El prólogo de Juan es de las páginas más hermosas que nos fueron regaladas. Tan hermosa que a veces la ignoramos porque no la podemos soportar sin los parapetos de la oscuridad. Y eso fue lo que le pasó a la Palabra: vino a su casa y los suyos no la recibieron.
Demasiada luz, demasiada belleza, demasiada verdad para la oscuridad de barro y de disfraces.
Demasiado Dios para unos hombres que se creen ellos mismos origen y fin de lo creado, que se creen creadores y redentores.
Y la Palabra vino al mundo que ella misma había hecho cuando estaba junto a Dios, al comienzo del silencio de agua. Y el amor lo inundó todo y la luz fue dando vida a los sueños y un pesebre se abrió con toda su ternura de fragilidad y se hizo cuna y madre y ángel y pastor y regalo…
Y la Palabra, luz y verdad, llenó con su belleza a los seres humanos y estos, algunos, la recibieron con el regalo de volver a nacer, en otro pesebre de abrazo y de gracia. Estos nacen de otra carne, de la carne de un Dios-Palabra de ternura y de perdón. De la carne de un pesebre que es luz y verdad y belleza…