La vida consagrada entre dos crepúsculos

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En la articulación entre un pasado y un futuro que va surgiendo…
Estamos en un momento bisagra o de articulación entre un pasado que parece escapársenos y un futuro que nos viene por una sucesión de presentes. El pasado parece pasar por un crepúsculo vespertino que parece desvanecerse progresivamente, aunque nos sigue sirviendo de referencia válida. No es cuestión de lamentarse puesto que la vida sigue. Esperamos y tratamos de hacer surgir y afianzar un crepúsculo matutino. Las personas ya no nos sentimos encorsetadas como en otros tiempos. El nuevo futuro se va iniciando progresivamente, desde hace unas décadas, y nos constituye un reto personal e institucional para afianzarlo y consolidarlo. Aunque la gracia de Dios no nos faltará, también depende de nuestra capacidad de corresponder a ella. Nadie tiene el derecho de creerse poseedor de la verdad y menos todavía imponer la propia verdad. La buscamos entre todos.

Detengámonos a considerar la evolución de nuestros tiempos. Mantengámonos en actitud de discernimiento de nuestro presente y de la sucesión de presentes que vamos viviendo. Echemos una mirada hacia atrás aunque con la vista siempre puesta hacia adelante. Conviene tomar conciencia de nuestra andadura. ¿Somos menos? O ¿Somos más? ¿Hacia dónde deberemos poner nuestra mirada?
Se nos va cambiando el paradigma. En el pasado éramos muchos religiosos y nos sentíamos capaces de responder del ministerio congregacional con algunas unidades de seglares de so-porte o de complemento. Hoy el paradigma está completamente cambiado. Vivimos en un nuevo contexto. Los que éramos los más numerosos hoy somos los menos y los que eran los menos numerosos hoy son los más. Los porcentajes se han invertido. “Ha habido que que-mar cosas que habíamos adorado y adorar cosas que habíamos quemado”. Hoy los dones y carismas de las órdenes y congregaciones religiosas desbordan el marco de la fundación. Por tanto, hay que decir que, en realidad “somos más numerosos”, aunque de otra manera. Lo sabemos.
Esta nueva situación nos comporta un reto. ¿Seremos capaces de integrarnos todos, mutuamente, religiosos y seglares, al servicio de la misión de la Iglesia en el ministerio propio de cada orden y congregación? Aquí está el reto y a partir de la respuesta que se vaya dando a es-te reto se construye y se construirá el futuro. Necesitamos de una “fuerza ascensional”, que nos dé constante impulso, ya que como diría Emanuel Mounier, “así como la bicicleta o el avión no pueden mantener su equilibrio si no están en movimiento, tampoco las instituciones si carecen de esta fuerza ascensional”. Jesucristo fue abriendo un futuro con referencia a la Ley y a los Profetas conjuntamente con la fuerza ascensional que le procuraba su mirada atenta hacia el Padre, que le pedía una misión de Reino.
En cada época, los Fundadores han fundado tratando de responder a las necesidades de su época con un carisma adecuado o fuerza ascensional. Hoy el mismo carisma debe aplicar-se para responder a las necesidades de nuestros tiempos. Estamos en lo mismo, por tanto, pero de otra manera. Como nunca se nos exige hoy una fidelidad creativa. Nos corresponde mantener la misma identidad del carisma fundacional, pero de otra manera.
El reto al que nos vemos enfrentados pide adecuar el “funcionamiento institucional” y el “ser personal”, todo a la vez, a través de los tiempos que transitamos. Ya no se trata de proliferar buenos y grandes discursos o de proclamar una declaración de buenas intenciones. Se nos pide implicarnos en la construcción del futuro.
SOBRE EL «FUNCIONAMENTO» DE LAS INSTITUCIONES
La articulación de un sentido de libertad en nuestras instituciones permite una oxigenación de las personas. Las demandas y exigencias de los tiempos actuales no nos permiten repetir, sin más, modelos de funcionamiento anteriores, por muy eficaces que hayan podido ser. Las instituciones cambian sus estructuras de funcionamiento. Nos sentimos irreversiblemente empujados a ello. Esta situación nos pone en movimiento acelerado (no “uniformemente” acelerado) y no puede ser por menos, aunque nos suscite algunas o varias incógnitas. En circunstancias, se puede llegar a experimentar situaciones de estado de shok.
Las instituciones son cuestionadas a nivel social, político y eclesial. El mismo progreso cuestiona el funcionamiento de las instituciones. Por tanto, se va modificando el sistema institucional. Se intensifican necesarios y nuevos sistemas de gestión y de administración. Frecuentes reuniones capitulares a diverso nivel, asambleas, foros, comisiones… trabajan sin cesar… proyectando para períodos de 4, 5, 6 o 10 años y sometiéndose a revisión y actualización durante y después de cada año. Es lo que necesariamente vivimos. Experimentamos también que el proyecto y su realización no coinciden, ya que según Orígenes el kerigma debe complementarse con el esfuerzo y ejercicio práctico. Por eso las frecuentes y periódicas sesiones de revisión.
