Todos reconocemos la existencia real de una multiplicidad de personas en nuestras comunidades y de diferentes formas de ser, pensar, actuar… que no son solo en los aspectos externos sino también en las dimensiones más profundas, a pesar de que nos reunamos para cumplir un mismo objetivo: vivir la búsqueda de Dios según un carisma concreto.
La necesidad de relacionarnos es clara y, sobre todo, de complementariedad, porque en cada hermano deseamos encontrar aquella parte nuestra que se nos ha perdido. El ideal al que aspiramos es a integrar todas estas diferencias, no en la uniformidad, pero sí en una unidad sin divisiones. Si éste es el ideal, a penas llegados a la vida de comunidad, ya nos damos cuenta de la dificultad que entraña. El encuentro con lo diferente suele percibirse como desequilibrador más que como oportunidad para ensanchar la propia casa, se nos presenta más como amenaza que como nueva forma de ver la realidad.
A nivel práctico puede ser útil tener presentes algunas cosas. Consciencia clara de quienes somos para no caer en la tentación de asumir un papel que no nos corresponde. Conocimiento del hermano, no solo desde el punto de vista “acumulativo” sino principalmente penetrativo, para comprender su realidad. Tener presente que la libertad personal es esencial y solo una comunidad plural puede hacerle hueco. Pero la libertad se consigue mediante la búsqueda del bien común y éste exige tanto la unidad como la variedad.Los intereses particulares deben subordinarse al bien común.
Saber que la autoridad realiza una función definitoria en orden a la comunión y convivencia para que las diferencias legítimas no supongan un detrimento del bien superior de la comunidad.
Me atrevo a sugerir las pautas sobre la vida comunitaria que da San Benito en su Regla por si pudieran ser válidas también para otras formas de vida consagrada: “Que se anticipen a honrarse unos a otros; que se soporten con la mayor paciencia tanto sus debilidades físicas como morales; que se obedezcan a porfía unos a otros; que nadie busque lo que le parezca útil para sí, sino más bien lo que lo sea para los otros; que practiquen una caridad fraterna desinteresada; que amen a Dios; que amen a su abad con afecto sincero y humilde y que no antepongan nada a Cristo el cual nos lleve a todos juntos a la vida eterna”.
Quizáslo más importante es que no nos desanimemos nunca. Mirar la realidad comunitaria desde nuestras posibilidades nos hace descubrir muchos imposibles “porque damos para lo que damos”,pero tenemos que confiar en lo que Dios quiere hacer con estas pobrezas. Nuestras comunidades pueden terminar siendo como el portal de Belén. Allí habita todo en perfecta comunión: María, José, el niño Jesús, pastores, reyes, animales, ángeles… Por cierto, que una antigua leyenda dice que fueron los pastores los que indicaron el camino al portal a los Reyes Magos.