LA VIDA RELIGIOSA EN PROCESO DE RENOVACIÓN Y BÚSQUEDA

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 CAMILO MACISSE PARA LA REVISTA VIDA RELIGIOSA…

 

1.Nuevos desafíos  e interpelaciones para la vida religiosa
Si bien es verdad que en cada contexto geográfico cultural hay retos particulares, también podemos hablar de algunos generales a los que la vida religiosa está tratando de responder. Entre otros podemos mencionar los siguientes a partir de una evaluación del camino recorrido en el período posconciliar con sus luces y sombras:

 


– Insertarse  en la Iglesia local y vivir la interdependencia con otras formas de vida cristiana en comunión con los Pastores, con otros religiosos, laicos como exigencia de una eclesiología de comunión, y  favorecer la creación de comunidades nuevas más sencillas, orantes, fraternas, cercanas al pueblo.
– Vivir una espiritualidad no entendida como espiritualismo, sino como una fuerza unificadora de la vida consagrada. Se trata de una espiritualidad encarnada, inculturada, que va a las fuentes de toda la vida espiritual, es decir, la palabra de Dios, la eucaristía y la oración. Ser testigos de la trascendencia y presencia de un Dios compasivo y misericordioso en sociedades pluralistas. Hacerlo desde la experiencia de Jesús de Nazaret.
– Testimoniar un nuevo humanismo desde el compromiso con las personas, con sus derechos humanos, con la justicia en relación recíproca de género, con la ecología. Volver al lugar natural de la vida consagrada: el mundo de los pobres y de las nuevas pobrezas. Desde ellas releer el propio carisma y abrirse a la intercongregacionalidad.
– Aprender a perder el protagonismo anterior. Aceptar ser minoría en la Iglesia y en la sociedad pluralista, y desde allí repensar la identidad de la vida religiosa en relación con el laicado; con los miembros de otras religiones, con los no creyentes, con el hombre y la mujer respectivamente, con personas de diversas generaciones.
– Añadir existencialmente a los votos un sentido más inteligible hoy: la castidad como “opción libre por nuevas relaciones de género en la igualdad, el respeto y la verdadera reciprocidad”; la pobreza: como “una nueva gestión de los bienes de la creación”; la obediencia como “una nueva comprensión de las relaciones de poder”.
– Aceptar los desafíos de la inculturación y la interculturalidad con “discernimiento, audacia, diálogo y provocación evangélica”, ante las corrientes migratorias, como lo ha procurado hacer la 73ª Asamblea semestral de la USG, analizando los cambios geográficos y culturales en la vida de la Iglesia y en la vida religiosa. La interculturalidad es una espiritualidad que invita a una visión más profunda del mundo actual que se abre a la perspectiva de la reciprocidad y de la alteridad en una Iglesia cada vez más descentralizada y policéntrica, y en un mundo globalizado y fragmentado.
– Revisar las estructuras, la organización y el ejercicio del gobierno en la vida consagrada para enfrentar los retos de este mundo globalizado. La reestructuración es un camino para favorecer la refundación; para hacerla operativa. Se requiere vivir la identidad carismática y saberla transmitir en forma inteligible y en diálogo con la realidad permaneciendo fieles a Cristo, a la Iglesia, al carisma del Instituto, al hombre y a la mujer de hoy. Eso implica un análisis de la realidad global y particular desde diferentes ángulos para discernir si es que hay que reestructurar internamente algunas presencias y finalidades, o bien reordenarlas, atendiendo a nuevos destinatarios, cambiando el papel de los religiosos, reduciéndolo o ampliándolo según los casos, abriéndose a la colaboración de un laicado asociado. En ocasiones, eso exige reforzar algunas presencias, disminuir otras, cerrar obras y abrir presencias significativas con la colaboración interprovincial o interregional. Todo esto exige una profunda renovación y apertura a caminos inéditos.
– Hay que enfrentar dificultades en la formación de las jóvenes generaciones por su diferente mentalidad y por falta de definición de formadores y formadoras de qué proyecto de sociedad, de Iglesia y de vida consagrada se desea configurar y crear. Para ello encarnar el carisma en los diversos continentes de acuerdo con la situación de la Iglesia, de sus culturas y de los signos  de los tiempos y de los lugares.