Pero, el crepúsculo matutino que anhelamos no depende sólo de la adecuación y mejora de las instituciones. Las instituciones renovadas no consiguen nada sin el «hombre nuevo». Según Mounier: “No son las instituciones las que hacen al hombre nuevo; es un trabajo personal del hombre sobre sí mismo en el que nadie puede reemplazar a nadie. Las instituciones nuevas y renovadas pueden facilitar la tarea, pe-ro no pueden sustituir el esfuerzo. Las estructuras nuevas son un reclamo para comenzar en nosotros mismos, desde ahora, un trabajo de conversión en el que la ayuda institucional, no será sino un episodio indispensable e independiente”.
Tomando un esquema de análisis sociológico, podríamos contemplar la relación entre el «instituido», el «instituyente» y la «institucionalización». Nuestras instituciones, aunque nacidas de un impulso carismático, con el tiempo se deterioran y envejecen.
El «instituido» está constituido por la situación actual y la legislación de nuestras instituciones eclesiales, sociales, políticas, de nuestras órdenes y congregaciones religiosas. Incluso nuestras constituciones, que nacieron con pre-tensión de instituyentes, con el transcurso del tiempo pasan a formar parte del instituido; por eso se pide su renovación periódica. El instituido podría albergar un cierto enfriamiento o per-versión del espíritu o carisma fundante.
El «instituyente» lo constituyen la fuerza ascensional, el espíritu crítico, las iniciativas, el discernimiento, etc., que representan una constante interpelación al instituido existente; significan una contestación del instituido. Jesucristo, el Evangelio, el Fundador/a, el carisma, la fidelidad creativa y el mismo discernimiento forman parte de este instituyente. Habría que colocar aquí el «soplo del Espíritu», que sopla cuando quiere y como quiere (Jn 3, 8). Normalmente resulta incómodo al orden establecido. Su eficacia es reconocida a posteriori, y no pocas veces después de pasar por la experiencia del binomio “carisma y cruz”, ya que supone audacia en las iniciativas, constan-cia en la entrega, humildad en sobrellevar los contratiempos (cf. Mutuae Relationes 12). Ala autoridad y a todos y a cada uno nos corresponde el dar acogida al soplo del Espíritu.
La «institucionalización» es la resultante de la dialéctica entre el instituido y el instituyente, con el fin de conseguir los sucesivos y correlativos instituidos, adecuados a cada época. Pretende transformar la institución a partir de sus planteamientos fundacionales. Debería corresponder con la fidelidad creativa. Hace avanzar el sistema hacia una progresiva y permanente renovación.
Hoy dedicamos muchos esfuerzos en el terreno administrativo y de gestión. Son evidentemente muy necesarios para el «funcionamiento». Pero nunca debieran hipotecar el «ser» (o la identidad) de las personas y de las instituciones. Es decir, debe preservarse, al mismo tiempo el «saber vivir» y el «saber hacer», el pensar y la eficacia. Todos estamos de acuerdo en la prioridad de la identidad o del ser, pe-ro, no pocas veces las urgencias y las previsiones de funcionamiento lo hipotecan.
SOBRE EL «SER» DE LAS PERSONAS Y DE LAS INSTITUCIONES (= IDENTIDAD)
Es decir, la “pretensión del ser” no coincide con la “pretensión del cómo funcionar”, aun-que deben ser correlativas. La identidad constituye un punto de partida imprescindible. Desde aquí se realiza la «fuerza ascensional». El nuevo paradigma nos hace ver que las obras se han ampliado, que somos menos numerosos los religiosos, más ancianos y que, a Dios gracias, se nos junta un importante tanto por ciento de seglares. Desde esta realidad asumida nos identificamos con nuestro propio carisma institucional, que tratamos de impulsar como un bien para la Iglesia y la sociedad.
Hoy constatamos la existencia de varios colaboradores seglares que toman su profesión como una vocación, que la expresan por su interés en conocer y vivir el carisma institucional y su dedicación a la misión. De manera que podemos decir que cada orden y congregación religiosa se compone de religiosos y seglares viviendo el mismo carisma, los mismos objetivos y espiritualidad, aunque desde identidades distintas. Esta circunstancia nos propicia una oportunidad para implicar a los seglares en la misión de la Iglesia. Ellos pueden aportar sus iniciativas, sus puntos de vista enriqueciendo así, sin duda alguna, la nueva evangelización.
