Sabemos que un día nos uniremos, los que llevamos el nombre de cristianos, en la construcción del Reino. Pero, de momento nos resistimos. Y eso, que estos días, a la hora de quemar iglesias o matar fieles, no identifican si son católicos, ortodoxos o protestantes.
Pero sí, algún no nos quedará más remedio. Como le ocurre a Jesús en este evangelio. Cuando Herodes apresa a Juan -y calla su boca- es cuando Jesús se decide a abrir la suya y anunciar la llegada del Reino. Sale del centro religioso y se marcha a los límites, a la Galilea, para anunciar que comienza la Salvación, y eso es Buena Noticia.
En los misterios del rosario se ha introducido esta escena del inicio de la predicación de Jesús. Incorporado en los misterios de Luz nos refiere al misterio de un anuncio a los últimos y con un carácter gozoso.
Jesús comenzó el anuncio por los más alejados del Templo, de la ciudad Santa. Comenzó por los galileos, por los pescadores, por los enfermos, los endemoniados, los ciegos, las mujeres, los niños… Y se produjo la conversión. Un misterio más humano que divino; quizá porque es más difícil el cambio en el centro, en la ortodoxia, en los centros de poder que en las afueras, en la mezcla, en los barrios.
Jesús comenzó a hablar de gozo y buena noticia. Su predicación difería de la de Juan y de los profetas porque no denunciaba errores doctrinales, tipos de vida, pecados, sino que proponía un cambio para acoger ese reino que llegaba. Vemos el contraste con la predicación de Jonás a Nínive: “Dentro de cuarenta días será destruida”. Y, por miedo, por sorpresa o por decencia, Nínive se convierte de su conducta, reconoce sus desvaríos y cree en Dios. Y Jonás, que había dudado de Dios, queda desconcertado porque se convierten antes los pecadores que los de Jerusalén. El mismo Jonás que había evitado ir a Nínive tiene que reconocer la calidad de la fe de Nínive; a la que no hace falta predicar más de un día para que se produzca la conversión.
Jesús se fue al lago de Galilea y anuncia un tiempo nuevo a dos pares de hermanos pescadores. Quiere necesitar de gente corriente para el inicio de ese Reino porque los preparados en la Ley de Moisés dificultan el obrar de Dios.
Y aquellos dos, más otro par de hermanos, creen en la promesa de Jesús. Tal fue su sorpresa por el mensaje de gozo y la convicción de la propuesta. Dejaron de echar las redes en el agua para hacerlo por los caminos; y entusiasmar a otros: proponiendo, anunciando, invitando.
Es cierto que no todos se lo creyeron. Ni por el lugar ni por el mensaje. La dificultad estriba en la cerrazón del corazón que no está dispuesto a acoger lo nuevo y lo distinto.
Y es que, ciertamente, no es tan fácil fiarse de las palabras de Jesús cuando la realidad las contradice y las niega. Entonces -dominados por los romanos, los herodianos, los fariseos- y hoy -por el mercado, el cientifismo y el laicismo-.
Cuando detienen a Juan, Jesús comprende que es el momento. Y a continuación se lanza a los caminos a proponer con entusiasmo un reino de verdad, de justicia, de libertad.
Quizá para que yo me dé cuenta de que cuando una puerta se cierra otra se abre. Donde se bloquea una situación familiar, una enfermedad, unos estudios, un “despido”, una persecución se abren infinitas posibilidades para caminar. Donde se persigue a los cristianos por confusión de responsabilidades en las viñetas de Mahoma o las intervenciones militares de occidente… allí brota el testimonio y la fidelidad del martirio.
Quizá por eso -como apremia San Pablo- hemos de darnos prisa en ponernos al servicio del Maestro como “un solo hombre”; sin apellidos ni celos. Eso sí que sería una Buena Noticia. Percibida por los que no nos comprenden y por nosotros mismos