 

2. Dos proyectos de renovación 
En 2002, la CIVCSVA invitaba a descubrir el sentido y la calidad de la vida consagrada. Partía del hecho de que “con la disminución de los miembros en muchos Institutos y su envejecimiento, evidente en algunas partes del mundo, surge la pregunta de si la vida consagrada es todavía un testimonio visible, capaz de atraer a los jóvenes. Si como se afirma en algunos lugares, el tercer milenio será el tiempo del protagonismo de los laicos, de las asociaciones y de los movimientos eclesiales, podemos preguntarnos:¿cuál será el puesto reservado a las formas tradicionales de vida consagrada?”. Ante esa constatación ponía de relieve la necesidad que tiene la vida religiosa de “buscar nuevas formas de presencia y de ponerse no pocos interrogantes sobre el sentido de su identidad y de su futuro… Las dificultades y los interrogantes que hoy vive la vida consagrada pueden traer un nuevo kairós, un tiempo de gracia. En ellos se oculta una auténtica llamada del Espíritu Santo a volver a descubrir las riquezas y las potencialidades de esta forma de vida”.

 

Renovación como vuelta al pasado
La impresión de vivir en una especie de “caos” por la pérdida de las certezas del pasado: unidad como uniformidad, separación del mundo, estructuras firmes y estables, normativa detallada, signos externos, obras tradicionales, ha hecho que ciertos grupos consideren que el camino de la renovación consiste en recuperar esas seguridades y volver a los moldes tradicionales. El fuerte apoyo que estos grupos tienen de parte del aspecto institucional de la Iglesia, unido al espejismo de vocaciones más abundantes, hacen que muchos que vivieron la convicción de la necesidad de nuevos estilos y formas de vida religiosa, más actuales e inculturados en el mundo de hoy, quieran dar marcha atrás a pesar de que sea ir en sentido contrario  al de la historia y a las oportunidades que el cambio de época  presenta para una revitalización de la vida religiosa.
En diversas circunstancias y en foros diferentes, miembros de la jerarquía eclesiástica  impulsan  esa renovación entendida como vuelta al pasado. Con facilidad, cuestionan y hasta atacan a los colectivos de vida religiosa que busca nuevos caminos. Se les acusa de secularización, de pérdida de valores espirituales, de magisterio paralelo, de pastoral paralela, de romper la comunión eclesial.  Atribuyen a eso la falta de vocaciones y proponen como ideales de vida religiosa congregaciones ancladas en el pasado, a pesar de los  escándalos y situaciones embarazosas que salen a flote con frecuencia al interior de las mismas. Por otro lado, detrás de ciertas investigaciones oficiales sobre la vida de institutos religiosos, especialmente femeninos, late el modelo clásico de vida religiosa en el que no encajan los nuevos caminos que, no sin tensiones, dificultades y hasta equivocaciones, se han ido abriendo paso en una perspectiva de búsqueda sincera. Se pretende “remonastizar” con esquemas medievales a congregaciones religiosas apostólicas, y eso mientras las Órdenes monásticas reflexionan sobre su renovación con fidelidad creativa.
Un recorrido sobre las preguntas que deben responder las religiosas norteamericanas que están bajo una visita apostólica permite descubrir una seria y auténtica preocupación de las autoridades eclesiásticas y su deseo de animar el ingreso de nuevas vocaciones y asegurar un futuro mejor para las religiosas. Sin embargo, las cuestiones tienen claramente como trasfondo el modelo clásico de vida religiosa que sirve como paradigma para juzgar si se va o no por buen camino. En la segunda parte del cuestionario, que fue enviado a las superioras mayores, hay 60 preguntas con relación a las vocaciones, la vida espiritual y litúrgica, el gobierno, las finanzas, el modo de vestir. Preocupa el hecho de que las religiosas se hayan abierto a nuevos campos de presencia y acción: atención pastoral, a cárceles y hospitales, servicios jurídicos a pobres y emigrantes, compromisos en ONGs y en movimientos de Justicia y Paz, liderazgo en la promoción y defensa de las mujeres, orientación espiritual, predicación de ejercicios espirituales, reflexión y enseñanza teológicas, ayuda a las víctimas de Aids, a drogadictos, mujeres de la calle, personas marginadas  y “desechables”. Esto ha venido a romper ciertos esquemas organizativos de tipo monástico que no son compatibles con esos compromisos y que cambian el estilo de vida consagrada, personal y comunitaria, pero que no olvidan la necesidad de un compromiso serio personal y comunitario con la vida de oración y seguimiento de Jesús.
Detrás de este modo de concebir la renovación está el hecho de no aceptar en el fondo las directrices del Vaticano II, mientras se habla de él en forma elogiosa. Las palabras de Perfectae caritatis: “la adecuada renovación de la vida religiosa comprende, al mismo tiempo, un retorno incesante a las fuentes de la vida cristiana y a la inspiración originaria de los institutos y una adaptación de éstos, a las condiciones de los tiempos, que han cambiado”, se han querido interpretar como un regreso al pasado hasta en sus formas y estructuras culturales un poco maquilladas, calificando la auténtica renovación, que conserva lo esencial y cambia en lo secundario, como fruto de una hermenéutica de ruptura y discontinuidad.

