Vivir la diversidad es tarea humana ineludible. La realidad es plural; ya en la creación se da una extraordinaria variedad, tanto en la materia como en la infinidad de seres vivientes.
El hombre y la mujer, culminación de la creación, creados a imagen y semejanza de Dios, y abiertos al encuentro y comunión con Él, son, sin embargo, incapaces de abarcar, la riqueza irreductible de Dios. Cada uno capta solo alguna dimensión de su Misterio. Quienes han sido alcanzados por el encuentro con Él, elaboran una respuesta personal e irrepetible ante los hechos humanos y ante el mismo hecho religioso. En el convento de S. Marcos de Florencia, Fray Angélico decoró las celdas de los monjes con escenas que expresan esta variedad admirable derespuestas. En cada celda, un monje a los pies del crucificado. Ante el hecho sublime de la Crucifixión, la respuesta de cada monje es absolutamente original.
La iniciativa divina y las respuestas humanas, hacen de la pluralidad desafío y oportunidad para tejer una convivencia armónica; única opción verdaderamente posible. Puede vivirse desde el plano de la exclusiva experiencia cotidiana,o, más hondamente, desde la entraña de la fe.
En la vida religiosa, la comunión de vida, conlleva innumerables diferencias originadas por edad, historia, origen de cada uno, extracción social, riqueza o pobreza de trayectoria humana, cultura, historia salud física o psíquica… Ante esta realidad es fácil caer en tentación y preguntarse: ¿Es posible la unidad? ¿No es superior a nuestras fuerzas? ¿No son nuestras edades, obstáculos casi insalvables para realizar cambios en nuestras costumbres y temperamentos? Resbalamos así insensiblemente a percibirnos a nosotros mismos como artífices de la unidad y dueños y responsables de la diversidad.
La entraña de la fe nos ayuda a mirar de otra manera: aceptar la diversidad como riqueza, y la suma de diferencias, como camino de unidad. Unidad, y diversidad provienen de la misma fuente, son obra del mismo Espíritu (1Cor 12, 1 ss). Dejarse mover por ese mismo Espíritu nos conduce en la paciencia a la unión en lo diverso, y hace patente ante el mundo el poder y el obrar de Dios. El “mirad como se aman” en el quese conoce nuestro discipulado, es fruto del verdadero amor, que proviene de Dios, que obra la maravilla de la comunión.