Hoy celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad. Hoy, Iglesia cuerpo de Cristo, celebras lo que crees de Dios, contemplas lo que celebras, y gozas de lo que se te ha revelado.
Hoy tu eucaristía comienza con una bendición: “Bendito sea Dios Padre, y su Hijo Unigénito, y el Espíritu Santo”; y recuerdas la razón por la que bendices: “Porque ha tenido misericordia de nosotros”.
Comienzas tu celebración bendiciendo, y ya no se apartará de ti la bendición, pues nunca se aparta de ti la misericordia.
La palabra proclamada te ayudará a conocer la misericordia que recibes. Es éste un gran misterio. El salmista lo expresó así desde su fe: “¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?”
Esa pregunta se la hacemos a Dios desde la pequeñez de nuestro ser, pequeñez que hemos experimentado al contemplar el cielo, “obra de sus dedos”, al admirar la luna y las estrellas, creación de su divino poder.
La respuesta a esa pregunta, va desgranando en la conciencia del creyente los artículos de una confesión de fe: “Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos”. Vienen a la memoria de la fe las palabras del Génesis: “Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”.
El creyente intuye que hay una relación profunda entre él y su Dios, una relación en la que es esencial la dimensión de pertenencia a la tierra, la finitud de toda criatura, y también la dimensión de pertenencia a Dios, de inefable semejanza con él, una semejanza revelada en palabras que apenas aciertan a evocarla: ‘gloria’, ‘dignidad’, ‘imagen’: “Lo coronaste de gloria y dignidad”; “lo hiciste a tu imagen y semejanza”. Y con la asamblea bendices, diciendo: “Porque ha tenido misericordia de nosotros”.
Acércate ahora a ese misterio de misericordia y hazlo desde las palabras del apóstol: “Hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios por medio de Cristo”. Mientras confiesas lo que has recibido, vas repitiendo el estribillo de tu agradecimiento: “Porque es eterna su misericordia”. Nos gloriamos en la esperanza de la gloria, “porque es eterna su misericordia”. Nos gloriamos en las tribulaciones, “porque es eterna su misericordia”. Y luego el apóstol añade: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado”. Y tú, que lo escuchas, aprendes que la misericordia de Dios te habita: El Espíritu Santo te ha ungido, he venido sobre ti, se ha quedado en ti, ha puesto en ti su casa, eres su templo santo.
El misterio que hoy celebramos es de Dios y es del hombre: es tuyo, pues Dios Padre es tu Padre; en Dios Hijo, tú eres hijo de Dios; y el Espíritu que ha sido enviado a tu corazón, y que clama: Abba (Padre), es el Espíritu Santo de Dios. En verdad, para siempre ha de ser tu bendición, pues para siempre es la misericordia que se te ha hecho.
Pertenecemos a la intimidad de Dios: nuestra comunión es con el Hijo de Dios; somos uno con el Hijo de Dios, él en nosotros, y nosotros en él, hijos en el Hijo, llevando todos en el corazón el único Espíritu del Hijo de Dios.
Quédate en Dios como hijo, y ama con el amor con que eres amado. Sólo si te quedas, amarás; sólo si te quedas, te darás; sólo si te quedas, serás de tus hermanos; sólo si te quedas, serás de todos.
Feliz día de la Santísima Trinidad. Feliz memoria de tu vida en Dios. Feliz camino desde Dios a la humanidad, desde Dios a los pobres.