Renovación con fidelidad creativa
La creatividad en la vida consagrada puede entenderse también de diversas maneras. Hay un estilo tradicional de comprenderla. Parte de una visión estática del mundo y piensa que la única creatividad posible es la que ayuda a conservar las cosas como están. Está presente en el proyecto de vuelta al pasado. Otra perspectiva del cambio es aquella que únicamente busca retoques adaptativos y pragmáticos, forzados por las circunstancias, pero sin una verdadera convicción interna. Finalmente está el estilo revitalizado, que conserva una continuidad con el pasado y, al mismo tiempo, se abre a una discontinuidad; sabe distinguir lo esencial de lo accidental. Acepta con realismo la lentitud y gradualidad de los cambios porque sabe escuchar la voz de Cristo que llama a la conversión, respetando el dinamismo de la persona humana. Ésta le da flexibilidad, movilidad, creatividad que llevan a reasumir con renovada vitalidad los ideales fundacionales en el contacto con las necesidades pastorales y espirituales y las exigencias de la inculturación de los valores evangélicos y de vida religiosa.
Frente a la idea de renovación como restauración de un pasado, tenemos en una buena parte de la vida religiosa la convicción de que ésta se halla en una encrucijada decisiva. La figura histórica que ha asumido hasta ahora está agotada y llega al ocaso. Sus símbolos clásicos: hábito, tradiciones internas, iconografía, explicaciones teológicas son cuestionados. Es necesario acoger o recrear un nuevo modelo, que aún no está disponible, aunque se intuye. Es el Espíritu quien tiene que ayudar a encontrar nueva síntesis entre “mística” y “misión” para integrar las diversas dimensiones que emergen de esta vida: antropológico-religiosa, cristológica, pneumatológica, eclesiológica, escatológica, ecuménica, cultural-histórica.
El carisma de la vida consagrada, como los demás carismas, ha sido suscitado por el Espíritu para servicio de la Iglesia y del mundo. Los Institutos religiosos surgieron como una respuesta histórica, que tiene su fuente en el Espíritu, frente a situaciones de crisis o para salir al encuentro de las necesidades de los seres humanos. De allí que se insertaran admirablemente en las circunstancias de la época y que hablaran un lenguaje vital e inteligible para los contemporáneos. Las Congregaciones religiosas van apareciendo como multiformes intervenciones del Espíritu, en consonancia con los problemas religiosos y sociales que caracterizan la historia de la humanidad en momentos diferentes. Toda la gama de grupos consagrados a Dios es fruto de un carisma que, aunque se concreta en un momento histórico, va más allá de él. Su función de servicio exige que permanezca abierto a las nuevas necesidades, si no quiere agotarse al desaparecer las formas concretas en las que se expresó cuando fue suscitado por el Espíritu. Es necesario distinguir la vocación a la vida consagrada y el estilo de vida en el cual se expresa. Es fundamental no confundir lo esencial con lo que es simplemente un condicionamiento cultural. De otro modo se corre el peligro de ser infieles al carisma por una anquilosada fidelidad a sus concreciones pasadas.
Los condicionamientos sociales y eclesiales de la época de la fundación de los Institutos religiosos explican muchos aspectos de su espiritualidad y doctrina; de su apostolado y de la organización primigenia. No son, en manera alguna, algo perfecto e inmutable. Releer el carisma inicial es, por tanto, la única forma de conservarlo y de mantener la auténtica fidelidad al mismo. Así es como hay que entender la refundación con su exigencia de creatividad, orientada a favorecer las tres dimensiones del Espíritu: comunión, libertad-amor y profecía. En la fundación de los Institutos religiosos aparece claramente la creatividad. Los fundadores y las fundadoras de las Congregaciones de vida consagrada fueron auténticos profetas que, fieles al Espíritu, abrieron caminos nuevos y, por esa creatividad, sufrieron las tensiones de la incomprensión y de la persecución. Resulta curioso que muchos quieran ahora convertirlos en baluartes de un inmovilismo, cuando son el prototipo de los pioneros de los caminos del Espíritu.
La reapropiación del carisma fundante requiere una memoria del pasado como fuerza viva que puede expresarse de manera nueva. Es una memoria del evangelio y de los orígenes del Instituto. Junto con la memoria se necesita una visión de futuro, a partir de las nuevas circunstancias. Así se hace posible vivir los valores fundamentales del carisma en forma significativa e inteligible. Cada congregación tiene su modo especial de vivir los valores de la vida consagrada.
La vida consagrada subraya algunos valores arquetípicos: la relación con lo sagrado y con el mundo desde una perspectiva de frontera o liminalidad; la relación con todos los seres humanos, expresada en la castidad consagrada; la apertura a la colaboración en el diálogo y la escucha de la voz de Dios, de los demás y de las circunstancias, en la obediencia y, finalmente, la relación con los bienes en forma responsable y participativa, en la pobreza. Cada Instituto de vida consagrada, por su parte, pone el acento en otros aspectos de la vida cristiana. El seguimiento de Jesús es la esencia de toda vida cristiana. Resume el caminar del creyente en su búsqueda incesante de Dios. La vida religiosa es un modo particular de seguir a Jesús y de vivir las exigencias que trae consigo para todos. El seguimiento es una respuesta libre a una llamada gratuita. Jesús es quien toma la iniciativa. Él sale al encuentro. El ser humano, más que buscar a Dios, es buscado por Él. Y esto es algo que se renueva constantemente. Por ello hay que estar a la escucha de la Palabra, para ponerla por obra (Lc 8,21).
Esta gradualidad en el seguimiento de Jesús es una de las bases para la creatividad en la respuesta a las interpelaciones de Dios a los individuos y a las comunidades en un mundo de cambios rápidos y profundos. El seguimiento va madurando lentamente en los altibajos de la colaboración humana. En la fe y en el amor confiado, que purifica, la vida consagrada se va renovando o refundando. El seguimiento de Jesús conduce al compromiso con el propio carisma para hacer presente a Cristo-camino en la historia de la humanidad.

