LA «SOCIEDAD LIMITADA» Y LA COMUNIDAD INMENSA

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Un título poco convencional para referirnos a la vida comunitaria. Lo cierto es que la comunidad y sus pobladores están afectados de las mismas condiciones y posibilidades que sus contemporáneos. Con ellos, también viven pactos, enfrentamientos, posicionamientos, adhesiones y, cómo no, compensaciones.

Si escribo estas líneas es porque creo firmemente en la inmensidad de la comunidad. Estoy convencido que es el marco posibilitador de crecimiento personal por excelencia. Es una suerte de sociedad que no se olvida nunca de que está convocada por valores que el mercado no puede tasar, ni anular, ni violar.

Creo a la vez que la comunidad es el principio más transgresor y veraz que tenemos los religiosos, por eso me desconcierta cuando nos esforzamos tanto en pensar qué vamos a ofrecer, sin preguntarnos tanto con qué calidad lo vamos a vivir.

Aparece en el título la expresión sociedad limitada. Ésta tiene su sentido para las pequeñas sociedades que normalmente gestionan, también, un pequeño capital, unos pocos recursos y guían la vida de unas pocas personas. Cuando aparece una sociedad limitada en una congregación o comunidad es, sin duda, un problema. Y no sé por qué me temo que hay un número elevado de personas que ya no imaginan esto sino es desde la pequeñísima parcela de los suyos o suyas. Así como hay etapas en la vida en las que es frecuente y comprensible crecer en una supuesta solidaridad de pensamiento, la madurez que puede y debe pedirse a un religioso o religiosa, es que sepa pensar, pueda hacerlo y decida sin adhesiones inexplicables por tener en alquiler la propia libertad. Supongo que comprenderán que por un «puñado de votos o prebendas» es una experiencia muy triste y esterilizante dejar de ser, para seguir dictados que te guíen.

Seguramente hemos de reflexionar más sobre los efectos del «duro combate vital» que un consagrado, para serlo, mantiene con el contexto. Evidentemente no nos estamos refiriendo a combate en sentido estricto. Pero sí a un diálogo en el que, constantemente, la vida te pregunta dónde te sitúas, qué crees y que convicciones profundas te sostienen. No es nada infrecuente que, en algún momento de la jornada, experimentes cierta soledad o la sensación de quedarte al margen… Esa experiencia, por todos avalada como necesaria para la maduración, no deja de ser difícil y necesita «muletas» que sirvan de ayuda. Las estructuras de la vida consagrada lo son. Lo expresan bien cuando la comunidad es un espacio real de diálogo en el que fluyen las ideas y sentimientos, sin miedo. No es un refugio, sino el espacio natural en el que quien quiere vivir la profecía del reino se alimenta, construye y se fortalece.

La verdad, sin embargo, es que hablar así en general y conjunto de comunidad no acaba de responder a la realidad de lo que podemos encontrarnos. Es, por ello, muy importante dar a las comunidades posibilidades de vida y no solo de subsistencia.

Es un clamor que la reforma urgente de la vida consagrada pasa por la persona. Pero, siendo, como es, muy difícil, acercarte para constatar la situación de las personas, podríamos abundar en un lenguaje y reflexión comunes que nos lleven a tomar decisiones sobre las comunidades existentes, sus posibilidades y riesgos. Con el paso del tiempo, no solo la mirada se acostumbra, la percepción misma del valor comunitario se puede distorsionar. Nos podemos acostumbrar, por ejemplo, a convertir la vida comunitaria en un entrelazado nudo de silencios, cuando es lo más antagónico con la vida comunitaria.

Sospecho que es el peor mal: cuando ya no alcanzamos a soñar que las cosas puedan ser de otra manera. En esa situación llegamos incluso a creer que solo hay posibilidad real de comunidad cuando vives con «amigos o amigas», siendo el concepto de amistad en la vida consagrada merecedor de algún tomo, no delgado; cuando reduces la comunidad a la sociedad limitada de quienes comparten contigo o te siguen; cuando llegas a pensar que, en realidad, no es una posibilidad, sino algo por lo que hay que pasar.

La diferencia entre lo que experimentamos y lo que formulamos se parece bastante a la distancia entre una sociedad limitada y la inmensidad. Probablemente tengamos que ganar valentía para reivindicar qué es comunidad hoy, y qué son formas comunitarias que mantenemos; seguramente tengamos que admitir que los varones y las mujeres, viviendo solos, organizándonos solos y con un discernimiento «domesticado» vamos introduciendo elementos para compartir en comunidad que cuando menos son «peculiares»; quizá incluso tengamos que pararnos, mirarnos y preguntarnos, a ser posible ante Dios, qué significa para mi vivir compartiéndolo todo libre y gratuitamente. Y sin mucha literatura, contarnos cómo hemos ido haciendo este trayecto que, en verdad, busca la inmensidad, aunque muchas veces se quede en la limitación de quien me compensa, escucha, jalea o disculpa.