La religión, asunto personal pero no intimista

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La religión es un asunto personal, pero no intimista. Tiene repercusiones en todos los ámbitos de la vida. Y como la persona es un ser social y se realiza en comunión con los demás, la religión tiene incidencias sociales y, en consecuencia, repercusiones políticas, económicas, laborales, artísticas. Nada escapa a la religión, porque ella está indisolublemente ligada con la vida. El Papa Francisco lo ha dicho con estas palabras: “Nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos… Una auténtica fe, que nunca es cómoda ni individualista, siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra… Si bien el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política, la Iglesia no debe quedarse al margen en la lucha por la justicia”.

 

Las religiones, y el cristianismo en particular, han sido creadoras de cultura, promotoras de belleza; han fomentado, creado y dirigido instituciones asistenciales y educativas, han sido también instancia crítica de aquellas políticas que atentaban contra la dignidad de la persona. Desgraciadamente, en ocasiones, las religiones, han pretendido ocupar todo el ámbito de lo público y no han respetado la legítima autonomía de la política, de la economía, de la ciencia y de la educación. En estos casos no han sabido situarse adecuadamente y han pagado las consecuencias, muchas veces en forma de oposición o ataque a lo religioso, cuando lo secular se ha desligado de lo religioso.

Ahora bien, las convicciones religiosas con incidencia social no se defienden religiosamente. Y si no se defienden religiosamente se arriesgan a ser discutidas y rechazadas. Se arriesgan a “perder” la partida en el campo legislativo, social y político. La cuestión entonces está en “no verme obligado a”, pero no en obligar a otros. Cuando las convicciones religiosas tienen consecuencias que van más allá de lo individual y afectan a otras personas (cuestiones matrimoniales y de ética sexual), no pueden defenderse, en nuestra sociedad, con argumentos religiosos ni apelando a motivos religiosos. Si la persona religiosa los defiende en campos ajenos a la religión es porque no son asuntos estricta y solamente religiosos.

Aunque la religión tenga repercusiones en todos los ámbitos de la vida, lo fundamental de la religión no son sus repercusiones públicas, sino la relación que permite establecer entre la persona y Dios. Sin esto la religión se queda sin alma y puede desaparecer con la misma facilidad con que apareció. Las religiones, y en concreto el cristianismo, son una invitación a vivir en comunión con Dios, una comunión que es fuente de esperanza y que estimula a vivir de otra manera.