La vida religiosa femenina
Vita Consecrata pone de relieve que el futuro de la nueva evangelización y la acción misionera son imposibles sin el aporte de las mujeres, especialmente de las mujeres consagradas. En la experiencia de la vida consagrada se ha manifestado ya la riqueza de la contribución femenina en el campo evangelizador. Desde su presencia mayoritaria (75% de las personas consagradas son mujeres), hecha de entrega generosa en los caminos de la inserción entre los pobres y desde una lectura feminista del evangelio, las mujeres consagradas están buscando repensar y proponer estilos nuevos de testimonio, de anuncio,  de interpelación en la misión de evangelizar en el mundo de hoy.
Los nuevos espacios que se han abierto en la evangelización para las mujeres consagradas, como la animación de la comunidad cristiana, el acompañamiento espiritual, la promoción de la justicia y de la paz, permiten que ellas puedan enriquecer la pastoral eclesial desde su experiencia. Eso lleva también a reflexionar desde la perspectiva femenina sobre temas como la opción por los pobres, el profetismo, la inculturación del evangelio y de la misma vida consagrada, la espiritualidad, el diálogo ecuménico e interreligioso, el servicio educativo y sanitario y los medios de comunicación.
Hace un unos meses, se tuvo en Tailandia el XV encuentro de la Asociación  de religiosas de Asia y Oceanía, que reunió a 115 miembros de diversos institutos. Se trata de un grupo de voluntarias, que se reúne cada dos o tres años. En el encuentro analizaron la situación de la vida religiosa femenina y concluyeron que deberían ser mujeres proféticas, profundamente espirituales y comprometidas en el trabajo por la integridad de la creación y por un mundo más humano. Para ello, dijeron, hay que leer con atención los signos de los tiempos para ser testimonios de Jesús y crear una cultura de vida y esperanza. Al mismo tiempo hay que redescubrir la identidad y la misión de la mujer consagrada en la historia de la salvación de nuestro tiempo. Por otra parte, en el Sínodo para África,  varias religiosas hablaron de los trabajos de frontera que realizan y pidieron ser tomadas en cuenta en la elaboración de las decisiones eclesiásticas. Incluso una llegó a pedir a los obispos que antes de irse a dormir esa noche pensaran un par de minutos sobre “cómo sería la Iglesia sin las mujeres”.

