Me preguntan sobre “aquellos aspectos que a la vida religiosa le vendría bien desaprender en este tiempo”. Y a mi vez me pregunto cómo puede ser bueno –cómo puede venir bien- que alguien olvide lo que ha aprendido. Tal vez se trate sólo de rebajar certezas a la humilde condición de preguntas, o de convertir nuestro realismo sombrío en luz de esperanza. Tal vez se trata solo de recuperar una mirada de fe sobre nuestra vida.
El salmista lo dijo así: “Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna”. Que es como decir: Olvida lo aprendido, desaprende lo que te tiene, lo que te ata, lo previsto, lo tuyo –desaprende tu pueblo y tu casa-, y arriésgate por los caminos del amor, pues anda el rey prendado de tu belleza y los pobres andan celosos de tu tiempo. Olvida lo aprendido, desaprende lo estereotipado, lo cosificado, olvida tu autosuficiencia –tu pueblo y tu casa-, y arriésgate a la escucha, que es algo así como arriesgarse a vivir desde los labios de otro, desde el corazón de otro, desde la intimidad de otro, desde la vida de otro.
Siempre hemos visto en el episodio evangélico del joven rico una suerte de icono de la vocación a la vida religiosa. Siempre nos dolió por dentro su apartarse triste del camino que se abría delante de él. Siempre hemos dado por sabido el motivo de aquel fracaso para el joven y para Jesús: “¡Era muy rico!” Se le invitó a olvidar su pueblo y su casa, pues Dios lo había mirado con cariño, ¡y no supo desaprender sus riquezas!
Jesús lo dijo así: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga”. Si alguno quiere venir en pos de mí, que se desaprenda hasta perder la vida por mí y por el evangelio: ¡Desapréndete para vivir!
Los pobres nos ayudarán a discernir lo que hemos de arrinconar, cancelar, enterrar, olvidar. Ellos son maestros que Dios pone en nuestro camino para que nos desaprendamos a nosotros mismos y sigamos los pasos de Jesús.
Tal vez se trate sólo de ponernos con renovado vigor a la tarea de amar, pues es mucho lo que todavía nos queda por hacer: ¡Desaprendámonos”!