La mirada de los jóvenes (Editorial)

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Hay sujetos que no aguantan una mirada sincera. Y hay instituciones que no superan la mirada del tiempo, por eso se convierten en algo acabado, pasado o de ayer. No es fácil mantener el tono de actualidad, vivir el momento y significar algo.

Últimamente me he encontrado con algunos religiosos y religiosas dolidos porque ciertas publicaciones convierten a los consagrados en algo de ayer. Han vuelto a jalear datos de decrecimiento y muerte. No se dan cuenta esos consagrados que aquellos, los que se quedan en cifras y datos de ayer, son los que no son de este tiempo. Son de otra era, están acabados, como las cifras que dicen añorar.

La vida religiosa tiene que buscar (y encontrar) la mirada de los jóvenes. Tiene que sostenerla y aguantarla porque en ella está la verdad. Es hacia donde debe guiar y en la que debe orientar el presente. Es una mirada que interroga e inquieta porque busca los valores de siempre. En los jóvenes sin historia, propietarios del presente, los religiosos podemos diseñar procesos, criterios y orientaciones. Lo que hoy no significa, sencillamente no es, no conmueve, no ayuda. La vida religiosa en su esencia de agilidad, puede preguntarse, con naturalidad y sin desasosiego qué debe dejar de ofrecer, qué debe desaprender; en qué tiene que ganar libertad para hacerse posible para las nuevas generaciones, que no echan de menos otros tiempos, otras fuerzas, otras palabras… Los jóvenes son quienes tienen el hoy para encontrarse con Jesús que sigue reclamando que algunos lo dejen todo por la pura gratuidad de amar.

A los consagrados no nos debe atemorizar que los datos sean tozudos y nos hablen de decrecimiento. Incluso no debe molestarnos que algunos que dicen defender la Iglesia se alegren de ello. Nos debe preocupar que gastemos las mejores energías en repensarnos, reorganizarnos y redisponernos, sin caer en la cuenta que lo urgente es dejarnos mirar por la realidad, por los jóvenes. Sin esa mirada y lo que en ella se desprende, el futuro no es alentador. Quizá un excesivo trabajo endogámico nos tenga envueltos en aquello que pensamos y queremos ofrecer, sin tener en cuenta lo que la gente piensa y nos ofrece. La misión es el diálogo abierto por Dios con la humanidad. En ese diálogo un día pronunció una palabra clara, limpia, débil y generosa: la consagración. Una palabra sincera de su cercanía con todas las personas y todos los tiempos. Y en éste quiere pronunciarla. Nuestro Dios la necesita y podemos facilitarla. Los que hoy somos religiosos tendiendo puentes, dejando de sofisticarnos para que nos piensen y hagan pobres; y los jóvenes atreviéndose a iniciar nuevos itinerarios, nuevas rutas, sin ataduras ni costumbres. Unos y otros, con la sola limitación de lo que el amor mande, con mucha verdad, sin rodeos, sin palabras innecesarias, con gestos que se entiendan, con el don carismático de la originalidad y la vida.

Solemos convocar a jóvenes para que nos escuchen y aprendan. Los reunimos, lo celebramos, sacamos fotos, las colgamos en la red y seguimos proponiendo lo nuestro. Son los caminos de lo puntual. El calor fuerte e intenso del “microondas”. La vida religiosa tiene que inaugurar un nuevo estilo de pastoral que, en realidad, es un nuevo estilo de vida. Ante la mirada sincera de los jóvenes se caen nuestras superestructuras y seguramente nos sintamos motivados para cambiar y generar vida. Nos empezamos a preguntar, «con qué lo compararíamos…» y descubrimos que la fraternidad y frugalidad son el trayecto posible, real y con vida… para hoy. Nunca para transitar hacia el ayer, porque allí no está ni el futuro ni la vida. Allí no están los jóvenes del siglo XXI.