Renovar la vida contemplativa femenina
Un ambiente en el que se hace más urgente la renovación con fidelidad creativa es, sin duda, el de la vida contemplativa femenina. Su estilo de vida es continuamente alabado y protegido por la Iglesia y cuenta con grandes santas, como Teresa de Ávila y Teresa de Lisieux, Doctoras de la Iglesia. Con todo, no se ha favorecido en las monjas contemplativas la necesidad de que sean ellas mismas quienes reflexionen los horizontes teológicos de su vocación y misión en la Iglesia. Han sido casi siempre varones quienes han elaborado la doctrina teológica de la vida contemplativa femenina. Han sido ellos quienes han puesto las bases doctrinales para justificar un tipo de clausura en documentos oficiales como Venite seorsum (1969) y Verbi Sponsa (1999). Eso ha empobrecido la reflexión teológico-espiritual sobre la vida contemplativa y ha impedido una visión de la misma y de sus exigencias a partir de quienes han recibido ese carisma. Falta por ello la riqueza de la experiencia y sólo se repiten frases estereotipadas y se aducen textos bíblicos fuera de contexto para justificar una vida entregada exclusivamente al Señor para poner de relieve el absoluto de Dios.
En las Proposiciones del Sínodo sobre la vida consagrada se dijo,  a propósito de la excesiva autonomía de los  monasterios: “parece que se debe solicitar la necesidad de superar la excesiva autonomía vigente en algunos monasterios”. En efecto, en el mundo actual es imposible enfrentar y resolver los problemas sin una más amplia colaboración y comunión en todos los niveles de la sociedad y de la Iglesia. Se habló también de la necesidad de una fidelidad madura a la clausura como medio para crear un ambiente de silencio, oración y vida fraterna, pero que vaya de acuerdo con la nueva situación de la mujer en la Iglesia y en la sociedad de tal modo que el carisma contemplativo sea significativo en el mundo de hoy.

3. Cuatro prioridades para  la vida religiosa
La vida religiosa es una forma de vivir la vida cristiana y, por lo mismo, ante las exigencias de la renovación en un momento de caos y de transformación profunda en la humanidad necesita ser orientada por la Palabra de Dios. Cada uno de los evangelios, con su peculiar enfoque teológico, pone de relieve una de las principales prioridades para la vida religiosa en el momento actual.

La centralidad de la persona de Cristo
Marcos parte de la exigencia del seguimiento del Jesús histórico para centrar su atención en el seguimiento del Jesús post-pascual: una posibilidad que se ofrece al hombre de todos los tiempos y que realiza todo el que abraza la causa de Jesús y del Evangelio. Tema recurrente explícita o implícitamente en las conferencias y en los grupos temáticos del Congreso Internacional sobre la vida consagrada, celebrado en 2004, fue el de la  especial centralidad de Cristo en la vida consagrada. Ésta tiene sentido sólo si se vive en comunión con Él. El grupo que reflexionó sobre el tema de la sed de Dios y de la búsqueda de sentido, después de afirmar que la vida consagrada está construida sobre tres columnas: la experiencia de Dios, la vida comunitaria y la misión subrayó fuertemente que en la base de estos tres elementos está “Cristo como nuestra roca”. Por eso,  todos los esfuerzos de fidelidad creativa y de refundación deben partir de una identidad que hunda sus raíces en la experiencia de Jesucristo: origen y meta de la vida consagrada. Debe ser una experiencia que fascine y que invite a la conversión continua. En Jesús, camino, verdad y vida descubrimos el verdadero rostro de Dios Padre-Madre que nos ama y nos ha dado una responsabilidad y por medio del Espíritu un carisma y una misión. Él es el único absoluto. Por otra parte, la convicción de que Jesús está en medio de nosotros siempre da alegría, esperanza, audacia y capacidad para abandonar estructuras caducas y obsoletas. Para crecer en el conocimiento experiencial de Jesús se deberá continuar viviendo el acercamiento cotidiano a la Palabra de Dios para integrarla en la vida personal y fraterna. La práctica comunitaria de la lectio divina está llamada a transformar el estilo de vida y el ejercicio del ministerio de las personas consagradas. Hay que hacer de la eucaristía el lugar privilegiado para la escucha de la Palabra y para el contacto personal con Cristo presente en ella.

