Estas palabras de Hélène se presentan hoy luminosas y dolientes frente a la imagen de cientos de africanos encaramados en la «valla de la vergüenza». Cuando toman sus rostros más de cerca nos damos cuenta de que muchos son sólo unos niños. Los medios de comunicación hablan de «asalto masivo y agresivo», pero ellos vienen indefensos, sumamente vulnerables tras un largo éxodo, huyendo sencillamente de la guerra, del hambre, de la pobreza extrema… y con la única esperanza de poder aliviar, desde aquí, a aquellos que aman. No tienen otras armas que mostrar sus manos y sus pies heridos, como el Resucitado. Si ante ellos no se nos rompe el corazón, si no somos capaces de dolernos, de movilizarnos, de enfadarnos por el tratamiento que les damos, por la manera en que narramos lo que ocurre, habremos perdido eso que Hélène decía que le había permitido sobrevivir adentro en medio de la indiferencia y la ausencia de bondad: «Está la buena mirada de los hombres y las mujeres que te llena el corazón de un sentimiento inexplicable… Está la unión contra el mal y la comunión en el sufrimiento».
LA LUZ DE HÉLÈNE
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Todo lo que no se da, se pierde
Hay un proverbio indio que dice que: “Todo lo que no se da, se pierde”. Recuerdo que se me quedó grabado hace unos años...