Así mismo, los seglares van tomando cada vez más responsabilidades de diverso tipo en las instituciones religiosas. Aún más, no pocas instituciones religiosas existen gracias a la aportación de los seglares, algunos de los cuales explicitan un compromiso de participar en la espiritualidad, carisma y parcela de misión propias del instituto u orden religiosa.
Todo ello da lugar a diversos tipos de comunidad de pertenencia:
1- La «Comunidad de religiosos» que, con sus Constituciones y proyecto comunitario, expresa su propia identidad, con un Superior religioso.
2- La «Comunidad de la “obra” para la que fueron fundados». Ésta se compone de religiosos y seglares (éstos de distinta sensibilidad religiosa). El Director o Presidente, tanto puede ser un religioso como un seglar. Se rige por un Estatuto o Proyecto de Misión, que unifica los esfuerzos y aportación de todos.
3- Dos tipos de comunidades “mixtas”:
3.1- Una «Comunidad constituida por los religiosos y algunos seglares en el interior de la obra educativa, sanitaria, de solidaridad…” De-sean seguir profundizando en el conocimiento del Fundador/a, en la espiritualidad y carisma institucionales. Sin confundir las respectivas identidades. Elaboran conjuntamente un Proyecto de vida y de formación permanente. El Director o Presidente de esta comunidad puede ser un religioso o un seglar.
3.2 – Una «Comunidad constituida, toda ella, por religiosos y seglares que, desde sus respectivas identidades, todos tienen un compromiso formal de espiritualidad y de acción en una obra
o misión de la institución». Es esta misión surgida de su compromiso y vivencia del carisma y espiritualidad institucionales lo que les congrega. El Superior o Animador de esta comunidad tanto puede ser un religioso como un seglar. Su cometido consiste en orientar y animar el carisma, espiritualidad y misión de la institución, a cada cual según su respectiva identidad religiosa o seglar. Al elaborar su Proyecto de vida y de acción, los religiosos deberán tener presentes las Constituciones y los seglares sus implicaciones y obligaciones familiares y otras. Y para todos reglamentar su vida de oración, de reunión, de formación permanente, etc. Corresponde al Provincial la función de acompañamiento y la primera responsabilidad de es-tas comunidades, como sobre cualquiera otra del resto de comunidades de su Provincia.
4- La «Comunidad familiar» de cada uno de los Seglares. El lenguaje no puede ser unívoco, sino plural y todos desde una consistencia carismática.
En todas estas Comunidades, se pretende, como punto de partida, vivir los compromisos bautismales, vividos en comunión eclesial, que son los mismos para todos sus miembros. Es-tas modalidades de comunidad son complementarias entre sí, de manera que la interacción beneficia a cada una de ellas y a cada persona en concreto. En cada caso, cada cual tiene el derecho y la obligación de vivir su propia y respectiva identidad. Se produce un mutuo enriquecimiento. Las diversas identidades se potencian, no se confunden, ni ninguna viene a ser amenaza para la otra.
ANTE ESTA SITUACIÓN… PROCESO DE FORMACIÓN
Es indispensable un continuado proceso de formación conjunta de religiosos y seglares. Los religiosos no fuimos formados para convivir y trabajar conjuntamente con los seglares y viceversa. Por tanto, implica que, juntos, participemos en unas mismas sesiones formativas. Los unos aprenderemos de los otros y viceversa. Respecto de los religiosos, todavía los hay que están en activo y con responsabilidades institucionales y un buen grupo de ellos son jubila-dos. Partiendo del principio que el religioso no se jubila nunca de su vocación, carisma y misión, aunque sí de determinadas tareas, los religiosos mayores, además de su colaboración en distintas actividades que les son propias, son referentes de la memoria o tradición institucional, que avalan por su vida entregada durante tantos años. Es un hecho que son gratamente escucha-dos y venerados por los seglares. Por ello, hay que decir que realizan una excelente labor e in-fluencia en la comunidad institucional. Los cometidos de la formación institucional pueden abarcar diferentes ámbitos: de dirección, pastoral, pedagogía, sanidad, relaciones interpersonales, nuevas tecnologías… vida del Fundador, itinerario de fundación, espiritualidad… Y ello tanto a nivel lo-cal, provincial e incluso institucional.

FINALMENTE
Toda vida pide superación, búsqueda, sobre todo en estos tiempos en los que no rige un sistema de tradición repetitiva como en años anteriores. El ejemplo de Jesucristo y de los Fundadores que «crearon» nuevos tiempos, debe ser nuestro punto de referencia, de guía y de orientación
Finalmente, si por una parte convendrá tener presente, que “Si el Señor no construye la casa en vano se afanan los constructores” (Sl 127, 1); por otra, que “Con la sabiduría se construye una casa y con la prudencia se afianza” (Pr 24, 3). Con estos presupuestos habrá que dirigir nuestros esfuerzos para afianzar el crepúsculo que nos procure un luminoso futuro.