Vivir una espiritualidad encarnada, vital y fraterna
Juan nos enseña a vivir una espiritualidad que unifique la vida religiosa; a ver todo desde la perspectiva de la fe para pasar del ver al conocer y de éste al saber, es decir a descubrir en todo a Dios, a contemplarlo en los demás y a buscar su voluntad en los acontecimientos. Se trata de una espiritualidad encarnada en la realidad, inculturada; una espiritualidad que sea vida en el Espíritu, que abarque todo. Donde la acción también sea parte de la espiritualidad. Una espiritualidad, como dice la reflexión-síntesis del Congreso Internacional sobre la vida consagrada, celebrado en Roma en 2004, nutrida o alimentada por la Palabra de Dios, por la eucaristía y por la oración. “Una  nueva espiritualidad que integre lo espiritual y lo corporal, lo femenino y lo masculino, lo personal y lo comunitario, lo natural y lo cultural, lo temporal y lo escatológico, lo intercongregacional e intergeneracional y nos acompañe en todo lo que vivimos y hacemos”. En esta espiritualidad cada instituto tiene que permanecer unido a sus orígenes porque allí está la raíz de donde vienen los matices propios de las diversas espiritualidades. Esta se debe vivir en contacto con la realidad, en apertura a la conversión, y con la exigencia de la radicalidad.
Si buscamos la raíz última y la fuente de la vocación de nuestros fundadores y fundadoras nos encontraremos que no es otra que una profunda experiencia de Dios. Sin ella no se entiende su papel carismático y profético en la Iglesia.
Como ellos, hay que estar enraizados en la experiencia del Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Dios de las bienaventuranzas, que hace salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos (Mt 5, 45); que ama a los ingratos y malos (Lc 6, 35). El Padre cuyos caminos no son nuestros caminos (cf. Is 55, 8-9), que nos quiere transformar en hijos suyos, en hermanos de los demás y que hace colaborar todo para nuestro bien (cf. Rm 8, 28). Ese Dios que continúa revelándose en la realidad en la que está presente. Cuyo rostro aparece también en las situaciones de conflicto, en los problemas sociales, en los desafíos de un mundo secularizado, en los signos de los tiempos y de los lugares.
Con una experiencia de Dios en contacto con la realidad las personas consagradas podrán ir descubriendo su rostro revelado en Cristo y  haciéndonos cada vez más capaces de testimoniar proféticamente esa experiencia radical. Al vivir la oración como escucha de Dios para después comprometerse con los hermanos, se encontrará en ella, como actitud de vida, una fuerza que genera disponibilidad para afrontar los caminos imprevisibles del Espíritu.

Vivir la dimensión profética  de la vida cristiana
Lucas, el evangelista de los pobres y marginados, de la misericordia nos orienta en la opción preferencial por los pobres para ser para ellos proféticamente una señal del amor misericordioso del Padre. La vida consagrada no tiene el monopolio del profetismo. Pero su  estilo de vida lo lleva a subrayarlo. La consagración religiosa ya es en sí misma profecía porque testimonia valores evangélicos que van contra corriente en la sociedad. Las personas consagradas están llamadas a vivir la dimensión profética en el anuncio y la denuncia al servicio de los pobres y de los abandonados, de las víctimas de la violencia y de la injusticia, de los nuevos pobres, de la defensa de los derechos humanos, de la promoción de las personas. Para ello hay que ir al desierto, a la periferia y a la frontera, no entendidas como lugares materiales sino como situaciones límite. A partir de una opción preferencial por los pobres, la vida consagrada debe hacerse presente en el desierto donde no hay nadie, donde la gente no quiere ir; en la periferia donde se experimenta la pobreza, la impotencia, donde se comparten las necesidades de las personas, y en las fronteras que son los caminos nuevos donde se corren riesgos. Este servicio profético debe partir de la opción preferencial por los pobres, y por eso, en las urgencias pastorales de la vida consagrada en el tercer milenio, tienen que estar las personas excluidas como destinatarios privilegiados de la evangelización.

