Hoy la Palabra de Dios de este Lunes Santo (6 abril 2020) nos dirige una doble invitación: a entrar en la “casa del perfume” y a contemplar -sacando consecuencias prácticas- los personajes protagonistas de la importantísima “Penúltima Cena” de Jesús”: la cena de Betania. En ella se anticipa la “última Cena”: una mujer, María, unge los pies de Jesús, otra mujer, Marta, sirve a la Mesa. También se anticipa la figura siniestra de Judas, que desprecia el gesto de María; y la del Jesús del “haced esto en memoria mía”, que se anticipa diciendo que “se hará memoria” del gesto de la mujer que le ungió para su sepultura. No asistamos a este relato con mera curiosidad. Descubramos qué sabiduría encierra. Que el Espíritu Santo -bajo cuya inspiración este texto fue escrito y es transmitido- nos mueva a comprender el mensaje.
La conexión de las dos últimas Cenas de Jesús
La cena de Betania aparece en el evangelio de Juan como ¡la penúltima Cena de Jesús! En ella corresponde a dos discípulas el protagonismo: Marta sirve a la Mesa y María lava los pies de Jesús con perfume y los seca con sus cabellos. Un protagonismo negativo tiene Judas Iscariote, que se queja del gasto y no entiende el amor que María expresa en su regalo a Jesús. Éstas anticipan los gestos que Jesús realizará en la última Cena: servir y lavar los pies. También Judas anticipa su traición. ¿Hasta dónde llega nuestro servicio y nuestra entrega a Jesús?
Nos podemos identificar sucesivamente con cada uno de los personajes de la penúltima Cena de Betania: Marta, María, Judas Iscariote y Jesús:
Marta nos cuestiona sobre nuestra capacidad de servicio, de diaconía; aquella que reconoció a Jesús como el Hijo de Dios, que tenía que venir al mundo, es también la que se diluye en el servicio a Jesús y a su comunidad.
María, la que había mantenido una relación tensa con Jesús a causa de la muerte de Lázaro, es ahora la que unge el cuerpo de Jesús con un perfume costosísimo para su sepultura. La casa quedó inundada por el perfume, como un jardín de flores olorosas, como un templo con olor a incienso.
Judas se queja del derroche y corrompe el ambiente. Judas piensa que es exagerada la entrega de María a Jesús: lo calcula todo en clave económica y obviamente lo considera un dispendio innecesario en ese caso, pero absolutamente necesario para solucionar otros problemas. El evangelista no se puede callar ante esa reacción e inmediatamente comenta que era un avaro, un ladrón. ¡Lo más opuesto a una persona que se entrega, es aquella otra que roba!
Jesús está en el centro de la escena como intérprete: María ha ungido -consagrado- anticipadamente su Cuerpo para el gran sacrificio de la Cruz. Y ¡de eso habría que hacer siempre memoria! Debería ser motivo de una permanente “anamnesis”. Y, refiriéndose a los pobres, Jesús se identifica con ellos, pero también quiere que ese gesto se repita con todos los pobres “que siempre estarán con nosotros”, como prolongación de lo que se realizó con Él.
Y… ¿qué consecuencias?
Frecuentemente ponemos en alternativa la liturgia y la caridad, la opción por Jesús y la opción por los pobres. El Concilio Vaticano II presentó la liturgia como “fuente y culmen” de la Misión de la Iglesia y de su evangelización, cuyos destinatarios preferentes son los pobres. La Mesa Eucaristía es “fuente” y es “cumbre”. La Eucaristía concluye con un “ite missa est”: es decir, un envío misionero. La atención cordial y apasionada al Cuerpo de Jesús y a su Palabra no es tiempo perdido: es la fuente que nos capacita para anunciar la Buena Noticia del Reino a los más pobres. Pero también el cumbre, como lo fue para Jesús. Casi a la hora de culminar su misión aquí en la tierra, Jesús lleva a la Cena todo lo que ha realizado por la humanidad. Las dos mujeres que le sirven, lo reconocen. De la Eucaristía dimana la caridad hacia nuestras hermanas y hermanos más pobres (“haced vosotros lo mismo”). En la Eucaristía nuestra caridad evangelizadora se convierte en obsequio y ofrenda a Jesús.
Ya puedo entregar todos mis bienes a los pobres, que si no tengo caridad… (1 Cor 13)
Una súplica al Espíritu de Jesús
Jesús, ¡cuántas veces buscamos escapatorias, incluso las aparentemente buenas, para des-centrarnos de ti! Que aprendamos de tus dos discípulas a servirte y alabarte, a tener nuestros ojos puestos en ti, porque desde ti nuestra vida será un gran regalo para todos nuestros hermanos y hermanas, especialmente para los más pobres y necesitados. No permitas que te instrumentalicemos, más bien haz que seamos nosotros instrumentos vivos en tu obra de vivificación del mundo. Que tu Espíritu Santo, que te hace nuestro contemporáneo, nos haga comprender la importancia de la ministerialidad de las mujeres creyentes y abrir ya esos caminos que hasta ahora les estaban cerrados.