contagiar la gran esperanza del triunfo de la vida sobre la muerte. Cuenta con todas las manos para combatir este virus de muerte. Nos llama a la solidaridad contra las causas de toda forma de muerte. Especialmente en la actual difícil situación podemos sentir que Él nos lleva de la mano.