Este compromiso con el profetismo ayuda a hacer la experiencia de un Dios liberador y a enfrentar los desafíos de la liberación y de la globalización. Se trata de un profetismo del pequeño resto: el fermento escondido en la masa de un mundo secularizado. Como grupo profético la vida consagrada debe dar una respuesta de espiritualidad a la búsqueda de lo sagrado y a la nostalgia de Dios están llamadas a hacer visible los valores del evangelio en el compromiso con los pobres y con la justicia; participando en los movimientos que trabajan por la paz y por la defensa de los derechos humanos. Es un profetismo que se hace presente en los puestos de vanguardia evangelizadora al servicio de los marginados para testimoniar el proyecto de Dios y denunciar todo lo que se opone a él.

Se percibe ya en la vida consagrada una mayor radicalidad y creatividad para llevar adelante un estilo de vida más sencillo y para la inserción entre los medios marginados con acciones de solidaridad y nuevos servicios comprometidos con la defensa y promoción de la justicia, la paz y la integridad de la creación. En el servicio a los excluidos no se pretende ser voz de los sin voz sino colaborar para que su voz sea escuchada. No se puede dejar de usar los medios de comunicación en forma creativa para la transmisión de la Buena Noticia en el mundo contemporáneo en una colaboración intercongregacional y con los laicos.
De manera particular, los fundadores y fundadoras experimentaron la presencia cuestionadora de Cristo en el ser humano, especialmente en los más pobres (cf. Mt 25, 31¬46). Los pobres reflejan −cualquiera que sea su situación moral o personal− el rostro humano y sufriente de Jesús y recuerdan sus opciones y predilecciones sacudiendo posibles ilusiones y compromisos. Por eso la presencia de Jesús en los pobres evangeliza a los evangelizadores y los capacita para un testimonio profético desde la esencia del Evangelio, que se resume en el amor eficaz a Dios y al hermano.
En la línea de los profetas bíblicos, los religiosos y religiosas están llamados a profundizar en la experiencia de Dios, hasta que Él sea una persona viva con la que se relacionan íntimamente. Esto ayuda a descubrir los planes de Dios en la historia y a leer en los acontecimientos su mensaje interpelador. Entonces aparecerá como el Dios de misericordia y de fidelidad que pide del hombre una respuesta de devoción amorosa y fiel hacia Él y de amor y bondad hacia los semejantes, expresados también radicalmente en la práctica de la justicia y del derecho (cf. Jr 9, 22-23).

El testimonio profético de la comunidad religiosa
Mateo nos recuerda la dimensión comunitaria de los creyentes en Cristo. Señal evidente de la nueva vida en Cristo es la fraternidad. Los fundadores y fundadoras subrayaron siempre su importancia para vivir la dimensión mística y profética de la vida consagrada. Ella pone de relieve el poder reconciliador de Jesús, que reúne en una nueva familia en su nombre. El aspecto fraterno de la vida consagrada se ha vuelto a subrayar a partir del Concilio. En esta vivencia de la fraternidad radica uno de los principales testimonios de la vida consagrada: ella hace presente el Reino predicado por Jesucristo y pone de relieve el poder reconciliador del Espíritu de Jesús, que reúne a todos en una nueva familia.

El celibato, el compartir los bienes, el discernimiento comunitario de los caminos de Dios, el compromiso con la misión, se viven en y desde una comunidad que, incluso, tiene un hábitat común y una organización que ayuda a superar el individualismo. La apertura a comunidades más amplias, como la provincial o la general, dilatan el horizonte comunitario. El contacto con otras comunidades eclesiales ayuda a descubrir su propia identidad. El papel del coordinador, en una comunidad de vida, es el de ser animador y constructor de una fraternidad que permita pasar de la vida en común a la vida en comunión.
Se requiere que las comunidades tengan un estilo de vida más simple y que, al mismo tiempo, estén cercanas al pueblo para que su testimonio se purifique y se haga inteligible. Junto con la sencillez y cercanía en relación con el pueblo, la comunidad religiosa necesita vivir relaciones más profundas entre sus miembros y una caridad realista y concreta que, en un mundo de egoísmo, injusticia y odio, anuncien la presencia y la acción de Dios que reconcilia y fraterniza y denuncien las divisiones y opresiones. Al renovar cotidianamente, en medio de las inevitables y necesarias dificultades de la vida fraterna, el ideal de comunión de amor, la comunidad religiosa ofrecerá un testimonio profético y dará razón de su esperanza, señalando a los demás la meta a la que Dios nos llama en Cristo. Este fue el ideal vivido y exigido por los fundadores y fundadoras.

