Otra vez Jesús se dirige con mucha dureza a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos, siempre a los mismos. Y les cuenta la historia increíble de un dueño de una viña que no calcula, que a pesar de que repetidas veces matan a sus enviados él sigue empeñado en mandarles mensajeros que salen malparados.
Y a pesar de esos precedentes acaba enviando a su propio hijo, al heredero, con la inocencia de un gorrión que se empeña en comer demasiado cerca de un gato. Y en esa confianza infantil, confianza de Reino, se sorprende de que maten a su propio hijo, que el gato se coma al gorrión o que el áspide muerda la mano del niño que juega con ella.
Confianza de Reino como en Isaías, como tantas locuras cuerdas, sin maquillaje, de Dios. Y más que confianza esperanza y sabiduría necia de piedra desechada, de inutilidad que es angular, de basamento de una edificación como la primera inocencia del hermano Francisco que se puso a reconstruir iglesias de piedra sin entender demasiado.
Y lo que era herencia propia se le va a quitar a un pueblo para dárselo a otros. A esos jefes de los sacerdotes y ancianos, a esos gatos, a esos arquitectos que no saben distinguir lo esencial y lo arrojan fuera.
Y Dios sigue empeñado en esa esperanza inocente de mandar piedras y gorriones y niños entre áspides, arquitectos perfeccionistas o gatos que buscan usurpar herencias.
Y resulta que, a veces, hay gatos con patas como algodón que acarician, arquitectos que eligen sin buscar la perfección y áspides que se hacen amigas de niños… Y ellos son el pueblo a los que se le regala el Reino.
Creo que dios lo que quiere del hombre es que descubra a su ladre y quese des cubra el hom re como hijo de dios que se hace hijo mediante el bautiso. Ppero elhom re ol ida esta etapa.