LA REVISTA VR EN EL AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA

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Enfoques en el año de la vida consagrada

¿…qué es pobreza?

“¡Señora santa pobreza!!, el Señor te salve con tu hermana la santa humildad”… Con estas palabras del “Saludo a las Virtudes”, el «Pobre» de Asís, manifestaba toda una declaración de intenciones y un reconocimiento del “carisma” recibido… Al final de su vida, en el relato autobiográfico que es su “Testamento”, después de narrar los inicios de la fraternidad, guiados por ese carisma que reconoce como gracia para “edificar” (“reparar”, dirá él) la Iglesia”, afirma que “no queríamos tener más…”.

Quizás en estas dos expresiones se encierran algunas de las claves para entender el significado de la pobreza para la vida consagrada del s. XXI…

No es novedad el recordar que es Dios el que nos convoca y nos sostiene en nuestra capacidad de ser pobres, que se entiende, desde esta perspectiva, como proyecto más que como compromiso, o, si queremos, como compromiso de vivir un proyecto de “aprender a ser pobres”. Dicho proyecto se concretará de modos muy distintos en los distintos momentos del arco vital y en las distintas situaciones, siempre sostenido y discernido por una fraternidad.

El ser pobres comienza por capacitarnos para la verdadera escucha, porque solo abre el corazón a la Palabra quien de verdad se siente necesitado de Dios. Nos sentimos necesitados de Dios porque nos sentimos recreados y amados incondicionalmente por Él, y esto implica acoger su “sueño” para la humanidad, y luchar por construirlo. El “sueño de Dios” en un sueño “integrador”, que nos mueve hacia el horizonte de la verdadera unidad… Pero esto implica algunas opciones necesarias: vencer la lógica del rendimiento y la productividad (también en nuestras obras pastorales y en nuestras relaciones); desenmascarar al “fariseo” que habita en nuestro corazón y que se niega a asumir que «los caminos del Señor no son los nuestros»; manifestarnos claramente ante las huellas del mal en el mundo; practicar sin reservas la «vía samaritana», hecha de gratuidad, de compartir y de ternura; la pobreza, además, nos capacita para caminar y descubrir las «periferias» invocadas por Papa Francisco, lugares de los pobres que esperan participar en el sueño de Dios.

Pero quizás el desafío mayor de nuestro tiempo para la vivencia de la pobreza sea la capacidad de aprender a “aceptar lo que somos” y “no querer tener más”, porque sencillamente somos capaces de descubrir el sentido teologal de lo que estamos viviendo. Sentir que también este momento histórico es un «don de Dios» es una preciosa concreción de nuestra pobreza. Ello nos está exigiendo redescubrirnos como ese «resto» con el que el Señor quiere hacer todavía «obras grandes» por caminos sorprendentes, y vivir «soltando obras y compromisos» que nos impiden ser gente exploradora «itinerante» y experta en búsquedas.

No es tarde para comenzar: “comencemos, hermanos” (S. Francisco).