Conclusión
La “pasión por Cristo y la pasión por la humanidad” que son la razón de ser de la vida consagrada se viven en un momento de transición y de cambio. El congreso de 2004  habló de varias maneras de la invitación del Espíritu para que nos volvamos al Señor con humildad porque Él es el único absoluto (cf. Dt  6,4). Eso nos llevará a la fidelidad creativa y a saber desapegarnos de lo que es fruto de una época y de una cultura, para centrarnos en lo fundamental hacia donde apuntan los nuevos rasgos de la vida religiosa. De aquí la necesidad de una formación espiritual y teológica, además de formación humana y profesional. Se subrayó también que cada Instituto tiene que permanecer unido a sus orígenes porque allí está la raíz de donde vienen los matices propios de cada carisma y espiritualidad. Estos se deben vivir en contacto con la realidad, en apertura a la conversión, y con la exigencia de la radicalidad. Hay que estar disponibles para aceptar los caminos del Espíritu con la certeza que da la esperanza,  que se apoya en la bondad y en la fidelidad del Dios de la esperanza (Rm 15,13).
El Papa Juan Pablo II, en el discurso a los participantes en el Congreso Internacional de Vida Consagrada, el 27 de noviembre de 1993, invitaba a imitar la creatividad de los fundadores con una fidelidad madura que tenga en cuenta las interpelaciones de los signos de los tiempos: “Los fundadores han sabido encarnar en su tiempo con coraje y santidad el mensaje evangélico. Es necesario que, fieles al soplo del Espíritu, sus hijos espirituales continúen en el tiempo este testimonio, imitando su creatividad con una madura fidelidad al carisma de los orígenes, en constante escucha de las exigencias del momento presente” .
En este doble movimiento de regreso a las fuentes y de atención a los desafíos del mundo de hoy se hace urgente y necesaria la formación permanente para releer la espiritualidad del propio Instituto religioso. Este es uno de los retos principales para la renovación de la vida religiosa. Ella “busca vivir su misión en la sociedad mundial actual, en medio de la sociedad global consumista y mediática, pero también y sobre todo en medio de los pobres, de manera que sea reconocida como signo de trascendencia y como servicio al reino de Dios y su justicia”. La misión fundamental de la vida religiosa no consiste “en la eficiencia caritativa, misionera y en el compromiso con el desarrollo, sino en crear espacios de encuentro donde Dios pueda ser experimentado y adorado aún hoy”

 

“La impresión que algunos pueden tener de pérdida de estima por parte de ciertos sectores de la Iglesia por la vida consagrada, puede vivirse como una invitación a una purificación liberadora. La vida consagrada no busca las alabanzas y las consideraciones humanas; se recompensa con el gozo de continuar trabajando activamente al servicio del Reino de Dios, para ser germen de vida que crece en el secreto, sin esperar otra recompensa que la que el Padre dará al final (cf. Mt 6, 6). Encuentra su identidad en la llamada del Señor, en su seguimiento, amor y servicio incondicionales, capaces de colmar una vida y de darle plenitud de sentido”.
“Si en algunos lugares las personas consagradas son pequeño rebaño a causa de la disminución en el número, este hecho puede interpretarse como un signo providencial que invita a recuperar la propia tarea esencial de levadura, de fermento, de signo y de profecía. Cuanto más grande es la masa que hay que fermentar, tanto más rico de calidad deberá ser el fermento evangélico, y tanto más excelente el testimonio de vida y el servicio carismático de las personas consagradas” . La vida religiosa vive en un momento de transición ante el cambio de época. En la manera de enfrentarlo se  tienen dos ideas y dos proyectos de renovación. En ambos, como afirma acertadamente la H. Ilia Delio a propósito de las dos Conferencias de religiosas de los Estados Unidos: se quiere testimoniar el evangelio revelado en Jesucristo, pero sus caminos son divergentes. La Conferencia más tradicional: Conferencia de Superioras Mayores Religiosas (CMSWR) buscan prioritariamente la unión esponsal con Cristo; su objetivo es la unión nupcial celestial. La conferencia más abierta a la renovación: Conferencia del Liderazgo de Mujeres Religiosas (LCWR), siguen prioritariamente a Cristo liberador, testimoniándolo en las luchas de la historia. En ambos grupos se puede encontrar ídolos, secretos y disfunciones, santos, profetas y místicos. Los dos grupos son pecadores y redimidos. Siguen el Derecho Canónico y conservan el seguro médico, del automóvil, los fondos de pensión y un pedazo de tierra para la sepultura.