¡Buen día, hermano! Es para mí un gusto saludarte de nuevo. Gracias por el gran servicio que viene prestando “Vida Religiosa”. A manera de confidencia o desahogo, y abusando un poco de tu confianza, puede tener sentido esta reflexión en voz alta.
Aunque buena teoría sobre la vida religiosa no falta y creo que religiosos anhelan una profunda renovación, es preocupante la práctica bastante generalizada hoy en las congregaciones que, a partir de los mendicantes, han brotado en la Iglesia para una misión evangelizadora. Parece que las políticas de conservación prevalecen sobre el coraje para enfrentarnos a la compleja situación cultural y ofrecer nueva versión de nuestra fe cristiana.
Hace unas semanas en Bogotá un obispo contó algo muy significativo. Había estado en un encuentro que tuvieron obispos del CELAM y obispos de Norteamérica. En el mismo edificio estaban reunidos superiores de distintas congregaciones religiosas, cuyas preocupaciones más urgentes eran: administrar el patrimonio ecónomico, arreglar el tema de las jubilaciones y procurar la buena atención de los religiosos ancianos.
En seguida me trasladé a la situación de los religiosos en España: ¿no está ocurriendo algo parecido entre nosotros? Salvo algunas contadas y laudables excepciones, da la impresión de que las congregaciones hoy viven un poco obsesionadas por el envejecimiento del personal y por la escasez de nuevos candidatos. Es un peligro que la preocupación por solucionar los problemas inmediatos de supervivencia sea el objetivo prioritario de Capítulos y cómo cerrar casas y reestructurar provincias; dónde colocar a los religiosos cuyo retiro antes de tiempo se da por bueno, y otra serie de cuestiones que no van más allá de arreglos estructurales para el mantenimiento.
En esta preocupación se recurre una y otra vez a “la calidad de vida”. Una expresión que suena bien pero que no está exenta de ambigüedades. Sin duda es fundamental esa calidad de vida cuando se trata de atender a hermanos enfermos o ancianos, corporal y espiritualmente; para que puedan vivir y morir con dignidad, si es necesario vendamos hasta los cálices. Pero ¿que significado tiene la expresión “calidad de vida” cuando se trata de ofrecer un horizonte y camino a los nuevos candidatos que se acercan a nuestras comunidades? Porque hoy la expresión normalmente significa buena salud, buena alimentación, una vida asegurada económicamente.
¡Qué ocurrencias, dirá alguno!; por supuesto, nos referimos a la “calidad de vida” que responde a la vocación religiosa. Pero tal vez aquí se plantee hoy la cuestión de fondo ¿se respira en nuestras comunidades un clima de fe y un apasionamiento por la evangelización? Sin duda es el interrogante fundamental y la preocupación prioritaria que debe ocupar los empeños de capítulos y consejos. Si esto no se garantiza, los necesarios cambios estructurales no abrirán futuro a la vida religiosa.
La mentalidad y las políticas de las congregaciones que se quedan en la conservación o arreglos de las estructuras, se parecen al ejército que vencido se vuelve a los cuarteles. No puede quedarse ahí la vida religiosa que ha nacido como brote del Espíritu para ser testigo permanente del evangelio cuando esta misión es de singular urgencia en nuestra sociedad. Sin duda la nueva situación cultural es tremendamente compleja, exige fino discernimiento y supone un desafío enorme para la evangelización. Pero esa dificultad no justifica la pasividad, la inercia, la resignación desesperanzada, la jubilación anticipada de los religiosos nacidos para la misión. Cómo llevar a cabo esta misión en la nueva situación española debería ser la preocupación prioritaria de las congregaciones religiosas. Si tomamos en serio esa tarea misionera, el cambio de formas, instituciones y estructuras llegará y se impondrá con toda normalidad.
No faltará quien, tratando de ser realista, considere que la reanimación espiritual y misionera, dada la escasez de vocaciones y el envejecimiento del personal religioso, es una utopía ilusoria. Pero hay otra forma positiva de ver la realidad partiendo del Dios revelado en Jesucristo “capaz de dar vida a los muertos y llamar a las cosas que no son para que sean”. Cuando somos capaces de mirar a la nueva situación cultural, a los otros y a nosotros mismos desde Dios cómo único Centro, cambia nuestra lectura de la realidad. La impotencia y la desproporción, que los religiosos hoy sufrimos a la hora de transmitir el evangelio, nos abren camino para renovar nuestro espiritualidad cristiana, pues en la pobreza del ser humano, vivida como liberación de falsos absolutos, “se manifiesta y actúa la fuerza de Dios”.
Gracias por tu atención. Con todo afecto.