Enfoques en el año de la vida consagrada
¿…qué es desaprender?
Cada día se aprende algo. En un mundo cada vez más desconcertante, urge la necesidad de desaprender y aprender cada día algo. La vida religiosa tiene que estar en esta misma actitud: aprender y desaprender.
Desaprender una mentalidad cuantitativa, cuando en el fondo lo que importa es lo cualitativo. Tampoco hay que conformarse con poco, sino mantener la sana tensión de anunciar el Evangelio a todas las personas posibles. El problema radica cuando se quiere establecer un criterio mensurable de éxito, cuando lo único necesario es la fidelidad a la que Dios nos llama. Cuando en la vida religiosa se busca el prestigio, surge una distancia con el fundamento de nuestra existencia: Cristo. Si contemplamos su vida, es un auténtico “fracaso”. El “fracaso” de la Cruz. Es cuestión de ser fiel como Jesús lo fue hasta el final. Y éste es nuestro aprendizaje. Si hay que desaprender no es para lamentarnos de los errores cometidos, sino para mirar el futuro con Esperanza. Esto no quiere decir que en la vida religiosa todo sea igual. Siempre ha habido, hay y habrá consagrados y consagradas que se han dejado llevar plenamente por el Espíritu Santo, y han sabido captar la esencia de esta forma de vida. Y retomando la acción del Espíritu, hallamos que bajo su luz, se descubren nuestras luces y nuestras sombras. En este sentido, la humildad es una virtud que debería estar “aprendida y aprehendida”.
Reconocemos los problemas económicos por el que atraviesan tantas personas. Es motivo de agradecimiento que la vida religiosa se implique en la denuncia de las de-sigualdades que genera esta economía. No obstante, para la vida religiosa es una gran tentación entrar en la dinámica de esta economía excluyente y de competitividad deshumanizante. Se puede caer en el peligro de que cada Instituto “presuma” de: tener los mejores centros educativos, que vende más libros que otro Instituto, que ha formado a grandes líderes de la sociedad, o incluso que no necesita relacionarse con otras congregaciones. Es cierto que hay que lograr la excelencia y estoy convencido que detrás de todas las obras apostólicas hay muy buenas intenciones. Hay que desaprender, en algunas ocasiones, un cierto espíritu de competencia feroz. También hay que dar gracias a Dios porque esto no es una realidad general. Es solo un peligro del cual hay que de-saprender. Afortunadamente, conocemos a tantos consagrados y tantas consagradas cuya misión es atender a personas que pasarán desapercibidos por esta vida.
La vida religiosa tiene que desaprender a ser omnipotente. La clave radica en asumir la fragilidad de la existencia para que sintamos aquellas palabras de san Pablo en 2 Cor 12, 10. La fortaleza viene de Dios. No hay que alarmarse ni tener miedo a “cada vez somos menos”. No estamos en nuestras propias manos, estamos en las manos de Dios y eso es suficiente.